SEGURIDAD
El año anterior, ya cerca del día de su boda, advertí en mi hermano un comportamiento de saudade por las noches. Las últimas semanas en casa, antes de dormir, se sentaba a disfrutar una serie de cortometrajes animados de los años 30 y 40.
Nunca me explicó por qué los veía, pero supuse que tenía que ver con su cercana mudanza y por los recuerdos que dejaría atrás.
Me uní a estos reencuentros de su infancia al momento de ver "La ballena que quería cantar en el Met". Se trataba de una ballena que poseía una grandiosa voz operística y de su posible futuro en los grandes escenarios, no obstante malogrado por un productor teatral casado con la idea de que en las entrañas del cetáceo se alojaba un cantante de ópera.
Al final, Willy -la ballena- se va cantado al cielo. Esa, quizás, ha sido la caricatura más triste que haya visto.
"La danza de los esqueletos" fue otra caricatura que vimos otra noche antes de la boda. Misma que Disney utilizó para un especial de Halloween en el 89, el año en el que nací.
Más tarde, las caricaturas de mis años no lograron cautivarme con la misma intensidad que el baile gracioso de los esqueletos que movían sus huesos como escobas barriendo el piso.
El saltamontes perezoso aprendía la lección de las hormigas trabajadoras al llegar el invierno. El ratoncito aprendía a aceptarse a sí mismo cuando un hada lo convertía en murciélago (porque soñaba con volar).
La diosa de la primavera rechazaba los bienes materiales de Mefistófeles a cambio de salvar a sus amigos del bosque de un eterno invierno. Y Papá Noel se proponía rebajar unos kilos para caber por la chimenea la próxima Navidad -bueno eso no sé si sucedió, pero es claro que apenas entraba en su traje la noche anterior-.
Estas caricaturas nos llevaron a la tierra de la sinfonía donde el amor del príncipe saxofón hacia la princesa violín unía a los instrumentos de cuerda con los instrumentos de viento, o al carnaval de las galletas, donde un chico de jengibre transformaba a una chica de jengibre en la reina del carnaval.
Para mí la historia más romántica era la de Johnnie Fedora y Alice Blue Bonnet, dos sombreros que se enamoraban en una tienda departamental hasta que una mujer compraba a Alice -lo demás lo pueden imaginar-. Pobre Johnnie Fedora, en los aprietos que se ve envuelto antes de encontrar a su amor.
Al poco tiempo mi hermano contrajo matrimonio y se mudó de casa. Era natural que eso sucediera. Quizá lo no natural fue que yo seguí viendo caricaturas casi todas las noches.
Y para justificar mi placer no culposo, considero que estos dibujos animados son un buen remedio para dormir apaciblemente, y no sólo eso, sino para dormir y viajar directo al fantástico reino de los sueños -eso último no ha surtido efecto en mí-.