Las teorías conspiracionales sobre los avances tecnológicos del Siglo 20 que fueron suprimidas en Estados Unidos son tan vastas, que parecen negarse por exceso. Que si el Gobierno estadounidense ha ocultado información sobre energía sin combustibles ni cables, máquinas que curan enfermedades, aparatos para modificar el clima, avistamientos extraterrestres y viajes en el tiempo, permite reunir tanta información que termina anulándose sin necesidad de descrédito.
En ese mar de aventuras y posible ciencia ficción, me ha llegado la historia de Royal Rife, un científico californiano que inventara, durante la depresión estadounidense, una serie de aparatos con fines médicos: un microscopio que, con décadas de adelanto, tuviera la capacidad de los microscopios digitales, y un aparato basado en frecuencias eléctricas que bombardeaba microorganismos y destruía sus paredes celulares, de la misma forma en que una frecuencia sonora puede hacer estallar un cuerpo de vidrio.
Hacia principios de la década de los 70, la historia de Rife sobrevivía como una leyenda urbana, un mito que se resistía a desaparecer. El motor de su credibilidad era un experimento realizado en La Joya, California, donde una junta de médicos atestiguara cómo el aparato de Rife curara en 70 días a 14 de 16 enfermos terminales de cáncer. Después de ese éxito, la empresa Beam Rays Inc. sería desmantelada por la Asociación Médica Americana, debido a la amenaza de una cura para múltiples enfermedades que no se apoyara en la enriquecida industria farmacéutica.
La historia interesó al periodista Christopher Bird, quien al hacer un poco de investigación encontró artículos médicos reales en el Instituto Franklin y en el Smithsoniano. La historia es real. Un tal Royal Rife creó un microscopio basado en la frecuencia lumínica emitida por los distintos organismos, que es cientos de veces más poderosos que los microscopios mecánicos, e ideó, más tarde, un aparato que podía manipular las frecuencias de ondas acústicas y eléctricas para atacar los microorganismos relacionados con la enfermedad.
Para alegría de los enemigos de la medicina alópata, Rife decía que no era el microorganismo el que producía la enfermedad, pero que su presencia causaba un cambio químico-energético que ayudaba a acentuar el balance en el metabolismo que era, de forma más compleja, el origen del mal.
Cuarenta años de investigación de esta fascinante historia, sin embargo, dieron también con un poco de olvido. Hoy en día hay quienes reproducen los aparatos de Rife, pero herederos de su legado aseguran que las teorías de Rife están malinterpretadas, y que no se trabaja con sus frecuencias. Los pocos aparatos que se construyeron, y de los cuales hay documentos fotográficos y cientos de cartas que testifican su existencia y su uso como cura, fueron destruidos o están desaparecidos.
El tiempo siguió cobrando sus cartas. No sólo las miles de personas que fueron consultadas como testigos del trabajo de Rife han fallecido, también sus investigadores murieron mientras la información se acumulaba, como una perífrasis. El último de los fundadores del grupo de investigación/resurrección del legado de Rife, John Hubbard, murió en 2005.
El mayor acumulador del legado de Rife era John Crane, quien conoció, trabajó con y explotó durante décadas a Rife. Hace unos pocos años, los aparatos que tenía Crane serían investigados en la Universidad de Nueva York, la tecnología finalmente reincorporada al conocimiento médico. Pero los aparatos de Crane, como el resto de la historia, fueron recuperados en ruinas.
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