"¡Patria o muerte!"

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05/05/2007 00:00

    NOROESTE / REDACCIÓN / SHEILA ARIAS

    La consigna completa es: "¡Patria o muerte! ¡Venceremos!" Son los tonos y los sonsonetes de los años 60 y 70. Fidel era un David que desafiaba y se enfrentaba al imperialismo yanqui. Cuba, primer territorio libre de América, trabajaba por la revolución en todo el mundo.
    Era el momento de crear uno, dos, tres Viet Nam. El Che Guevara predicó con el ejemplo y murió en la Higuera. Nadie confiaba en la vía pacifica y mucho menos en la democracia. El golpe de Estado en 1973 en Chile barrió cualquier esperanza. La revolución no admitía medias tintas: ¡Patria o muerte!
    Los 80 fueron los años de la desilusión y el colapso. El "socialismo real" no era el reino de la abundancia ni del progreso tecnológico.
    Estados Unidos le aventajaba en ambos terrenos. La URSS era una potencia militar, pero tenía pies de barro. Y eso sin mencionar la falta de libertades y la opresión bajo la que vivían los obreros y los campesinos. Cuba no era la excepción. Tenía, eso sí, su sabor tropical.
    Fidel Castro era la encarnación del Estado y el espíritu revolucionario. Su estampa y sus gestos recordaban la larga historia de los caudillos hispanoamericanos. Su hermandad con Hugo Chávez, hoy, es la reedición de ese temple.
    La izquierda mexicana llegó mal y tarde a los cambios de la segunda mitad del Siglo 20. La corriente marxista, en todas sus variantes, definía al "socialismo real" como una forma de organización superior al capitalismo.
    Los más críticos entre ellos reconocían deformaciones o insuficiencias, pero los logros históricos de la revolución obrera, de la planificación de la economía y de lo que definían como una sociedad igualitaria y más justa les parecían irrenunciables. Su convicción era la de Trotsky: el socialismo burocrático no era perfecto, pero había que tomar partido siempre por los Estados obreros y oponerse al capitalismo en su fase imperialista.
    Los maoístas introdujeron algunas variantes. Definían a la URSS, por razones geopolíticas, como una potencia imperialista. La verdadera patria del socialismo era China, no Rusia. Frente al revisionismo del social-imperialismo, Mao había continuado el pensamiento revolucionario de Marx-Engels-Lenin-Stalin. Así que por ese lado tampoco había duda alguna. Las sociedades socialistas eran históricamente superiores al mundo occidental.
    La historia avanzaba por la periferia. La crítica de la economía de mercado y de la democracia burguesa, que formuló Marx en 1867, seguía siendo válida.
    Los priistas de izquierda no compartían esa doctrina. La gesta de 1910 les parecía un movimiento precursor: la primera revolución social del Siglo 20. No había por qué importar ideologías exóticas.
    Sin embargo, compartían con la izquierda una serie de valores: desconfiaban de la economía de mercado, cuestionaban la democracia formal, se asumían como la vanguardia de los obreros, los campesinos y las clases medias, combatían a la "reacción" y condenaban al imperialismo yanqui. En suma, no creían ni en el libre mercado ni en el sufragio libre y efectivo para mantenerse en el poder.
    La caída del Muro de Berlín en 1989 y la posterior desaparición del bloque socialista e incluso de la URSS cayó como un balde de agua fría. Todas las proyecciones de la izquierda iban en sentido opuesto. El colapso del capitalismo había sido pronosticado por el propio Marx.
    Y ya en el Siglo 20, antes y después de la revolución de octubre, las teorías revolucionarias explicaban científicamente el próximo derrumbe del mundo occidental. Era sólo cuestión de tiempo. Las contradicciones del sistema capitalista engullirían al imperialismo yanqui y sus satélites.
    El colapso del socialismo real borró de un plumazo las obras completas de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao... para no hablar de Fidel Castro que tiene incontinencia verbal pero es ágrafo. La izquierda se despertó así en una completa orfandad. No había brújula ni coordenadas.
    El sismo no dejó piedra sobre piedra. Empezó entonces un proceso de rectificación. La economía de mercado no era tan mala, lo que era inaceptable era el "neoliberalismo". La democracia formal no debía ser sustituida por la dictadura del proletariado, pero debía ser adjetivada. La vía armada no era el camino y Fidel Castro estaba lejos de ser un santo de altar.
    El contexto histórico favorecía esa "renovación". Cárdenas había obtenido un resultado extraordinario el 6 de julio de 1988, el sistema se había caído, Salinas de Gortari había asumido el poder en medio de una crisis de legitimidad y en mayo de 1989 se había fundado el Partido de la Revolución Democrática.
    Los vientos eran propicios para que naciera una nueva izquierda comprometida con la democracia y con la economía de mercado. Por esos mismos años, el Partido Socialista Obrero Español renunciaba a la doctrina marxista-leninista y se aprestaba para ganar la presidencia del Gobierno en España.
    Pero los vientos del cambio soplaron de manera más compleja de lo previsto. La oposición sistemática del PRD al gobierno de Salinas de Gortari confinó a la izquierda en un discurso contestatario. No sólo se atacó todas y cada una de las reformas económicas que eran indispensables, sino que además negó los avances graduales que se alcanzaron en el campo electoral.
    En ambas materias se equivocó: a) porque el modelo proteccionista-estatista era insostenible desde finales de los 70 y se colapsó con la crisis del 81-82; b) porque el 2 de julio de 2000 no se puede explicar sin el cambio gradual que se inició en 1989.
    Para colmo, el levantamiento zapatista del primero de enero de 1994 despertó todos los fantasmas y los demonios que albergaban los perredistas. De un día para otro se vieron defendiendo y argumentando a favor de tesis y principios que habían abandonado.
    La vía armada dejó de ser condenable y las "inconsistencias" de la democracia burguesa les parecieron nuevamente inaceptables. La paradoja era mayor: Marcos era la negación encarnada de todo el proceso de renovación que había emprendido el PRD apenas en 1989.
    La segunda caída ha sido grotesca y fatal. AMLO personifica al priismo más duro y rudimentario. Pero no sólo eso. Su "radicalización" ha puesto al PRD al margen de la legalidad y la política. Impera el vacío y el ruido. La consigna ya no es ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos! sino ¡AMLO o Muerte! ¡Perderemos! Todo esto se resume en una tesis simple: López llegó para quedarse. Es más, ya está en campaña para 2012.
    El PRD no es ni será la izquierda democrática y moderna que México necesita. Es tiempo de voltear la vista hacia otro lado... le Peje a quien le Peje.