MAYRA ZAZUETA
La novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El gatopardo, dejó para la historia una frase demoledora que cuestiona el accionar de casi todos los políticos y gobernantes: Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie.
Del título de la novela se derivó el término 'gatopardismo', que es definido por las ciencias políticas como "cambiar todo para que nada cambie". Cuántas tragedias hubieran podido evitarse si quienes gobiernan o definen las líneas de acción de los gobiernos hubieran realizado los verdaderos cambios que se requerían en su momento.
En México tenemos ejemplos de sobra de 'gatopardismo'. Durante las campañas políticas todos los candidatos de todos los partidos prometen al electorado cambios sustanciales en las formas de hacer política y de gobernar, cambios que se reducen a final de cuentas a un simple retoque del maquillaje, por lo que las cosas terminan igual o peor de como estaban cuando asumieron el cargo.
Y esto ocurre igual en todos los países, en todas las latitudes.
Esta semana que está por terminar conocimos la tragedia del naufragio de una barcaza repleta de migrantes en aguas cercanas a la isla italiana de Lampedusa, tragedia a la que se refirió el Papa Francisco como "una vergüenza".
"Sólo me viene la palabra vergüenza... es una vergüenza", exclamó el Sumo Pontífice al término del discurso a los participantes en el convenio sobre el aniversario de la encíclica "Pacem in Terris", justamente la última encíclica de Juan XXIII, escrita hace 50 años, que en su introducción advierte con toda claridad que "la paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios".
El Papa Francisco no se refiere exclusivamente al naufragio cuando pronuncia con dolor y rabia la palabra vergüenza. Se refiere también, y principalmente, a la migración, ese fenómeno que representa el desplazamiento masivo de personas y familias en busca de una vida mejor, y en la mayoría de los casos en busca de su supervivencia, movimiento que con bastante frecuencia termina en tragedia, como el caso de quienes viajaban en la barcaza de Lampedusa, o se ve frustrado por la negativa de muchos gobiernos a abrir sus fronteras a los migrantes.
No fue casualidad, sin duda, que el primer viaje que realizó Jorge Mario Bergoglio tras su investidura como el Papa número 266, fuera precisamente a la isla de Lampedusa, con el propósito de mostrarle al mundo la inconmensurable tragedia de la inmigración.
Y paradójicamente, la tragedia en Lampedusa ha obligado a los gobiernos a hacer eco del reclamo del Pontífice.
El primer ministro italiano, Giorgio Napolitano, hablando del terrible naufragio, advirtió ayer que el mundo está frente a "verdaderas matanzas de inocentes. No se puede desoír la necesidad absoluta de decisiones y acciones por parte de la comunidad internacional y en primer lugar de la Unión Europea".
Y demandó una legislación que favorezca la "acogida y que responda a principios fundamentales de humanidad y solidaridad".
Corroída cada vez más en sus entrañas por el hedonismo, la gran familia de la aldea global se ha olvidado de valores y principios como el humanismo y la solidaridad a que se refiere Napolitano, lo que es la causa sin duda de que sean cada vez más las familias que se ven obligadas a dejar su tierra y a buscar refugio en otros lugares, con la esperanza de una mejor vida.
La trágica paradoja de Lampedusa es un terrible llamado de atención a la humanidad y a los gobiernos de las naciones, que no pueden seguir ignorando el infierno en que viven millones de familias y que las lleva incluso a arriesgar su propia vida para escapar de la situación que viven.
Nosotros mismos tenemos mucho que hacer al respecto. Y no es que tengamos que ser precisamente como el buen samaritano de la parábola de Jesús, pero sí podemos ser menos indiferentes ante la pobreza extrema que agobia a muchas familias y a ser j-u-s-t-o-s, así con todas sus letras.
Muchos de los problemas que agobian a nuestra sociedad sin duda se resolverían si nos esforzáramos por ser lo más justos posible, sintiendo vergüenza por no hacer lo necesario para que nuestra sociedad sea cada vez mejor, con cabida para todos.
jdiaz@noroeste.com