Sugey Estrada/Hugo Gómez
Muchas veces se nos educa para competir, no para unir; para vencer, no para convencer.
No es que sea totalmente erróneo este enfoque, pero descuida el subrayar el carácter esencialmente relacional que constituye al ser humano, lo que produce un grave deterioro en su personalidad y repercute en desorden e inestabilidad en su contexto y entorno.
La palabra convencer significa "vencer con", etimología que no hace referencia a una victoria encarnizada sobre el contrincante, sino que toma en consideración la percepción y puntos de vista del rival para vencerlo de manera razonable, convincente, basada en hechos y argumentos.
El vencer manifiesta fuerza bruta y poder; el convencer revela grandeza y autoridad moral. Quien convence no mantiene tercamente una postura, ni trata de aumentar su estatura atropellando y arrollando; al contrario, con tacto y cordura demuestra que lo que persigue es apertura para iniciar con la otra persona benéfico contacto.
Para convencer es necesario en algo ceder, lo cual no significa retroceder. Lo que se busca es conceder para posibilitar que a la otra persona se pueda acceder.
Si nuestras relaciones reflejan tensiones se debe a la hinchazón del ego, que insiste en someter y doblegar para conseguir sus propias intenciones, a pesar de que obstaculice el sendero de la paz que añoran todas las naciones.
"Nada tan estúpido como vencer, el verdadero triunfo está en convencer", señaló Víctor Hugo.
La estrategia para convencer estriba en cautivar y persuadir.
Es cierto que se debe seducir a la persona con la desnuda fuerza de los argumentos, pero se trata de un ser humano constituido también por emociones y sentimientos, por lo que se le debe saludar con el suave guante del corazón y el refinado ósculo del entendimiento.
¿Busco vencer o convencer?
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