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"Libertades y república laica"

"Quizás somos un País tan laico y secularizado que sólo a unos cuantos les llamó la atención que la semana pasada nos hayamos convertido o estemos en vías de transformarnos en una república laica, constitucionalmente hablando"

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06/04/2012 00:00

    Quizás somos un País tan laico y secularizado que sólo a unos cuantos les llamó la atención que la semana pasada nos hayamos convertido o estemos en vías de transformarnos en una república laica, constitucionalmente hablando. Lo cierto es que deberíamos de estar festejando el hecho de que finalmente y luego de dos años de tenerla detenida, finalmente el Senado aprobó la iniciativa para reformar el artículo 40 de la Constitución, el cual, una vez sancionado por una mayoría de las legislaturas de los estados de la federación, dirá: "Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica, federal compuesta de Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior...". Una sola palabra, "laica", que sin embargo, aplicada como adjetivo a la República, debería consolidar la manera como concebimos el papel de las religiones en los asuntos públicos de los mexicanos. La laicidad viene a consolidar así el principio histórico de la separación del Estado y las iglesias, ya establecido en el artículo 130, pero no se limita a la misma, sino que le agrega varios componentes fundamentales, como es el respeto a la libertad de conciencia, la autonomía de lo político frente a lo religioso (que va más allá de la simple separación), la igualdad de los individuos y sus agrupaciones frente a la ley, así como la no discriminación. La laicidad supone además la transición de un régimen con autoridades basadas o apoyadas en el poder sagrado hacia otro que se sostiene esencialmente en la soberanía popular (como señala el artículo 39 de la Constitución), en el respeto a la voluntad mayoritaria, pero también a los derechos de las minorías.
    Equivocada aunque comprensiblemente, la nota de la semana se la llevó la aprobación del artículo 24 de la Constitución, cuyo iniciativa original, presentada en la Cámara de Diputados, constituía en realidad una seria contrarreforma orquestada por la jerarquía católica, avalada desde hace tiempo por el PAN y presentada y defendida por algunos miembros del PRI. Al final, gracias a la intervención de las fracciones parlamentarias de los partidos de izquierda y de algunos priistas que no estaban de acuerdo con el regalo que se le quería ofrecer al Vaticano y al episcopado católico, la redacción de la propuesta se pudo enmendar, salvo un párrafo que luego fue modificado por el Senado. De esa manera, lo que venía como un burdo intento por desvirtuar al sentido del Estado laico, para mi gusto terminó por convertirse en la puerta que abriría el paso a la laicidad constitucional de la República.
    Cabe aclarar que no todos estuvieron de acuerdo en la redacción final de ese artículo 24, el cual establece ahora que "toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado". Quienes se oponen a la libertad de convicciones éticas ignoran que las declaraciones más difundidas sobre la laicidad, como la que redactamos hace algunos años el profesor Jean Baubérot y un servidor, titulada "Declaración Universal sobre la laicidad en el siglo XXI", se refieren al respeto a la libertad de conciencia y en ese sentido a la libertad de adherirse a una religión, pero también a convicciones filosóficas (es decir éticas), lo que incluye el agnosticismo y el ateísmo. Ignoran también que la libertad de conciencia es central para el Estado laico y en ese sentido para todas aquellas organizaciones que defienden los derechos sexuales y reproductivos. Por ejemplo, para las que defienden el derecho de las mujeres a decidir, "en conciencia", acerca de lo que sucede en su propio cuerpo y por lo tanto para decidir acerca de la posibilidad de interrumpir legalmente un embarazo. Por supuesto que este artículo también abre la puerta para que se legisle acerca de la objeción de conciencia, lo cual no me parece mal, siempre y cuando ese derecho no interfiera con otro, por ejemplo cuando se tiene que garantizar el derecho de una persona a interrumpir un embarazo no deseado. Al mismo tiempo, no se puede dejar de lado que el propio artículo 24 señala que esa libertad (de religión, se entiende) incluye "el derecho de participar individual o colectivamente, tanto en público como en privado, en las ceremonias devociones o actos de culto respectivo", pero también señala que ese derecho existe "siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley" y que "nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política". Por si quedara duda, también se reitera que "los actos religiosos de culto público se celebrarán ordinariamente en los templos" y que "los que extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán a la ley reglamentaria". La oposición a este artículo se entiende con el dicho: "el que con leche se quemó, hasta al jocoque le sopla". Y es cierto que muchos estamos escaldados con los múltiples intentos de contrarreforma de la jerarquía católica. Pero hay que entender que la verdadera libertad religiosa nunca ha existido, histórica y contemporáneamente, más que cuando ha habido un Estado laico. Lo que es el caso en el México de hoy.

    roberto.blancarte@milenio.com

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    Una Segunda Opinión

    Realmente largo plazo

    Eduardo García Gaspar


    Es un asunto de horizontes, de plazos. Se habla de corto, mediano y largo. Pero el problema es el de qué tan corto es el corto y, lo más interesante, qué tan largo es el largo. El tema bien vale una segunda opinión por las consecuencias que tiene. Vayamos paso por paso.
    Un político en campaña suele moverse en el corto plazo, la fecha de la elección a unos meses adelante de él. Más de corto plazo, es su visión de las realidades de la campaña electoral, los hechos de sus opositores, sus actos de campaña, las encuestas de intención de voto. Una vez elegido, su visión se alarga un poco, hasta el término de su período, unos años adelante. Pero sigue con énfasis en el corto con, por ejemplo, las encuestas de popularidad.
    No puede dejarse de mencionar la frase de J. M. Keynes, la de que "en el largo plazo todos estaremos muertos". Usada y abusada, la noción heredada y popularizada es la de la prevalencia del corto plazo a costa del largo plazo. Como una mentalidad en la que sólo importa lo que es inmediato. Es como una victoria del corto plazo.
    Buen contraste tiene con la anécdota que narró un amigo. Preguntó él a un coreano algo acerca de la cultura de su país. Para dar una respuesta razonable, el coreano se remontó unos mil años atrás en la historia. Toda una mentalidad, en la que la victoria se da al largo plazo. Total que tenemos, por razón misma de nuestro mundo, la consideración del tiempo. Eso que nos lleva a entender la vida con pasado, presente y futuro.
    Los plazos tienen que ver con el futuro, del muy cercano hasta el muy alejado. Y tiene que ver con las consecuencias de nuestros actos, los efectos de lo que hacemos. Efectos y consecuencias que se tienen de inmediato un poco después, o en mucho más tiempo. Íntimamente ligado con la virtud de la prudencia, es la sabia anticipación de los resultados de lo que hacemos.
    También, parte de la sabiduría es el pensar más allá de mañana mismo para ver lo que podrá suceder pasado mañana. Tome usted, por ejemplo, a un joven ejecutivo, de unos 30 años, y quizá vea a alguien escasamente preocupado por su jubilación. Ella está demasiado alejada de él. Conforme más alejado esté el momento futuro, menos atención le pondremos. Es humano reaccionar así.
    Nos preocupan más, en lo general, los sucesos próximos que los lejanos, los inmediatos que los posteriores. Sin embargo, la mayoría reconocerá que el lugar en el que viviremos es el futuro y que, por eso, conviene ver más allá de lo inmediato. Viviremos más tiempo en el largo plazo que en el corto. Ahora es donde comparto la sorpresa que me llevé en una conversación con una persona.
    Me dijo lo obvio, al principio, que nuestras acciones deben estar orientadas a las consecuencias que tendrán en el futuro, que las buenas consecuencias inmediatas no deben ser causa para sacrificar las buenas consecuencias del largo plazo. Nada original realmente, pero luego vino el shock mío. Le pregunté cómo definía el plazo largo a lo que agregué que era muy difícil calcular las consecuencias lejanas de mis actos.
    Su respuesta fue contundente: "El más largo plazo posible en el que puedas pensar, realmente largo, el mayor de todos". Seguí un tanto escéptico y presioné a la persona sobre qué tan largo era su largo plazo. "El más largo de todos, toda tu vida, sabiendo que eres inmortal, tu alma lo es". No había pensado en eso de esa manera. Pero siguió hablando.
    "Tú crees que es difícil ver las consecuencias en el largo plazo de tus actos presentes. Estás equivocado, es lo más fácil de saber. Las buenas acciones te llevan a un largo plazo floreciente, las malas a un largo plazo doloroso. Es muy sencillo explicarlo, es difícil aceptarlo". Me dejó pensando.
    Tiempo después, entendí que era lógico lo que dijo. Más aún, entendí algo que me explicaba mejor a mi religión. Su mira es el largo plazo, realmente largo, el Cielo para mi alma. Con una mentalidad así, el presente no se verá igual jamás. Y, lo más increíble de todo, se resuelve la incertidumbre sobre el futuro, que ya no es un vago panorama indescifrable.
    Pocas conversaciones en mi vida han tenido el efecto de esas palabras de hace ya tiempo y que volvieron a mi mente hace poco, cuando discutíamos varios amigos los posibles escenarios futuros en la política mexicana.


    eduardo@contrapeso.info