"¿Puede existir un Islam moderado?"

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13/01/2015 00:00

    JANNETH ALDECOA / JOSÉ ALFREDO BELTRÁN

    Un axioma de las respues­tas discursivas ante los atentados de París con­siste en una especie de mantra. Los islamistas radicales, o los extremistas islámicos responsa­bles de los odiosos crímenes contra la libertad de expresión y contra la comunidad judía en Francia (la ter­cera del mundo, después de Israel y Estados Unidos), no representan a los auténticos musulmanes o en todo caso a la inmensa mayoría de los devotos de Alá y de su profeta. Esta afirmación comienza a volver­se problemática, y se vincula a una pregunta espinosa: ¿existe un Islam moderado?
    En abstracto, por supuesto que sí. La religión musulmana -mucho más un credo existencial que reli­gioso- se caracterizó durante si­glos por su tolerancia, su abertura a otras creencias y su capacidad de incluir distintas interpretaciones del propio Corán. No hay nada in­trínseco, consustancial al Islam, que arrastre a sus adeptos a la vio­lencia, al extremismo o a la intole­rancia, aunque la dificultad inicial de fijar una clara separación entre mezquita y Estado, entre religión y ley, entre la fe y un código de con­ducta de vida, pudo contener la semilla del dogmatismo ulterior.
    Sabemos, obviamente, que las dirigencias musulmanas de las co­munidades en Europa Occidental -hasta el líder de Hezbollah- han denunciado los sangrientos he­chos de París, y proclaman, una y otra vez, que ese no es el Islam que defienden. Es evidente que abun­dan los musulmanes individuales en Francia, pero en Turquía tam­bién, que no comparten el extre­mismo de EISL o EISI y Al-Qaeda. Y es obvio que en varios países hoy -cada vez menos- sí subsiste un Islam moderado.
    Los casos más conocidos son las dos comunidades musulmanas más numerosas del mundo: Indo­nesia y la India. Bangla Desh, de una manera muy peculiar y con­traintuitiva Irán, y quizás, Jorda­nia, Marruecos y Turquía -cada vez menos- completan la lista. Pero otros países no árabes con una fuerte presencia islámica -el mejor ejemplo, desde luego, es Nigeria- no pueden decir lo mismo.
    La pregunta entonces se mati­za. ¿En las condiciones actuales de Europa occidental, del Magreb, del Golfo Pérsico, y de una parte creciente del Sahel, puede existir un Islam moderado? En vista del incremento poblacional musul­mán cada vez más significativo en esos países -mayor en Francia que en cualquier otro país, pero no sólo en Francia-; de la exclu­sión cada vez más aguda en esas sociedades de jóvenes árabes o del Sahel de segunda o tercera genera­ción; de la vigencia de libertades individuales insoslayables y que impiden un control social com­pleto; del fracaso del desarrollo de todos los países de África del Norte y de Medio Oriente, de su explosión demográfica y de la con­siguiente y espantosa frustración de millones de jóvenes egipcios, sirios, iraquís, argelinos e inclu­so marroquís cuando emigran a España; en vista de la tendencia ineluctable de Arabia Saudita de financiar madrasas e imames fun­damentalistas desde la India hasta Liverpool para contrarrestar la modernización iraní; y en vista, finalmente, de la polarización provocada por las intervenciones de Estados Unidos y sobre todo por la imposibilidad de resolver el conflicto entre Israel y los pa­lestinos; ¿hay manera de impedir una radicalización inaceptable del Islam entre esos jóvenes, en esas sociedades, en este momento? Sin saber mucho al respecto, intuiti­vamente, temo que no.