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"Adolfo Aguilar Zinser: Con la camiseta puesta"

"Mientras más tiempo estén cerradas las universidades iraquíes, más durará la ocupación. La UNAM ha sido a lo largo de su accidentada vida un buen ejemplo de ello."

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10/12/2004 00:00

    Gestionan

    Después de estar ausente durante casi toda mi vida adulta de los estadios de futbol, asistí el miércoles al juego de la final de liga entre el Monterrey y los Pumas en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria. Lo hice por tres motivos: primero por curiosidad, por ver en acción a la afición universitaria con la que irremediablemente me topo en cada esquina. En segundo lugar, por experimentar algo que como padre no había hecho nunca antes, acudir con mi hijo mayor a las graderías de un estadio futbolero a vitorear a coro, hasta desgañitarnos, las jugadas y los goles del equipo favorito. En tercer lugar, porque un buen amigo, universitario, gran aficionado, firme partidario de los Pumas y conocedor profundo del balompié, me regaló unos boletos. No hablaré ahora, con la tenue y efímera autoridad deportiva que adquirí en los 90 minutos de un solo juego, de los habilidosos lances de los Pumas o de la genial estrategia de su director técnico. Cualquier intento que hiciese aquí por escribir sobre futbol soccer, me acarrearía la enemistad eterna, la denuncia implacable y la descalificación fulminante de Germán Dehesa y de Javier Solórzano. Me convertiría yo ante los ojos de esos y de algunos otros apreciables amigos, en un vil aficionado impostor. Entiendo muy bien que los territorios del pensamiento y de la opinión futbolística no son, a diferencia de cualquier otra ciencia social o exacta, para neófitos. Hace poco escuché a un connotado político hablar con absoluta certeza y convicción de la fusión nuclear. Eso sí se vale, lo que resulta inadmisible y muy peligroso es improvisar sobre futbol; hacerlo, sin haberse graduado de cuando menos unas 10 temporadas de liga y unos cuatro campeonatos mundiales, en las graderías, entre la multitud y sin importar el costo de la entrada, el clima o la coyuntura política, es una insensatez. No, esta colaboración no es para hablar de futbol, sino de la fuerza abrumadora de la afición universitaria. Nuestro arribo al estadio fue tardío, eran ya pasadas las 20:00 horas cuando por fin atravesamos el túnel y quedamos frente al deslumbrante pasto. Para entonces, nuestros lugares habían sido ya ocupados y no me sentí con el valor para intentar reconquistarlos, así que siguiendo a mi hijo, crucé el estadio entre la multitud, de un extremo al otro, hasta encontrar asientos disponibles, no casualmente debajo de la porra del Monterrey y a un lado de la valla de granaderos. La porra de los Pumas partía del centro del estadio, a uno y otro lado del campo y se desparramaba hacia las porterías. Observé la formación de varios núcleos de porristas aglutinados en torno a diversas instancias: escuelas, facultades, barrios, colonias, etc. identificadas por gigantescas mantas y banderas. No obstante esta, llamémosle, pluralidad en el origen y procedencia de los aficionados a los Pumas, la multitud se convirtió, a la hora de entonar los goyas o de reclamar una mala decisión del árbitro, en una sola voz, manos alzadas en perfecta armonía de movimiento, cadencias y ondulaciones ejecutadas al unísono con impecable perfección; como si la multitud fuese, toda ella, un solo organismo rugiente (o casi toda, porque allá en una esquina, atrás de la entrada a los vestidores, se hacia notar la ruidosa pero frágil porra del Monterrey). Después de lo que en esta ciudad se ha estado viviendo, de lo caldeados que están los ánimos políticos, de la preocupante falta de cohesión social y de la proclividad a la confrontación y la violencia que padecemos, el espectáculo de la afición universitaria, en plena acción, entusiasta, eufórica pero sin desenfreno, me resultó reconfortante. Confieso los temores a la volatilidad de las turbas con los que fui al estadio; lo que encontré, sin embargo, no fue exaltación, acometividad, actitudes desafiantes o de encono sino una entusiasta y contagiosa calidez y camaradería. El Estadio Olímpico estaba atiborrado primordialmente de jóvenes, ufanos de estar ahí, entonando a toda garganta, una y otra vez, el goya a la Universidad. Su afición por los Pumas me pareció ser un sentimiento que va más allá del futbol y se expresa en el orgullo de portar la camiseta, no simplemente de un equipo, sino de la Universidad misma, de la UNAM. Se sea o no universitario, la UNAM es hoy una institución con la que da orgullo identificarse. En ello estriba también la gigantesca afición que han despertado los Pumas. En medio del desprestigio que sufren las instituciones nacionales, del escepticismo y la desconfianza pública en ellas, la UNAM se ha convertido en uno de los muy pocos referentes de solidez en el país. Hasta hace muy poco, la UNAM era vista por el resto de la sociedad como una institución desbordada por las pasiones radicales, desarticulada y enferma, de gran fragilidad académica e incapaz de gobernarse a sí misma. Mientras el país se precipita en una crisis de confianza, la UNAM ha recuperado la propia y da muestras cotidianas dentro y fuera de México, de la riqueza y diversidad de pensamiento universitario, de la solidez académica y de la excelencia intelectual y científica de muchas de sus escuelas e institutos. Existe y está en marcha un verdadero proyecto universitario, un proyecto comprensivo y abarcante de universidad pública en el que están incluidas las áreas científicas y técnicas, lo mismo que las humanidades y las artes, un proyecto universitario que estimula y compromete y que muy bien explica el éxito futbolístico de los Pumas. Esto le ha dado cohesión y sentido de propósito, disciplina certidumbre y capacidad de trabajo a los universitarios. La vida universitaria no se ve interrumpida hoy por la incertidumbre y la precariedad. Como miles y miles de aficionados lo presenciamos la otra noche en el Estadio Olímpico, la UNAM es un sitio cargado de energía, de vitalidad y de fuerza, pero al mismo tiempo un lugar en el que la comunidad universitaria manifiesta responsablemente su cohesión y sus anhelos de éxito y de victoria. A diferencia de lo que ocurre en muchos otros espacios del país, la UNAM es hoy por hoy un lugar entusiasta y optimista. En este sentido, la universidad ha logrado convertirse, de la mejor manera, en lo que siempre ha querido ser: un territorio liberado para la agitación y la rebeldía intelectual, para el pensamiento, la investigación científica de vanguardia, para la reflexión y la crítica social. Recientemente el Rector Juan Ramón de La Fuente acudió en París a una reunión de la Asociación Internacional de Universidades. Ahí se planteó la idea de apoyar a las universidades iraquíes en su esfuerzo por levantarse de la destrucción que han sufrido después de dos guerras y una humillante ocupación extranjera, para rehabilitarse y reconstituirse. Acertadamente el Rector de la Fuente comprometió a la UNAM en la preparación de un diagnóstico que permita diseñar una estrategia de recuperación de la vida universitaria de Iraq, país ocupado por Estados Unidos. En el Consejo de Seguridad de la ONU, donde este asunto se discutió, México se opuso sin ambigüedades a la invasión estadounidense a Iraq y la inmensa mayoría de los mexicanos estamos hoy en contra de esa ocupación militar, política y económica. Si algo sensato y congruente con esta postura podemos hacer ahora los mexicanos para combatir con eficacia la ocupación de Iraq, es apoyar la reapertura y recuperación de las universidades. Esa es la vía más cierta a la liberación de Iraq. Por tanto, el compromiso hecho en Paris por el Rector de la UNAM, en nada valida la invasión y sí en cambio fortalece una trinchera imprescindible para resistirse a ella, para oponerse a la ocupación no con la metralla, sino con el pensamiento que a la postre será el arma más eficaz para desalojar a los invasores. Tanto en Iraq como en México las barricadas del pensamiento y la enseñanza universitaria son las trincheras de la liberación. Mientras más tiempo estén cerradas las universidades iraquíes, más durará la ocupación. La UNAM ha sido a lo largo de su accidentada vida, un buen ejemplo de ello.