"Rarámuris"

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29/10/2014 00:00

    Geovanni Osuna

    Los rarámuris o tarahumaras, como más se les nombra, son una de las etnias más antiguas del norte de México; además, es una raza que se distingue porque los "gachupines" durante la Conquista no pudieron someter nunca, librando fieras batallas durante la Colonia para conservar su cultura. Rarámuri significa corredores a pie, y proviene de las raíces: rara (pie) y muri (correr); estos mexicanos tienen costumbres riquísimas y una percepción del mundo a la que debemos atender.
    Por supuesto, es destacable su cultura y la idea no es quitársela o corromperla, simplemente apoyarlos como lo merece todo pueblo originario, que son al fin y al cabo nuestros ancestros. Recordemos que los tarahumaras poseen ritos antiquísimos a los que sólo muy pocos extraños han tenido acceso, como la bendición del peyote, presidida por sus autoridades y chamanes, en la noche y en medio del bosque.
    O bien la Semana Santa, cuando acuden "los pintos", que son unos hombres casi desnudos, con el cuerpo decorado con círculos blancos. Entonces se oye en toda la sierra el misterioso sonido de los grandes tambores de estos hombres que, corriendo como venados, acuden a la celebración.
    En uno de los pueblos se reúne la comunidad tarahumara: autoridades, hombres, mujeres y niños, e incluso unos personajes con penachos y plumas. Ahí, como en otras celebraciones, hacen el "tónari", que es un caldo de carne con especias serranas; el "tesgüino", bebida fermentada de maíz; tamales, "chacales" o elotes tiernos guisados, y tortillas. Dedican sus bailes al Sol, a la Luna y a las estrellas, dioses ancestrales que los vigilan.
    Su lengua es dulce, pues ellos son gentiles. No tienen palabras ni actos agresivos. Todo lo hacen con poesía: "Te saludo con la paloma que gorjea, te deseo salud y felicidad con los tuyos". Conocen desde niños la ecología de su entorno, se hablan de tú con la naturaleza.
    Sus asentamientos más conocidos son en el estado de Chihuahua y al norte del estado de Durango, con algunas pequeñas comunidades en los altos de Sinaloa y Sonora, donde por siglos han vivido sin el apoyo de los gobiernos de esas entidades, así como del federal, o bien, por decirlo de forma decorosa, ha sido escaso el apoyo.
    De acuerdo con el Décimo Primer Censo general de población y vivienda, el total de la población tarahumara era de 66 mil 256 individuos; de esta cifra, 54 mil 431 pertenecían al grupo etario de 5 años y más, y 11 mil 825 al de 0 a 4 años. Aproximadamente 20 por ciento de los 50 mil 393 tarahumaras que habitan en Chihuahua son monolingües.
    Los miembros de esta etnia habitan en forma dispersa un área de 60 mil kilómetros cuadrados, que comprende 23 municipios agrupados en siete distritos. Los municipios más importantes, en cuanto a su población mayoritariamente indígena, son: Guachochi, Bocoyna, Carichí, Balleza, Urique, Morelos, Batopilas, Guadalupe y Calvo, Chínipas, Nonoava, Guazapares y Uruachic.
    Pero vamos a lo nuestro, los rarámuris sobreviven con grandes falencias respecto incluso de otros indígenas del País en temas como salud, escuelas y en general es posible inferir desde la óptica de un ciudadano sencillo que estos nobles mexicanos no han tenido un trato justo, ni adecuado.
    En la sierra tarahumara muchas veces arrecia el hambre y las comunidades que están en lugares más accesibles son víctimas de los vicios propios de este tiempo, trastocando su antigua cultura tradicional que tanto esfuerzo les ha costado mantener.
    Para ser más precisos la inclusión geográfica la explicamos no con fines estadísticos solamente, sino para que se entienda que sí existen deberes del Estado mexicano respecto a ellos y que los servicios que el gobierno ha implementado en las comunidades rarámuris son escasos y además muy distantes del grueso de las comunidades enclavadas, en su mayoría, en lo más recóndito de las montañas para protegerse de la hostilidad y el racismo que se vive en el País respecto de los indígenas.
    En el pasado hubo intentos por parte de algunos gobiernos de establecer una política seria en relación a los indígenas, principalmente en tiempos de los presidentes Cárdenas, Ávila Camacho y Ruiz Cortínes; los sucesivos gobiernos sólo recuerdan a los indígenas en el discurso, pues, como lo dijimos en un comienzo, estos pueblos son mucho más que rituales turísticos, son muy conscientes que tienen derechos y obligaciones.
    Por ejemplo, este año el Senado de la República recibió a los indígenas rarámuris y tepehuanes que llegaron en la Caravana por la Justicia, a fin de en esas instalaciones poder participar en la reunión interinstitucional con funcionarios de diversas dependencias y la CNDH, en la que puedan plantear sus viejas demandas. Entre ellas, la restitución de más de 100 mil hectáreas en la Sierra Tarahumara que les han arrebatado y la violencia que enfrentan en los últimos años a manos de taladores de bosques y narcotraficantes.
    Para este texto rescatamos las palabras de Lorenzo Moreno Pajarito, gobernador del municipio de Urique, que denunció (en lengua rarámuri) lo siguiente: "Tenemos pruebas del despojo por caciques madereros y políticos que, en complicidad con los jueces, logran que se alarguen los juicios y la sentencia sea negativa". Añadiendo que ni con 100 cruzadas contra el hambre bastaría para resolver la pobreza que padecen. "Vivimos con miedo, violencia e inseguridad para nuestras familias".
    Estimados lectores, si ellos expresan eso, nada nos queda por decir.
    lqteran@yahoo.com.mx