"Los nombres de las calles"

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05/08/2014 00:00

    PREMIO

    Cuando a mediados de los 80 se fun­dó una colonia en Culiacán, de algún lado salió el nombre con que debería de ser conocida. Na­die objetó que así se conocie­ra dicho asentamiento.
    Coincidieron los sectores todos, en que el nombre dado a la colonia era un recono­cimiento a una persona que tenía méritos suficientes para ello, pues cumplía con creces su responsabilidad en las ta­reas de impulsar los trabajos del Sistema DIF Sinaloa; que en los efectos de los ciclones que azotaron en ese perio­do gubernamental, se había encargado de enarbolar la ayuda humanitaria para res­tañar los impactos sobre la población golpeada por tales fenómenos; que en las colec­tas para Cruz Roja había sido ejemplo y motor para lograr récords a nivel nacional que posicionaron a Sinaloa como una entidad que contribuye al bienestar social.
    Esthela Ortiz de Toledo, sin proponérselo, mereció dejar para la posteridad su nombre en un conglomerado social de la ciudad capital.
    Pero hay otros espacios que toman su nombre de po­líticos que sin mérito alguno, porque alguien quiso pagar un favor o ganar una simpa­tía lo sugiere, y un Cabildo o una legislatura votan lo que ya está votado, y queda ese espacio con el nombre de personaje sin méritos.
    Pero no nace como ini­ciativa popular. De esos nombres no hay constancia de logros tangibles para la sociedad, ni quedan rema­nentes de acciones que ha­yan emprendido y que jus­tifiquen su nombre en una calle, un espacio deportivo, un conjunto habitacional, una presa o cualquier otro.
    En esta ciudad y en to­das, sin embargo, suceden estas imperfecciones del sistema político mexicano, que se deja llevar más por la conveniencia, que por el reconocimiento tácito a la honorabilidad de un ciuda­dano, a su sacrificio, a su esfuerzo por lograr mejores condiciones de vida, a sus actos de heroicidad urbana en la prestación de un servi­cio colectivo.
    Así entonces, nombres de mentores, de políticos ho­nestos (una contradicción en nuestros tiempos), de de­portistas amateurs o profe­sionales que sobresalen, de profesionistas destacados, de héroes, de prohombres y mujeres brillantes en cual­quier campo, entre otros; son merecimientos para que la sociedad actual y del futuro reconozcan los méri­tos que justifican el nombre para estadios, vialidades, jardines, edificios, escuelas y otros espacios que serán voz callada que les recuerde.
    Sin embargo, el otro día me enteré por la prensa, In­ge, que el Gobernador tiene un bulevar en la capital, el cual, por cierto, se ha inun­dado con la poca agua que ha caído. ¿Quién fue el pa­drino de tal hecho? ¿Le pre­guntarían a la población? ¿O acaso fue un gusto de algún adulador que con ello gana­ba una prebenda? Qué pobre criterio del adulador y del adulado. Esa no es moderni­dad política.
    Lo mismo sucedió con el nombre dado a las instala­ciones de una unidad depor­tiva que se le conoce como parque Revolución desde su origen. El protocolo debiera ser que un grupo ciudadano solicite formalmente que se considere el nombre de alguien, que por su calidad profesional, por su partici­pación en alguna actividad social, por distinguirse en campos científicos, depor­tivos, artísticos, culturales, de lucha social, de altruis­mo, de trabajo político serio y honrado, o heroicidad ur­bana, merezca su nombre, ser nombre de un espacio público.
    Hay profesiones y oficios generales que merecen ser nombre de calles y avenidas. Hace días, en una reunión familiar alguien pregunta­ba dónde se podía subir al segundo piso en el DF, y una ingeniera civil le dice: sube por Avenida de los Poetas, no tiene pierde, y si vienes en sentido contrario, te sa­les ahí mismo, en Poetas. Mentalmente escribía lo que ahora hago en físico, y me preguntaba si en Culiacán habría una calle, una aveni­da con ese nombre.
    La verdad lo ignoro. Lo que no ignoro es que Culia­cán y Sinaloa han tenido y tiene excelentes poetas. Sólo por recordar a algunos, In­ge, te menciono a Hernán­dez Tyler, a Jesús Andrade, a Juan Eulogio Guerra Agui­luz, a Rosa María Peraza, a Cecilia Pablos, a Jesús Ra­món Ibarra, entre muchos.
    Y sin embargo, a su traba­jo intelectual no hay mane­ra de rendirles un homenaje permanente, y creo que ese bulevar, si llevara el nombre de Poetas Sinaloenses, fue­ra un tributo a todos, los de ayer, los de hoy, y los que se­guramente vienen y vendrán en las nuevas generaciones.
    Y hay otros ejemplos. Mira, yo recuerdo que en los 70, había un persona­je altamente popular en el beisbol amateur, le decían "El Pachuco" Villa, a quien más de tres generaciones de buenos culiacanenses le deben el haberse formado en la competencia deporti­va; después surgió el doctor Humberto Rodelo, quien fue el primer pilar de las ligas infantiles de beisbol y de su ramificación después.
    Para estos promotores del deporte, no hay nada que los recuerde que no sean sus coetáneos y familiares. No sé si están en esa réplica que llaman Salón de la Fama. Una calle para cada uno con su nombre sería una noble manera de expresar agrade­cimiento a su labor social.
    Y seguirán surgiendo ca­lles, y el proceso para darles un nombre no va hacia la sociedad, sino desgraciada­mente se voltea hacia la pa­lapa política y se adula, y el adulado cree y siente que lo merece. Qué desafortunado proceso siendo Sinaloa tan prolífico. Pedro Infante tu­vo que esperar casi 50 años para que una calle capitalina llevara su nombre