"México ha perdido en estos años, entre otras razones por su egoísmo, una porción muy grande del prestigio que tenía entre las naciones en otros tiempos, cuando daba con generosidad apoyo a las causas que consideraba justas."
Carlos Tello Díaz/APRO
El 26 de diciembre de 2004 ocurrió un desastre que no tiene precedentes en la historia, que segó o demolió la vida de cientos de miles de personas en países separados por miles y miles de kilómetros, localizados desde el sureste de Asia hasta las costas de África. Ese día, el Gobierno de Fox reaccionó con una carta en la que expresaba las condolencias del pueblo de México. Todo mundo estaba entonces de vacaciones. Más tarde, el 29, todavía de vacaciones, anunció una aportación de 100 mil dólares para las víctimas del maremoto, cantidad que al día siguiente la Cancillería indicó, solemnemente, que había sido ya depositada a las 11:51 horas en la cuenta de JP Morgan Chase International. Era una cantidad irrisoria: inferior al sueldo anual de un comisionado del IFAI, apenas similar al de un consejero del IFE. Una cantidad ridícula. Para entonces, era ya sabido, las cifras de los muertos y los desaparecidos ascendían a decenas de miles de personas. Las críticas hechas a México por diversos funcionarios de la ONU, el país, era obvio, podía aportar muchísimo más, propiciaron una reunión de gabinete el 4 de enero, cuando ya todos estaban de regreso de vacaciones de Navidad. El gobierno, preocupado por la imagen de mezquindad que proyectaba en el mundo, planteó hacer una especie de Teletón para recaudar fondos, o bien enviar a la región frijol (idea rechazada porque nadie lo conoce allá), arroz (también desechada porque hay demasiado allá) y café (descartada en fin porque no es un artículo de primera necesidad, ni aquí ni allá). Un par de días más tarde, Fox anunció por televisión una nueva donación, esta vez de un millón de dólares, junto con sobres de suero y frascos de desinfectante para el agua. "Hoy, la magnitud de la tragedia nos obliga a multiplicar nuestra generosidad", dijo muy contrito en el mensaje. ¿A qué generosidad se refiere Fox? Que lo diga, porque no queda claro. Portugal, con una economía muy inferior a la nuestra, aunque con el recuerdo del maremoto que arrasó su capital, Lisboa, en el Siglo 18, ofreció 11 millones de dólares, según datos aportados por la ONU. Japón, que sufre con frecuencia el azote de los tsunami, sabemos que ofreció 500 millones. Alemania, Canadá e Inglaterra han propuesto la suspensión del pago de la deuda de los países afectados por el desastre. Pero no hay que ir tan lejos: la cementera Cemex de Monterrey anunció que, con sus 26 mil empleados, hará un donativo de 2 millones de dólares para las víctimas del maremoto en Asia. La mezquindad no ha sido monopolio del gobierno. La Arquidiócesis de México, por ejemplo, entregó el 9 de enero un cheque "simbólico" de un millón de pesos a una organización que depende de la propia Conferencia del Episcopado Mexicano. Norberto Rivera seguía aún de vacaciones, así que quien hizo la donación fue el obispo auxiliar de la Ciudad de México. Este hombre tuvo la ocurrencia de aclarar, como si fuera necesario, que a pesar de que las víctimas son en su mayoría musulmanes o budistas, "la solidaridad debe estar por encima de la confesión religiosa". Muchos diarios del país, inclusive los más serios, tuvieron el mal gusto de hacer bromas el 28 de diciembre, Día de los Inocentes, cuando en esos momentos morían miles de personas en Asia. ¿Para qué quitar los chistes si ya estaban previstos desde antes de las vacaciones? ¿No era demasiado laborioso tener que repensar las páginas? Pocos analistas comentaron el tema de la mezquindad, que es en realidad escandaloso. Uno de los pocos fue Lorenzo Meyer, en un texto muy elocuente publicado el 6 de enero en Reforma. "Para que México pueda hablar con autoridad moral y política en nombre propio y del enorme mundo del subdesarrollo al que pertenece", dijo, "debe mostrarse clara e inteligentemente generoso con otros países pobres, en particular con aquellos donde indicadores como el ingreso per cápita muestran que, en términos generales, están en condiciones más difíciles que las nuestras. "Tal es el caso de Sri Lanka, con un IPC seis veces menor que el mexicano; de Bangladesh, con otro 14 veces más bajo, o bien de Somalia, con uno equivalente a una cincuentava parte del mexicano". No sólo es moralmente necesario dar ayuda a los países que sufrieron la tragedia; también es políticamente conveniente, como lo supo bien Colin Powell al recorrer con Jeb Bush la zona de desastre del país que tiene más musulmanes en el mundo: Indochina. "En proporción, México no debería hacer, y ser, menos que los países ricos", abundó Meyer. "Nuestro gobierno tiene la obligación de hacer notar su presencia en el teatro mismo de la catástrofe con el envío de representantes y ofrecer recursos y propuestas significativas". Tal vez sea pedir peras al olmo. "¿Dónde está el secretario de Relaciones Exteriores?", se escuchó preguntar en la Cámara de Senadores. "¿O es que para el señor secretario Derbez la aflicción que se está viviendo en el sudeste asiático desde el 26 de diciembre no es suficiente para dejar por un momento su promoción personal?". Pero el secretario no tiene remedio. Ni siquiera estuvo presente para la reunión anual de embajadores en la Cancillería. México no ha sido el único país, como sabemos, en reaccionar con mezquindad a la tragedia. Originalmente, Estados Unidos prometió apenas 15 millones de dólares para ayudar a las víctimas. Esa suma, ridícula para un país tan rico, se convirtió en un motivo más para despreciar a Bush, quien tuvo que multiplicar su compromiso a 350 millones de dólares, un "primer paso" para enfrentar la tragedia, subrayó, luego de pedir el apoyo de su padre y de Bill Clinton para reunir más fondos en Estados Unidos (país que otorga una ayuda promedio muy baja a los pueblos más pobres: 15 centavos de cada 100 dólares de ingreso nacional, cifra que contrasta por ejemplo con los 84 centavos de Dinamarca). La mezquindad de los otros no debe consolar a nadie. México ha perdido en estos años, entre otras razones por su mezquindad, una porción muy grande del prestigio que tenía entre las naciones en otros tiempos, cuando daba con generosidad apoyo a las causas que consideraba justas. ¿GENEROSIDAD? La donación que otorga el Gobierno federal para las víctimas del maremoto es de un millón de dólares, junto con sobres de suero y frascos de desinfectante para el agua.