JANNETH ALDECOA /JOSÉ ALFREDO BELTRÁN
Me gustaría tener la sobrada inspiración y verbo para referirme al acontecimiento que hoy nos ocupa, el Día de la Madre, pero ante la estrechez de la alforja de mis ideas, recurro a los sentimientos expresados en distintas épocas, por gente bendecida por las musas. La ocasión lo merece.
Inicio pues, con un fragmento del poema "Mater Admirabilis" del poeta yucateco Antonio Mediz Bolio: "Todos los hombres de todos los tiempos aprendieron a hablar con esta palabra, las luces de los cielos se encendían oyéndola, los árboles de la tierra florecieron escuchándola, y los pájaros la cantaron en sus nidos y en el bramido de las fieras retumbaba... Cuando nació la vida, todo dijo: ¡Madre luz!, ¡Madre tierra!, ¡Madre agua! y se prendieron los fuegos de los sacrificios en las cimas broncas de las montañas..."
El Día de la Madre es una festividad de honra que ocupa un lugar especial en el almanaque de más de 50 países, festejo que la mayoría de todos nosotros celebramos en torno de nuestra progenitora, de la abuela y con la de nuestra pareja, o en su caso, añorando los cariñosos momentos que nos brindaron las que viven en el universo de nuestros recuerdos.
"A una madre se le quiere siempre con igual cariño y a cualquier edad se es niño cuando una madre se muere"; es lo que decía el escritor español José María Pemán.
La figura materna ha sido objeto de adoración a lo largo de la historia de la humanidad. En los tejidos míticos de las viejas culturas, la mater admirabilis era encarnada por alguna deidad bondadosa y no puede ser de otra manera, ya que la palabra madre significa la entrega inconmensurable del amor.
Al respecto, el novelista francés Honoré de Balzac, acuño la siguiente frase: "Jamás en la vida encontraréis ternura mejor y más desinteresada que la de vuestra madre".
Los que han documentado el transcurrir histórico de tan bonita fecha, cuentan que gracias al esfuerzo nacional de la estadounidense Ana Jarvis, en el año 1914, se logró que el entonces presidente de su país, Woodrow Wilson, declarara el día de la madre como fiesta nacional de los Estados Unidos de América, asignando el segundo domingo del mes de mayo como la fecha de celebración.
Por supuesto, la dedicación se fue extendiendo hacia otros países y en el nuestro, gracias a una iniciativa lanzada por el periodista Rafael Alducín Bedoya, fundador del periódico Excélsior, se oficializó a partir del año 1922; para ello, contó con el apoyo del maestro José Vasconcelos, quien fungía como Secretario de Educación.
Sin embargo, de acuerdo a una versión que se da en la página electrónica NotieSe, la intención de incluir en nuestro calendario el homenaje a las madres, no tuvo el noble fin de reconocer su valía, sino que fue una acción gubernamental para frenar la simpatía que empezaba a ganar el movimiento feminista yucateco que perseguía impulsar el control natal a lo largo de toda la Nación.
La entrega de amor de la madre a sus hijos, va más allá de la pacífica bondad y ternura, pues ante cualquier amenaza a sus cachorros, se convierte en una furia incontrolable y no le importa comprometer su vida por tal de defender a los suyos. La escritora británica Agatha Christie manifestó lo siguiente, a propósito de la transición que puede sufrir el afecto materno: "El amor de una madre por un hijo no se puede comparar con ninguna otra cosa en el mundo. No conoce ley ni piedad, se atreve a todo y aplasta cuanto se le opone".
El quehacer materno no se ha limitado al territorio del hogar. Combinando magistralmente su vital papel en la conducción familiar, se convierten en importantes contribuyentes en el apoyo de la economía familiar y han dejado constancia de su crédito intelectual en las distintas actividades que hacen latir a la sociedad. Se destacan en las luchas sociales y en los movimientos bélicos de todos los tiempos, también han estado presentes.
Aquí cabe un fragmento de la canción "Señora, señora, señora" de la autoría de la cantaautora brasileña Denise de Kalafe: "... a ti mi guerrera invencible/ a ti mi luchadora incansable/ a ti mi amiga constante de todas las horas/ tu nombre es un nombre común/ como las margaritas/ siempre en mi poca presencia/ constante en mi mente/ y para no hacer tanto alarde/ esta mujer de quien hablo/ es linda mi amiga gaviota/ su nombre/ es mi madre".
A lo largo de nuestro crecimiento como individuos cometemos muchos errores e incluso, llegamos a ofender a nuestra madre. Pero ella aguanta a pie firme nuestras afrentas, nuestro alejamiento, regando con las lágrimas calladas el amor que nos prodiga, para no dejarlo morir cual planta deshidratada.
Tengo la suerte de que mi madre está viva y de externarle de forma directa, junto con mis hermanos, a nuestra manera, el agradecimiento y el cariño que le tenemos, ya que como muchas madres mexicanas, dio, y continúa haciéndolo, a favor de nuestro bienestar.
Va también mi admiración y amor para Ana, la mujer con la que he podido formar una familia que ya también empieza a ramificarse.
"¡Mater admirabilis! madres piadosas, madres buenas... ¡Gracias!
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