"La Plazuela Rosales testigo de la muerte de los estudiantes en la esquina de Riva Palacio y Buelna, de la quema de camiones, mítines y festividades culturales de la UAS, plantones, huelgas y tomas del edificio"
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Mayo fue un mes que trajo temperaturas muy agradables para una ciudad caracterizada por el elevado calor durante muchos meses del año. La cita la envió la UAS a toda la población de Culiacán. La noche del día 5 de mayo, iniciaría el décimo festival cultural universitario en lo que fue un trozo de la calle Ángel Flores, cerrado a la circulación desde el período presidencial del Dr. Gómez Campaña como, el cual fue adoquinado (el trozo de calle, no el Dr. Gómez) e integró la Plazuela Rosales, con el edificio rosalino. Un grupo de ciudadanos denominado Amigos de la Plazuela Rosales, le dio a ese activo de la ciudad una remozada, se derribó un pequeño espacio que yo conocí como la librería universitaria, y en su lugar se instaló un kiosco que embellece al lugar. Se arreglaron las bancas, se instaló piso de pasta, el cual con el tiempo se han desprendido algunas piezas, se arregló la jardinería y se completó la arborización. Hoy luce, si no señorial, por lo menos limpia y muy sombreada gracias a los árboles. Lo que no arreglaron y son el toque, por así decirlo feo, son las fuentes. Sin embargo, si el actual ayuntamiento quiere terminar la obra, puede hacerlo ubicando verdaderas fuentes, y eliminar el tubo pintado de azul, que a veces echa agua emulando una fuente. De esa plazuela conozco su historia a partir de los años 70s. Fue testigo de la muerte de los estudiantes en la esquina de Riva Palacio y Buelna, de la quema de camiones en el estadio de fútbol, de la corretiza que nos dieron los llamados halcones, de mítines y festividades culturales de la Universidad. Plantones, huelgas y tomas del edificio rosalino, también los ha visto este tradicional rincón con olor culichi. Hace muchos años, ¿cuántos?, ni idea, el popular "capi Cisneros" refrescó la garganta de estudiantes con dinero y sin dinero, de profesores, de profesionistas, de hombres y mujeres que con calor llegaban a buscar un rico raspado de piña, o durazno, o vainilla, o de rosa con leche, de ciruela y de otros sabores muy particulares a los que solo con el "capi" sabían diferente. Por la noche, carritos con hot dogs y puesto con tacos atendían hasta la media noche y le daban vida a una plazuela que desde las primeras horas de cada día veía caminar rumbo a la prepa, rumbo al edificio central, a cientos o miles de estudiantes de lunes a viernes. Ahora, los árboles, los pájaros que tienen su hábitat en ellos, y los inermes activos de la plazuela eran de nuevo testigos del inicio del festival cultural número diez. Y la noche además de espectacular, estaba guapachosa. No era para menos, la gente de todas edades se mecía al escuchar la cadencia de una música que selló a una generación que ahora peina canas, o que peina ya muy poco, de cabelleras con trenzas como las de las abuelas, gente que volvió a mecer la musculatura flácida y lubricó de nuevo su osamenta al ritmo de la Boa, Sentencia, el Mudo y tantas más que los músicos cantaban e interpretaban, mientras ese sabor a trópico, a Caribe, les hacía bailar, pareciendo no cansar a quienes se suponen están cansados. Los más jóvenes, abrazados de sus novias seguían el ritmo en un movimiento que denotaba su deseo de bailarlo, pero que disfrutaban más observando como volvía la vida para muchos, y otros más, con su aplauso reiteraban la alegría de su espíritu y alejaban la terminación del concierto. Otra vez la UAS dándole a la gente del pueblo la oportunidad de bailar y disfrutar de artistas populares que de otra manera no podrían por cuestiones pecuniarias, aplaudirlos y gozarlos. Era la famosa Sonora Santanera, la orquesta que deleitaba a los asistentes de todas edades, los que la plazuela disfrutaba por primera vez, músicos curtidos por los viajes y el tiempo, expertos en el danzón, el merengue, la cumbia y cha cha chá, y quienes tocaban por enésima vez sus éxitos de otros tiempos lejanos, que no son posible olvidar. Se iniciaba con ello un festival de cultura popular, esa que la UAS lleva en su piel centenaria y que tantas recompensas le han traído por medio del Tatuas, de su orquesta sinfónica, su cuarteto de cuerdas, su coro, su estudiantina, su danza, su banda de guerra, sus pintores, sus poetas. Unos ya idos, otros vigentes. La noche continuaba, me retiraba por la calle Rosales rumbo al oriente. Las viejas fachadas de casas y edificios cercanos parecían contentas con el sonido de la Sonora, bañadas por la luz ocre de las luminarias, y a medida que caminaba, el sonido de la trompeta, y la voz del cantante quedaban atrás, cantándole a un público diverso, teniendo como marco el edificio universitario de siempre, y la plazuela de todos.