Profesor Arturo Cundapí Ramos
A 32 kilómetros de distancia de Uruapan, Michoacán, en una zona labrantía, el 20 de febrero de 1943 los surcos de la parcela de Dionisio Pulido, labriego del lugar, se abrieron para dar paso a un torrente de magma que marcó el parto del Paricutín, uno de los volcanes más jóvenes del planeta.
Activo hasta 1952, el Paricutín registra actualmente una altura de 450 metros sobre su base, aunque esa distancia, desde la base, es mayor si se considera la capa de lava que cubrió extensa superficie alrededor del cono, y bajo la cual quedó sepultado el poblado de San Juan Parangaricutirimícuaro, del cual asoma, como vestigio simbólico, el campanario de la iglesia que parece incrustada en la negruzca piedra volcánica.
Como es común en estos casos no comunes, el nacimiento del Paricutín fue resultado de un crecimiento de magma al interior de la corteza terrestre.
Antecedentes como éste no deben ser echados en saco roto ante el reciente fenómeno registrado en el área limítrofe de Sinaloa y Durango, cuyos habitantes optaron, al parecer transitoriamente, por abandonar sus lugares de arraigo ante los eventos naturales que sucedieron al temblor del sábado 11 del mes en curso.
Sin la más mínima pretensión de establecer parangones aventurados, días o semanas antes de la aparición del Paricutín, los habitantes de San Juan Parangaricutirimícuaro, poblado con nombre de trabalenguas, pero que alguna vez existió bajo el manto rocoso que rodea a la hoy inactiva protuberancia volcánica, empezaron a notar que el piso se movía y que brotaban ruidos de la tierra, como bufidos de animal enfurecido.
Señales parecidas son las que en este mismo mes motivaron que pobladores de varias comunidades de los municipios de Tamazula, Topia y Canelas, Durango, abandonaran sus lugares de residencia para refugiarse en la cabecera municipal de Tamazula, así como en Culiacán, ya sea en albergues, con sus familiares o, inclusive, en hoteles.
Las declaraciones y testimonios de estos forzados emigrantes reflejaron desde la desconfianza hasta el pánico ante la casi constante presencia de temblores y de crujidos de la tierra, como los que escucharon los michoacanos en 1943, sólo que aquí, por la configuración del terreno, la tierra se convierte en cerros
A reserva de realizar un estudio a fondo de este fenómeno, investigadores del Centro de Ciencias de Sinaloa coinciden con especialistas de Estados Unidos en que la inquietante aparición de sismos y ruidos subterráneos en la zona limítrofe de Sinaloa y Durango puede obedecer a un crecimiento de magma.
Juan Espinoza, director del Departamento de Geofísica y Sismología del Centro de Ciencias, apunta: "Creo que va a salir algo, algo muy interesante". No aclaró si ese algo podría ser el magma de una erupción.
El 19 de octubre de 1983 los culiacanenses que residían o se encontraban en el sector norte de la ciudad de Culiacán deben recordar el "bufido" que acompañó a un literal sentón de la tierra, y el cual fue intensamente perceptible, pese a su instantánea duración.
En aquella ocasión el ingeniero Daniel de la Mora, catedrático especializado en mecánica de suelos del laboratorio de la Escuela de Ingeniería Civil de la UAS, explicó que, contra lo que pudiera pensarse, Culiacán y Sinaloa son tierra sísmica, pero la baja intensidad de los frecuentes movimientos telúricos los hace imperceptibles.
Expuso el Ingeniero De la Mora que en Sinaloa hay cinco volcanes, de los cuales cuatro han sido localizados, uno en Jesús María, dos más entre Mármol y Estación Dimas, y otro en la frontera con Sonora y Chihuahua.
Dijo entonces el catedrático que había otro volcán que no había sido localizado porque permanecía oculto, aunque se sospechaba su ubicación en el área de la presa Sanalona.
¿Acaso pudiera ser éste quinto volcán el que está haciendo ruido? Sería un error de costo impredecible contemplar el caso como una fantasía ranchera, cuando todo indica que se trata de una latente realidad.