Geovanni Osuna
Después de las revueltas que se dieron en la primera mitad del siglo pasado, como consecuencia de la inconformidad popular, representada en las distintas facciones que intervinieron en la Revolución de 1910, sale vencedora la corriente más conservadora de ese importante movimiento armado.
Esta acción que tuvo por objetivo derrotar la dictadura porfirista y posteriormente al pretoriano Victoriano Huerta representa, para el historiador austríaco Friedrich Katz, quien es el biógrafo más destacado de Pancho Villa, no sólo una, sino dos revoluciones; interpretación muy distinta a la hecha por la mayoría de los historiadores mexicanos.
Desde mediados de los 20 se apagaron los levantamientos armados derivados de la revolución de 1910. Finalmente se impuso el grupo de Sonora, con Álvaro Obregón y posteriormente con Plutarco Elías Calles, dos baluartes del grupo vencedor, quienes sembraron la normas de comportamiento político del País y el último engendraría, a través de la creación del Partido Nacional Revolucionario, el actual partido gobernante, el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
La particularidad del PRI es que en la mayoría de los estados se ha mantenido en el poder por más de 80 años ininterrumpidos.
Esa es la tragedia de México, que lejos de haber avanzado en democratizar el País, como consecuencia de nuestra Revolución, ha sido todo lo contrario; los caudillos que se apropiaron del triunfo de la Revolución impusieron un partido político hegemónico, sin que el pueblo haya experimentado el mínimo avance en sus aspiraciones de justicia y bienestar, como han sido sus metas, que hasta el presente siguen postergadas.
Y para cerrar con broche de oro, desde Miguel de la Madrid se ha impuesto un modelo económico que ha barrido de la faz de la nación todo vestigio de justicia social. Así, los logros que se alcanzaron con la Constitución del 17, poco a poco se han ido diluyendo, como el ejido y los derechos laborales; estos son ejemplos emblemáticos de cómo han venido actuando los gobiernos neoliberales que se han establecido.
México pasó a ser el País donde, a punta de engaños y tranzas, se han dado las transformaciones más veloces de apertura económica que se iniciaron en 1982 y que fueron reforzadas a partir de la presidencia de Salinas de Gortari, y que llevó a la firma, a fines de 1993, del Acuerdo de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá, que se caracteriza por ser negativo para la parte mexicana.
El sexenio de Salinas de Gortari no sólo significó un fortalecimiento de las políticas de achicamiento del Estado mexicano, sino que se profundizaron las políticas de privatización de las empresas paraestatales. Lo particularmente nefasto de este periodo fue el hecho de que en realidad no entró en acción un nuevo liberalismo económico, sino que el intervencionismo presidencial fue mayor en la asignación de los recursos, en los procedimientos de las privatizaciones.
En realidad, el desmantelamiento del Estado no significó una pérdida del poder presidencial; por el contrario, este fue fortalecido internamente por las fuerzas del viejo priismo que se aliaron a este proyecto, frente a la amenaza de la corriente democratizadora enarbolada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, que atentaba contra las bases del viejo régimen.
Pero no sólo los antiguos grupos empresariales salieron beneficiados por el proceso de privatizaciones de las empresas paraestatales, acentuado en la presidencia de Salinas de Gortari, sino también emergió un nuevo grupo de empresarios que, cobijados por la reorientación económica del Gobierno, consolidó su posición en la década de los 80 y mediados de los 90.
En el primer caso se puede citar la meteórica expansión del grupo Corso, que adquiriría Teléfonos de México, o de empresarios que sin grandes antecedentes previos surgieron como compradores de bancos o empresas estatales, lo que probablemente revelaba un nuevo vínculo del poder político y el económico en México.
Por estas razones, la interminable transición mexicana tiene características muy particulares que ha hecho coincidir la crisis política con las transformaciones económicas. La crisis política y la económica se han reforzado mutuamente.
Ninguna de las dos ha sido resuelta en el sentido de haber creado, por una parte un nuevo sistema político más democrático, o bien un nuevo modelo económico que diera cuenta de los rezagos y cuellos de botella que el nacionalismo económico había generado. Los retos para México consisten precisamente en lograr un sistema democrático pleno y establecer las bases de una nueva etapa de desarrollo.
Sin embargo, pese a no haber resuelto nada el modelo económico neoliberal, no dudamos en afirmar que la agenda democrática y la agenda de beneficio social van para largo; ese modelo de capitalismo salvaje y de entrega de los recursos naturales a extranjeros se ha impuesto en la vida del País como una maldición gitana, sin una salida en el corto plazo.
Existe una expresión mundial de descontento que exige el establecimiento de la democracia, pero no una democracia a la gringa, sino real. En nuestro País la clase gobernante se resiste a propiciar los cambios que se requieren, a lo más que llega es a maquillar acciones, aparentando cambiar, para que no cambie nada.
Esto es lo cierto de la política que se ha arraigado en todo el territorio nacional, se va a necesitar mucho esfuerzo y talento para salir de la encrucijada en que nos encontramos, en esa disyuntiva estamos, ni más ni menos. Sólo el pueblo puede poner punto final a esa realidad y salvarse a sí mismo.
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