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"Reflexiones"

"La virtud de dar y recibir."

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29/12/2007 00:00

    Héctor Tomás Jiménez

    Hay un pequeño breviario de sabiduría milenaria, que recoge lo que Deepak Chopra intitula: "Las siete leyes espirituales del éxito", aunque aclara en la introducción del mismo que también podría denominarse: "Las siete leyes espirituales de la vida, por el simple hecho de que son estos mismos principios los que la naturaleza divina utiliza para crear todo lo que existe".
    Una de estas siete leyes es la que hace referencia al dar y el recibir, de la cual señala que: "El flujo de la vida no es nada más la interacción armoniosa de todos los elementos y fuerzas que estructuran el campo de la existencia", lo que significa, señala, que son el cuerpo, la mente y el universo, los que están en constante cambio dinámico, el cual, no es posible detener por ser un flujo de energía divina.
    Este mismo concepto puede encontrarse en la Biblia, en Hechos 20:35 que hace referencia a un discurso del Apóstol Pablo a los Efesios y que a la letra dice: "En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús que dijo, más bienaventurado es dar que recibir".
    En realidad son tantas las cosas que están escritas en la Biblia pero que por falta de apego al conocimiento no advertimos, pero incluso, aún sabiéndolas, cuantas veces preferimos ignorar estas enseñanzas cuando encontramos en la calle a personas que piden ayuda, ya sea con un niño en brazos, con una receta en la mano o bien, con vendas en parte del cuerpo, y sentimos que son sólo ardides para recibir algo y preferimos cerrar los ojos y seguir de largo. Con lo anterior, Jesús nos enseña que ante la duda, es mejor la generosidad dando algo, que la indiferencia ante un posible engaño.
    Debemos entonces estar consientes que un acto de sincera generosidad en el momento necesario es un regalo que se hace a la divinidad de todos los seres, un regalo al corazón mismo del universo. Si nos diéramos cuenta de esto y actuáramos en consecuencia, toda nuestra vida cambiaría, y el mundo sería mucho más sano y feliz.
    Hay una pequeña historia de dos hermanitos, uno de cinco años y el otro de diez, que dice así: "Ellos iban pidiendo un poco de comida por las casas de una colonia. Al verlos, la gente les negaba la ayuda y les pedía no molestar. Las múltiples tentativas frustradas entristecían a los niños.
    "Finalmente, en una casa en la cual no parecía vivir una persona muy pudiente, salió una señora muy atenta que les dijo: ¡Voy a ver si tengo algo para ustedes... ¡Pobrecitos! y volvió con una cajita de leche. ¡Aquellos niños se miraron uno al otro y ambos se sentaron en la acera. El más pequeño le dijo al de diez años: -¡tú eres el mayor, toma primero! y se le quedaba viendo, con la boca medio abierta, relamiéndose".
    Aquella señora, contemplaba la escena y vio cuando el hermano mayor, mirando de reojo al pequeñito, se lleva la cajita a la boca y, haciendo de cuenta que bebía, apretaba los labios fuertemente para que no le entre ni una sola gota de leche.
    Después, extendiéndole la lata, decía al hermano: -¡Ahora es tu turno! Pero sólo bebe un poquito. Y el hermanito, dando un trago exclamaba: -¡Está muy sabrosa! -¡Ahora yo, dice el mayor! llevándose a la boca la cajita, ya medio vacía, pero no bebía nada. Así, entre varios "ahora tú", "ahora yo", "ahora tú", "ahora yo"... el más pequeño de los hermanitos, un niño de cabello oscuro y ondulado, con la camisa de fuera, se acababa toda la leche él solito.
    Fueron esos "ahora tú", "ahora yo" los que llenaron de lágrimas los ojos de aquella mujer. Pero no todo paro ahí, de repente, vio algo que le pareció extraordinario. El hermanito mayor comenzó a cantar, a danzar, a patear la caja vacía de leche, simulando un balón de fútbol. ¡Se veía radiante, con el corazón rebosante de alegría, pero con el estómago vacío.
    Brincaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario, o aún mejor, con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas extraordinarias sin darles la mayor importancia. De éste pequeño muchacho, podemos aprender una gran lección: "Quien da es más feliz que quien recibe". (Fin de la historia)
    Es así como debemos amar a nuestro prójimo, sacrificándonos con tanta naturalidad y con tal discreción, que los demás ni siquiera puedan agradecernos el servicio que les prestamos. ¿Cómo podríamos encontrar hoy un poco de esta "felicidad" y hacer la vida de alguien mejor, con más "gusto de ser vivida"? ¡Adelante, levántate y haz lo que sea necesario! Cerca de nosotros puede haber una persona que necesita de nuestro hombro, de nuestro consuelo y, quizá aún más, de un poco de nuestra paz. Seamos generosos, nada nos cuesta.

    JM Desde la Universidad de San Miguel.
    udesmrector@gmail.com