JANNETH ALDECOA/ JOSÉ ALFREDO BELTRÁN
Jesús Edmundo Vidaña López, de Las Arenitas, Sinaloa
Lucio Rendón Becerra, de Mazatlán, Sinaloa
Salvador Ordóñez Vázquez, de Puerto Ángel, Oaxaca
+ Juan David (¿?)
+ El Farsero (¿?).
Acaban de escribir la historia más admirable de la que el tiempo da referencia. Habían salido del poblado de Limones en la desembocadura del Río Santiago (Lerma) en el ya famoso puerto de San Blas, Nayarit. Pasaron por Boca de "El Azadero" en donde se le unieron otras dos personas. El grupo formados por cinco pescadores de tiburones y cazones, integraron la tripulación que se "hizo" a la mar para tender sus cimbras con anzuelos, dispuestas para la pesca de escualos de todo tamaño.
Hasta esa hora, tal vez, las cuatro de la mañana, todo parecía normal y podían fincar la esperanza en que su trabajo se desarrollaría sin contra tiempos y aunque pensaban pasar una corta temporada fuera de San Blas y alejados de sus familias, tenían la firme esperanza de volver pronto.
Zarparon de San Blas, el 28 de octubre de 2005 y la suerte y las circunstancias los regresaría a su país de origen, México, el 25 de agosto, pero de 2006. Ahora, después de sentir la muerte muy cerca de ellos, bañados de gloria. Pasaron 289 días, durante los cuales sólo vieron agua y cielo.
Sólo por el radar de un barco atunero taiwandés, que los descubrió y rescató, por fin, fueron encontrados cerca del archipiélago de las Islas Marshall que están formadas por 64 islas de todos tamaños, en el Pacífico Austral, cerca de Nueva Zelanda.
Habían pasado muchas embarcaciones cerca de nuestros coterráneos náufragos, pero esta vez y desde que se les reventó la cuerda de la cimbra de anzuelos cerca de la costa de Nayarit, su desconsuelo crecía.
El radar "pajarero" del atunero, sistema que usan las embarcaciones para detectar parvadas de aves marinas, en busca de cardúmenes de sardinas, perseguidas por atunes, motivo de la pesca para la industria, los favoreció para ser localizados.
De esta manera "milagrosa" nuestros paisanos náufragos fueron rescatados del océano el miércoles 9 de agosto por el atunero taiwandés Koo´s 102, matrícula UVHC2 y llevados dos semanas después al muelle de Uliga Dock de Delap, en Majuro, capital de las islas Marshall las cuales están bajo el dominio de Estados Unidos de Norteamérica.
Si existen los milagros en este mundo, la historia de los náufragos del puerto nayarita es uno de ellos. Nueve meses asidos a una frágil canoa de 8.23 m de alargo por 3 m de ancho, en la cual permanecieron 289 días y recorrieron 7,200 kilómetros, sin comida, bebiendo agua llovediza, es toda una odisea nunca vista y jamás realizada, menos contada.
Su escaso bastimento no les duró 24 horas, lo mismo que el agua que llevaban, asimismo como provisión; lo peor es que perdieron sus aperos de pesca; se les acabó la gasolina del motor de su piragüa y entonces quedaron no sólo a la deriva, sino en desgracia.
No del todo, porque como buenos católicos, Jesús Eduardo Vidaña llevaba una Biblia que los ayudó a reconfortar sus espíritus y les dio ánimos suficientes para no darse por vencidos y aferrarse a la vida, pensando en el casi imposible regreso, tenían que navegar al vaivén entre bravas olas de enormes alturas entre las cuales su frágil lancha siempre salió victoriosa.
En ese reducido grupo que quedó, compuesto por tres pescadores, en medio de un mundo sin rumbo, sin dirección, ni jefe, ni líder, ni patrón, lo que decía uno respecto a la suerte de la tripulación, lo obedecía el resto. Así no sufrieron discusiones y menos se suscitaron "motines a bordo".
Si alguno de ellos pescaba algo, pues eso comían todos, así fueran pescados o aves, todo crudo y así pudieron vivir hasta que los levantó el atunero taiwandés, en donde comenzó nueva aventura, ahora con el idioma. Tuvieron que usar el entendimiento universal: "las señas".
La travesía de 7,200 kilómetros sobre las bravas y peligrosas aguas del Pacífico, a lo largo de 289 días, no fue gratis; dos de los cinco pescadores que componían la reducida tripulación, murieron por inanición. Antes vomitaron sangre, pues se negaron a comer pescado, tiburón y patos crudos.
Juan David falleció, según Jesús Edmundo Vidaña, el 20 de enero de este año y El Farsero, falleció en febrero, 15 ó 16 días después del primero. A cada uno de los fallecidos lo velaron por espacio de tres días, al cabo de los cuales los "sepultaron" en el mar, sobre las olas, no sin antes rezarles a cada uno siete Padres Nuestros y siete Ave Marías. Aunque a los sobrevivientes en sus respectivas casas, sus familiares ya también les habían celebrado sus "novenarios", cuando ya los dieron por perdidos.
Biblia en mano, los tiburoneros todos los días rezaban y por boca de Jesús Eduardo Vidaña, él y sus compañeros de tragedia están más convencidos que nunca, que Dios si existe y fortalecidos por su fe, fue que pudieron seguir viviendo, aunque la comida se les negara pues llegaron a pasar hasta quince días sin probar bocado, hasta que caía algún pez a la lancha o pescaban alguno con sus improvisados anzuelos.
Mientras tanto usaban sus reservas corporales, sin dejar de tomar el agua llovediza que captaron en los bidones que antes les habían servido de contenedores de gasolina. Como la suerte que corrían y cualquier cosa que le tocara a uno, les tocaba a todos, aplicaron el proverbio romano: "Cualquier cosa que toque a todos, debe ser decida por todos".
Y llegó su decisivo confortamiento cuando pensaron: ¡Cristianos!: ¿Dónde está la alegría? ¿Por qué esas caras de cuaresma, si tu Cristo ha resucitado? ¿Cómo pudimos bebernos la distancia? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte?
A estas horas, nuestros connacionales ya están entre nosotros y lo menos que podemos hacer es regocijarnos por el fausto acontecimiento y como el gobernador del estado de Nayarit ha manifestado su deseo de rescatar la canoa de los tiburoneros de San Blas, ésta bien pudiera colocarse en un punto donde fuera admirada por todos, como una constancia de un esfuerzo sobrehumano y de sobrevivencia; así como se exhibe el yate Granma en el museo Histórico de La Habana, Cuba. O como se exhibe la locomotora, Maquina 501 en Nogales, Sonora, símbolo de valor y responsabilidad absoluta, operada por Jesús García, "Héroe de Nacozari".