MAYRA ZAZUETA
En diversos ámbitos de nuestra vida seguramente hemos escuchado hablar de la "prueba del ácido". Es un procedimiento válido en actividades como la contaduría, que permite conocer la viabilidad financiera de una empresa.
Lo es también en el ámbito de la medicina forense, sea para determinar si alguien disparó un arma de fuego, o para determinar, mediante la lectura del ADN de una persona, no solo factores hereditarios, sino incluso las huellas indelebles que aquélla va dejando a su paso en todo lo que toca o en todo aquello con lo que se relaciona físicamente.
Quienes somos asiduos a series como CSI o NCIS hemos ido aprendiendo poco a poco sobre la importancia de esa herramienta forense, pero para efectos del objetivo de este artículo me interesa abordar el tema de la "prueba del ácido" enfocado al ámbito del comportamiento humano.
Con frecuencia escuchamos a los políticos establecer que tal o cual candidato o aspirante a candidato para algún puesto de elección debe pasar "la prueba del ácido", con ello buscan significar que, al menos en teoría, nadie que tenga un pasado negro o cuestionable debe ser postulado.
En ese sentido, la "prueba del ácido" permite conocer, políticamente hablando, si un aspirante tiene o no los atributos necesarios para ser postulado y, sobre todo, si no tiene un pasado oscuro o tenebroso que pueda serle echado en cara por sus contrincantes, incluso por la sociedad misma.
Pero hay un aspecto muy interesante sobre este tema, que hoy quiero abordar.
Una de las lecturas de la misa del domingo pasado, tomada del capítulo 2 del Libro de la Sabiduría, me hizo reflexionar en que hay también una "prueba del ácido" que permite calibrar el grado de confianza que tiene una persona respecto de otra o, más importante aún, el grado de confianza que ésta tiene en Dios.
No faltan quienes ponen a prueba todos los días la fuerza de voluntad y la determinación de quienes buscan hacer siempre lo correcto, incluso remando contra la corriente. En ese sentido la "prueba del ácido" permite también calibrar la profundidad del compromiso que tiene toda persona con la sociedad, manifestado a través de su trabajo o de la actividad que realice, sea en el hogar, en la escuela o hasta en el campo de juego.
Refiere el Libro de la Sabiduría:
"Los malvados dijeron entre sí: 'Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la Ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados.
'Veamos si es cierto lo que dice, vamos a ver qué le pasa en su muerte. Si el justo es hijo de Dios, Él lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a la humillación y a la tortura, para conocer su temple y su valor. Condenémoslo a una muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él'".
No es falacia que quienes abusan de su poder y transgreden la ley, que serían los malvados a que alude el Libro de la Sabiduría, se lancen contra aquellas personas que les señalan su comportamiento equivocado, y que demás los ponen en evidencia con su forma de vida responsable y honesta.
"Vamos a ver qué tanto es su temple, qué tanto cree en lo que dice y en lo que hace, a ver si la sociedad sale en su defensa", es la forma en que razonan quienes, desde el poder, sea el poder político o económico, se confabulan para tratar de anular a sus detractores, a sus críticos, a quienes los ponen en evidencia.
Aquí la "prueba del ácido" no es para determinar si alguien actúa conforme a derecho, sino para medir de qué madera están hechos quienes optan por el camino de vida recto, si son capaces de bregar contra las olas como el surfista, ola tras ola, sin desesperarse, hasta que llega la ola que esperan, la que corona todo su esfuerzo.
Ser un verdadero ciudadano no es fácil. En todo momento aparecen escollos que ponen a prueba nuestra "ciudadanía", entendida ésta no solo como el cumplimiento de todas las obligaciones que se contraen en el momento en que se es registrado, sino como la lucha diaria por la defensa de nuestros derechos y convicciones.
Si yo creo en el estado de derecho, mi comportamiento en cada momento de mi vida debe estar alineado a respetar las normas y las leyes. No se vale esa manida excusa de "¡qué tanto es tantito!", que justifica pequeñas transgresiones, como pasarse un alto, estacionarse en lugar prohibido, o tirar basura en la vía pública.
La vida nos pone todos los días frente a la "prueba del ácido", pone a prueba en cada momento nuestra "ciudadanía". Es muy sencillo buscar excusas para justificar nuestra falta de compromiso con la sociedad, lo difícil es mantenerse en la lucha constante por ser verdaderos ciudadanos y, verdaderos cristianos, quienes somos hombres de fe.
jdiaz@noroeste.com