"Tortugas en un árbol"
Es una cuestión de lógica que poco esfuerzo requiere para ser comprendido. Suponga usted que algún día encuentra usted una tortuga subida en un árbol.
Un gato podría haberse subido sólo. Un pájaro no sería una sorpresa, pero una tortuga... Si usted busca una explicación, lo lógico será investigar quién la puso allí. Esta lógica de la tortuga en el árbol puede ser aplicada en otras cosas.
Piense usted en la producción del Concorde, un proyecto de miles de millones de libras que no vendió un solo avión a líneas aéreas independientes. ¿Por qué se hizo? Alguien debió empujar el proyecto y gastar el dinero y realizarlo por años sin cancelarlo a pesar de sus nulas posibilidades de éxito.
Si usted busca una explicación para casos como estos, la respuesta más lógica es la del gobierno que creyó que era una buena idea.
Voy a un caso concreto. Se ha dicho que es una buena idea el cobrar una contribución adicional en los boletos de cine para con ese dinero fomentar la producción de películas nacionales.
Por ejemplo, a cada boleto se le añade un peso y la cantidad recolectada es repartida entre productores nacionales de películas para que ellos financien sus proyectos.
Esto es como la tortuga en el árbol: a alguien se le ocurrió que era una buena idea y por eso lo hizo. Es la única explicación, pero queda por averiguar si es en realidad una buena idea.
Por principio de cuentas, eso de cobrar un peso extra en el cine tiene una apariencia extraordinaria por estar basada en uno de los argumentos más irresistibles que hay, el del prestigio nacional. ¿Quién es el que no quiere tener una industria cinematográfica exitosa en su país?
Todos la quieren, desde luego, pero ese no es el punto. Lo que hay que ver es si esa manera de lograrlo es buena. No lo es, desde luego. Hacerlo así es igual a tener caridad obligatoria dada a unos y no a otros.
Las películas filmadas no considerarán su potencial de audiencias. Se fomentará el nepotismo y la corrupción. La gente pagará por películas que no verá. Y a pesar de todas las fallas de la medida, estoy seguro que quien oiga esa propuesta pensará que es una muy buena idea.
Tan buena como la de poner a la tortuga en el árbol, que se ve muy bien pero de nada sirve. Lo que creo que muy bien vale esta segunda opinión es examinar cómo es que ideas como ésa sobreviven e incluso son aplaudidas.
Alguien sube a la tortuga a una rama, luego llama a los demás a verla y ellos aplauden: se ve muy bien, es una buena idea para acercar a las tortugas a las hojas que comen y eso es bueno. Mi explicación es una sencilla. Se tiene la costumbre de considerar a las buenas intenciones y nada más. El resto no es visto, ni examinado. Todo lo que importa son los objetivos.
Cuando sólo importan las intenciones todo es permitido, absolutamente todo sin excepción. Y si a eso se le añade una buena dosis de prestigio nacional en cualquiera de sus formas, el proyecto en cuestión será irresistible. Se subirán más tortugas al árbol en medio de aplausos.
Si alguien comete el atrevimiento de hablar de las posibles fallas del proyecto, eso le hará sujeto a las más severas críticas. Nadie puede ir en contra de lo nacionalmente conveniente.
Es así que le presento la idea a la que quería llegar, la de lo nacionalmente correcto. Es una variación de lo políticamente correcto, y se trata de una serie de ideas que son tomadas como incuestionables porque están basadas en el orgullo nacional.
El monopolio petrolero estatal mexicano es un buen ejemplo: el sugerir siquiera que sea fragmentado y privatizado es ir en contra de lo nacionalmente correcto. Si lo hace, usted será acusado de inmediato como vendepatrias.
Si usted va en contra de elevar el precio de los cines para financiar películas nacionales, lo mismo. Ir en contra de lo nacionalmente correcto, eso que no puede ser cuestionado porque ofende a la patria. No importa que ello sea tan lógico como poner tortugas en los árboles, usted no puede atreverse a cuestionarlo. Y en caso de hacerlo, nada de lo que usted diga, por razonable que sea, será aceptado.
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