Héctor Tomás Jiménez
Con mucha frecuencia los seres humanos nos encontramos en situaciones incomodas por el simple hecho de que somos intolerantes ante nuestro entorno.
Dicha incomodidad, nos propicia, como mecanismo de defensa, proferir maldiciones y enojos en contra de tal o cual persona, sobre todo por la impotencia que sentimos frente a lo que consideramos una agresión.
Esto es común a la hora de conducir nuestro automóvil en calles de alto tráfico y donde todos, dan la impresión de que quieren llegar antes, y más aún cuando nos rebasan los camiones del servicio público, pues estamos condicionados a que la gran mayoría de los choferes, por no decir todos, son lo que llamamos unos "cafres del volante"
En fin, lo que importa es que alteramos nuestro estado de ánimo y ponemos en manos de los demás el control de nuestras emociones, cuando en realidad lo que debemos hacer es tomar las cosas con calma, darnos cuenta que solo podemos cambiar lo que está en nuestras manos y sobre todo, dejar de maldecir o proferir insultos en contra de los demás, y contrario sensu, bendecir cada uno de los actos y situaciones a los que nos enfrentamos, y alcanzar con nuestras bendiciones o pensamientos positivos a todas las personas que están alrededor nuestro.
Contra lo que pudiera pensarse que el acto de bendecir está reservado a los ministros de culto o sacerdotes que lo hacen en nombre de Dios, la verdad es que bendecir debe de ser una acción cotidiana y permanente de todos nosotros, pues el solo hecho de estar vivos y poder disfrutar del esplendor del día y la belleza que nos ofrece; es algo que debe convertirse en un hábito mediante el cual podamos agradecerle al creador sus complacencias cotidianas para nuestra persona y familia, trabajo, amigos, y todo lo demás.
El arte de bendecir es en la práctica cotidiana, como un acto mágico, pues en la medida en la que vivamos conectados a través de pensamientos positivos con nuestra energía divina, las bendiciones que proferimos y enviamos a los demás, llegarán siempre a nosotros multiplicadas, generándonos estados de bienestar positivos. En otras palabras, las bendiciones son como un blindaje a las malas vibras, a las envidias y las insidias de los demás. Es por ello, que debemos vivir bendiciendo cada acto de nuestra vida.
Pierre Pradervand escribió en el año de 1998, un pequeño breviario de sabiduría que intitulo: "El Arte de bendecir" el cual he tomado como inspiración para el presente artículo. De este libro que se puede leer en la red de internet como libro electrónico, tomo los párrafos siguientes, con el fin de hacer énfasis en nuestro propósito, que no es otro más que sembrar en muchas personas, la semilla del amor incondicional a través de las bendiciones.
Pradervand dice: "Al despertar bendecid vuestra jornada, porque está ya desbordando de una abundancia de bienes que vuestras bendiciones harán aparecer. Porque bendecir significa reconocer el bien infinito que orma parte integrante de la trama misma del universo. Ese bien lo único que espera es una señal vuestra para poder manifestarse.
"Al cruzaros con la gente por la calle, en el autobús, en vuestro lugar de trabajo, bendecid a todos. La paz de vuestra bendición será la compañera de su camino, y el aura de su discreto perfume será una luz en su itinerario. Bendecid a los que os encontréis, derramad la bendición sobre su salud, su trabajo, su alegría, su relación con Dios, con ellos mismos y con los demás. Bendecidlos en sus bienes y en sus recursos. Bendecidlos de todas las formas imaginables, porque esas bendiciones no sólo esparcen las semillas de la curación, sino que algún día brotarán como otras tantas flores de gozo en los espacios áridos de vuestra propia vida."
"La práctica de la bendición en el sentido antes descrito, es una forma privilegiada de desarrollar una conciencia espiritual constantemente centrada. Es también un instrumento muy eficaz para crecer en amor universal y no juzgar a nadie. Cuando derramas la bendición sobre la felicidad de todas las personas con las que te cruzas o relacionas, sin fijarte para nada en sus apariencias, en su porte o en su expresión, deseando de verdad la felicidad para cada uno de ellos, sinceramente, con todo tu corazón, es imposible que ese corazón no se ensanche. Podría ser un pequeño cajón; se convertirá en un gran templo." (Fin de la cita) JM Desde la Universidad de San Miguel.
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