Héctor Tomás Jiménez
Muchas personas en su vida diaria, se dejan llevar por los apellidos que parecen ilustres o bien, por la necesidad de riquezas materiales, demostrando con ello, un vacío existencial y sobre todo, la falta de una razón noble para vivir ya que llenan su vida de vanidades y envidias por los demás.
No podríamos llamarlos ni siquiera pobres de espíritu, pues esto significa otra cosa muy diferente.
Jesús dijo en una de sus muchos mensajes: "...Bienaventurados los pobres de espíritu, por que de ellos será el reino de los cielos". (Mateo 5-3).
Aquí, la palabra "pobre" califica a quién se humilla ante Dios, a quién reconoce su pobreza y necesidad espiritual y sus defectos y egos perniciosos, sin importar que sea rico o pobre en el terreno de lo material. Pobre de espíritu entonces, es el manso, el piadoso, el que se arrepiente ante Dios.
Esta bienaventuranza, nos explica muy bien que en el reino de los cielos, no hay lugar para los soberbios, y mentirosos, sino solo para los "pobres en espíritu", es decir, para quienes reconociendo sus egos y necesidades espirituales, son capaces de mostrarse ante Dios como seres arrepentidos.
Pero, quienes viven así, con tantos egos encima, ¿serán capaces de arrepentirse y cambiar el rumbo de sus vidas?
O bien, ¿preferirán continuar por la senda de la maledicencia, la falsedad y la falta de respeto hacia los demás?
Reconocer nuestra pobreza espiritual significa tomar conciencia de nuestras malas acciones ante terceros y sobre todo, hacer un alto en el camino de la vida y empezar a practicar las virtudes humanas desprendiéndonos de los egos que nos degradan como seres humanos, como son la envidia, la deshonestidad, la avaricia, la mentira y la perversidad entre otros.
Hacer esto nos elevará el espíritu y obtendremos beneficios personales, viviremos en paz con nosotros mismos y nuestras conciencias, y sobre todo, nuestro trabajo será fructífero y se multiplicará en bienes materiales.
En realidad, debemos buscar tener ambas riquezas, la material en la justa medida de nuestras necesidades y la espiritual, para agradar a Dios mediante el desprendimiento, en primer lugar, de los egos y en segundo lugar, de aquello que otros necesitan practicando la generosidad y la caridad.
Hay una breve historia que nos ilustra muy bien sobre este tema. La historia trata de un rico mercader que acrecentaba su fortuna como prestamista, cobrando intereses muy altos y aprovechándose de las necesidades de la gente que lo necesitaba.
Al morir, este hombre fue llevado a la presencia de los ángeles encargados del proceso de vida eterna, y pudo constatar que en la sala de espera, había muchas personas conocidas, personas a quien en más de alguna ocasión les prestó algún dinero y a quienes nunca les perdonó ni un solo día de moratoria.
Los ángeles eran muy espléndidos al momento de designar la eterna morada, pues asignaban mansiones, con bellos jardines, música celestial, y muchas otras comodidades que pensó para sí mismo: ¡Vaya, después de todo no esta tan mal haberse muerto, parece que aquí se la pasan muy bien!, añadiendo a sus pensamientos, el hecho de que si a aquellos pobres hombres y mujeres que habían vivido en la miseria en la tierra les tocaban grandes mansiones, a él quizá le estaría reservada la más grande y mejor, pues había sido un hombre rico e importante.
Llegado su turno, un ángel lo llamó y le dijo: ¡Ven conmigo al lugar que será tu eterna morada; llevándolo por lugares oscuros, sin vegetación, de espacios lúgubres y de malos olores donde le asignó un pequeño espacio entre cuatro paredes donde había un destartalado camastro y le dijo: Aquí será tu morada por los siglos de los siglos, y además, tendrás que trabajar en penitencia por tus pecados. ¿Pero por qué?, le dijo el viejo prestamista al ángel.
Porque aquí en el cielo la calidad de la morada se compra con las buenas obras que se hayan hecho allá en la tierra, y en tu archivo personal, no encontramos antecedentes de buenas obras realizadas y por lo tanto, ¡Esto es lo que te mereces!
La historia tiene varias lecciones, todas ellas importantes y cada uno de nosotros debe de reflexionar sobre las que mejor se le acomoden, pues ¿quién tiene mejor conocimiento de uno mismo, si no es que uno mismo? JM Desde la Universidad de San Miguel.
udesmrector@gmail.com