Héctor Tomás Jiménez
No hay duda que todos los seres humanos buscamos, de una u otra manera mantener una estabilidad emocional que nos brinde tranquilidad en nuestras relaciones interpersonales y por ende, una felicidad compartida con los demás. Para lograr esa tranquilidad emocional, es necesario trabajar en la consecución de una serie de atributos que deben vivirse como hábitos de vida cotidiana. Estos atributos desde mi percepción de vida son entre otros, la prudencia, la paciencia y el perdón.
De la prudencia se dice que es la madre de todas las virtudes, ya que a podríamos definirla en palabras justas como una virtud, que nos ayuda a actuar frente a las situaciones diarias de la vida, con mayor conciencia, pues es la virtud que permite abrir la puerta para la realización de las otras virtudes y las encamina hacia el fin último del ser humano hacia su progreso interior. Gracias a esta virtud humana, nuestra personalidad concordará con alguien decisivo, emprender, comprensivo y conservador. Se dice también que la prudencia es una virtud que pasa inadvertida ante nuestros ojos, ya que es muy discreta, y por lo mismo, quienes la viven y practican son personas que viven de manera razonada ante la vida y por lo mismo, toman las decisiones acertadas en el momento y lugar adecuado; lo que se proponen lo logran con éxito. Las personas que practican esta virtud en las situaciones más difíciles demuestran calma y serenidad, entre otros atributos.
Esta virtud, nos ayuda a actuar correctamente ante cualquier circunstancia, mediante la reflexión y razonamiento de los efectos que pueden producir nuestras palabras y acciones en la misma. Ser prudentes, nos permite cultivar un respeto hacia los demás cosechando admiración y respeto, en tanto que la falta de prudencia siempre tendrá consecuencias en todos los ámbitos de nuestra vida diaria. El imprudente siempre es mal visto por los demás.
La paciencia, es otra de las virtudes necesarias para aprender a vivir dentro de un estado de ánimo de calma y tranquilidad emocional. Esta virtud nos permite templar el carácter ante las dificultades de la vida y viene a ser como la semilla de la resiliencia, que se define como la capacidad de adaptación que el ser humano tiene de manera intrínseca ante las adversidades. El ser pacientes nos blinda frente a lo inesperado, pues se nutre de otras dos virtudes teologales que son la fe y la esperanza, fe como don inquebrantable y esperanza como seguridad y confianza en los designios del ser supremo. Ser pacientes, es actuar a imagen y semejanza del altísimo, que siempre está ahí para acogernos en su regazo espiritual con la virtud del perdón. Contrario sensu, la impaciencia nos lleva directo a la desolación anímica y por lo mismo, a la depresión física y emocional. Ser impaciente suele asociarse a la impulsividad, a un alto nivel de activación, a cierta intolerancia a la frustración, pero sobre todo a la necesidad de obtener la consecuencia positiva a corto plazo y a la dificultad para demorar el resultado. Así pues, la falta de paciencia nos lleva a la destrucción anímica por la frustración que se genera al no obtener lo esperado. El ser paciente es una virtud divina.
El perdón es una cualidad o atributo que nos permite mantener un estado de consciencia cercano a la divina espiritualidad, pues el perdón es necesario para mantener tranquilidad y gozo interior del alma, y debe verse siempre desde dos puntos de vista, el perdón de solicitamos por nuestros malos actos, va matizado de un alto contenido de arrepentimiento y conciencia plena de nuestros actos, en tanto que el perdón que otorgamos ya sea que nos sea o no solicitado, es la virtud que nos engrandece el alma y nos acerca más al espíritu del creador supremo. Debemos aprender a perdonarnos a nosotros mismos en nuestras fallas y errores, y a los demás en todo aquello que consideramos agresión a nuestros egos. El perdón va de la mano con la tolerancia y la comprensión, y nos engrandece como personas frente a los demás. Una persona compasiva, sabe perdonar, de ahí que perdón y compasión, sean virtudes humanas que vayan siempre juntas.
Así que como propósitos de nuevo año, debemos al menos tratar de conseguir prudencia en nuestro actuar, paciencia en esperar y perdón para vivir. JM Desde la Universidad de San Miguel.
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