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"Reflexiones"

"Las hermosas banalidades de la vida"

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30/05/2015 00:00

    Héctor Tomás Jiménez

    "Para apreciar las cosas simples de la vida, éstas deben verse con los ojos del alma".
    JM 

    Los seres humanos estamos condicionados, por nuestra propia naturaleza, a percibir mediante los sentidos, las cosas bellas de la vida. Así es como le damos el sublime valor a los amaneceres, al canto de las aves, a la leve brisa que acaricia nuestro rostro, a un hermoso y colorido arcoíris en el preludio de la lluvia, en fin, a todo aquello que mueve nuestros sentidos y nos hace sentir verdaderamente humanos.
    conPero
    los seres humanos nos hemos condicionado también a que solo podemos hacer lo anterior en los momentos de ocio, mientras no sentimos las ataduras del tiempo, de las agendas impuestas por nuestros roles profesionales, y como si una cosa anulara la otra, nos hemos acostumbrado a vivir de prisa, a concentrarnos en lo urgente olvidando lo importante, a vivir en la competencia de los talentos o lo material buscando destacar entre los demás sin percatarnos que dejamos de lado muchas cosas bellas y valiosas que la vida nos ofrece sin costo alguno.
    A veces olvidamos disfrutar de cosas simples, lazos de familia y amigos, libros, flores, alimentos, el agua, el viento, la salud, el abrigo, el sueño, el paisaje de un atardecer, la lluvia veraniega, el invierno, el alba, las canciones, el cielo estrellado, el amor en la pareja y los recuerdos en la vejez. ¿Pues acaso no son estas pequeñas cosas, la verdadera esencia de la vida?
    Sobre lo anterior, mi buen amigo, mazatleco de origen y corazón, José Luis Sandoval, me envió un reseña que publicó en 2007 el periódico Washington Post, en ocasión de un experimento social relacionado con la apreciación del arte en contextos diferentes. Dicha reseña es la siguiente: "Una cierta mañana llegó hasta la estación del metro de la ciudad, un joven vistiendo de manera casual, se sentó en una banca de la estación y comenzó a tocar un hermoso violín que saco de un viejo estuche. Aquella era una fría mañana de enero, y la gente que pasaba cerca, hombres y mujeres, parecían andar de prisa y ensimismados en sus propios problemas. Durante los siguientes 45 minutos, el joven interpretó seis obras de Bach, calculando que en ese breve tiempo pasaron por ese lugar poco más de mil personas, casi todas camino a sus trabajos. Solamente una mujer de mediana edad se detuvo durante los primeros tres minutos de la primera melodía, poco después, una pareja se detuvo frente al joven músico comentando algo entre sí, después un hombre de mediana edad alteró por unos segundos su paso al advertir que había una persona tocando música clásica; un minuto más tarde, el violinista recibió su primera donación, una mujer arrojó un dólar en el viejo estuche y continuó su marcha. Algunos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escuchar, pero enseguida miró su reloj y retomó su camino. Quien más atención prestó fue un niño, y aunque su madre apurada lo jalaba del brazo, el niño se plantó ante el músico unos instantes. Cuando su madre logró llevarlo, el niño continuó volteando su cabeza para mirar al artista. En los tres cuartos de hora que el músico tocó su violín, sólo siete personas se detuvieron y otras veinte dieron dinero, sin interrumpir su camino. El violinista recaudó 32 dólares y cuando terminó de tocar y se hizo el silencio, nadie pareció advertirlo, no hubo aplausos, ni reconocimientos. Nadie lo sabía, pero ese violinista era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo, tocando las obras más complejas que se escribieron alguna vez, en un violín valuado en tres y medio millones de dólares. Dos días antes de su actuación en el metro, Bell llenó un teatro en Boston, con localidades que promediaban los 200 dólares. (Fin de la historia)
    Moraleja: ¿En un ambiente banal y a una hora inconveniente, percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado? Si no tenemos un instante para detenernos a escuchar a uno de los mejores músicos interpretar bellas melodías, debemos preguntarnos: ¿Qué otras cosas nos estaremos perdiendo? Vale la pena reflexionar en este punto, sin dejar de dar gracias por las cosas bellas que percibimos, como los atardeceres, el ruido melodioso de una ciudad viva, el caminar de la gente, las prisas de los niños al salir de las escuelas y muchas cosas más que podemos apreciar con una actitud diferente tratando de aliviar un poco el estrés al que creemos estar atados diariamente.


    Desde la Universidad de San Miguel
    udesmrector@gmail.com