De toda experiencia es posible derivar una lección. No creo que existan excepciones. Una de ellas, reciente, resulta un buen ejemplo de esto.
La carta de un lector, muy breve y al grano, que usted me perdonará por no reproducir... pero es que, como decía un amigo, "de cada tres palabras empleadas, cuatro eran soeces y cinco eran faltas de ortografía".
De la carta podía deducirse sin grandes dudas que estaba en desacuerdo con las ideas expresadas en esta columna. Nada tengo contra eso. Los desacuerdos como los acuerdos son consecuencia de la libertad humana.
Tendríamos una vida insoportable si acaso tuviésemos acuerdos totales en todo. Podía haber tirado la carta, borrándola de la computadora, pero la dejé varios días y la leí varias ocasiones.
De todo es posible aprender una lección. La carta me enseñó de nuevo lo importante que son los buenos modales, esos que nos dicen que debemos tratar al resto como quisiéramos ser tratados. Que es poco civilizado insultar. Y, sobre todo, lo erróneo que resulta argumentar por medio del insulto. Me explico.
Existe una forma de argumentar en contra de alguien y que se realiza por medio de un silogismo equivocado: "todos los que proponen la idea X son una punta de idiotas, por tanto, todo lo que digan es idiota". La premisa de lo anterior es obvia: "los que no están de acuerdo con la idea X que es la que yo apoyo, son idiotas". Y desde luego un idiota es alguien que tiene ideas idiotas.
Sustituya la palabra idiota en el párrafo anterior por cualquiera de sus sinónimos vulgares y tendrá una idea de la carta que recibí.
Un columnista, Bryan Caplan, trató este tema hace poco y citó una frase de G.B. Shaw. "Hace mucho aprendí a no luchar con un cerdo. Se ensucia uno y al cerdo le gusta". Quizá no sea para tanto, pero hay dosis de verdad en esta frase.
El punto es señalar la lección de que quien no está de acuerdo con uno no necesariamente es un idiota. Muy posiblemente sea alguien inteligente. Y más aún, incluso un idiota puede tener ideas acertadas que merecen consideración.
Es decir, negar totalmente la validez de una idea o aceptarla sin condiciones, usando como justificación quién la afirma es un juicio en extremo débil.
Lo que debe evaluarse es la idea por encima de quién la sostiene. Arrojar epítetos, calificativos y palabrotas a quien la defiende es la forma más débil de criticar y por eso, la más común.
Hace poco un amigo me mostró una columna, de alguien desconocido, que proponía una idea en verdad débil para la solución de la pobreza en el campo mexicano. Podemos calificar a la idea como necia porque la conocemos en la explicación del escritor, pero no podemos decir que el autor es idiota, porque no lo conocemos.
Y es que realmente no hay manera de suponer que la otra persona es idiota. Quizá se trate de un error del que no se ha dado cuenta. O, incluso, es una posibilidad real que el equivocado sea uno y no el otro.
Todo esto se conoce como argumentos ad hominem y son los que niegan la validez de una idea por medio de la descalificación de su fuente de origen. La gran ventaja de hacer esto es que no se requiere pensar, ni haber entendido la idea a criticar.
Tome usted El Código da Vinci y una encíclica papal y verá lo sencillo que es atacar el escrito usando adjetivos calificativos aplicados a su escritor. Ni siquiera hay que haber leído los textos para negar su validez. Desde luego ayuda conocer la fuente original ya que es información útil, pero eso no basta.
Por mi parte, agradezco profundamente al escritor del correo que recibí la atención que tuvo conmigo. Sé que no fue esa su intención y que pretendió otra cosa.
Sin embargo, logró hacerme pensar y enfatizar que debo evitar ese tipo de argumentación que está basado en la idea de que quien no cree en lo que yo creo es un idiota. Pensar así es soberbio y la soberbia, lo sabemos, tiende a atontar.
Y me hizo recordar algunas de las ideas de la escuela, cuando se nos enseñaba sobre los griegos y los diálogos de los filósofos. Me parece que entre ellos existía más civilización que ahora, al menos en esto de argumentar en busca de la verdad y sin necesidad de insultar. Gracias, querido escritor de esa carta, cuyo nombre no recuerdo.
gg@ contrapeso.info