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"Sinaloa Mágica"

"Uno de los grandes atractivos sinaloenses es la cultura intangible de su gente."

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12/11/2005 00:00

    Noroeste / Pedro Guevara

    "Dedicado al exitoso XXV Simposium Internacional de Conservación del Patrimonio Monumental, realizado esta semana en Sinaloa y muy especialmente a Leticia Alvarado y Alejandra Rico por su amorosa entrega al Centro Histórico del puerto."


    No me refiero a la magia de hacer rumbosas fiestas en la cárcel de Culiacán donde aparecieron mujeres en abundancia, música drogas, whisky y música para celebrar al reo Marco Antonio Soria Rubio, sino a la Sinaloa profunda, a la que se niega a desaparecer y es el aire más transparente del estado.
    La Sinaloa Mágica es la que describiera magistralmente Enrique "El Guacho Félix", hace decenas de años, y que, a pesar de todo, sobrevive. En uno de los ensayos más afortunados y lúcidos de la inteligencia sinaloense, "Evolución Tardía de la Provincia", dice "El Guacho", con su prosa barroca y brillante:
    "Sinaloa es un milagro de luz Una luz primitiva, fuerte primaria, inunda hombres (mujeres) y cosas en este bello rincón del Pacífico, geográficamente cerrado en un trapecio de la más pura claridad. Desde la cuenca profunda del río Zuaque hasta la verde ternura de las orillas del Cañas; desde el espectro azulado del cerro de San Cayetano hasta las playas inciertas de Mazatlán; del Fuerte de Montes Claros a la ventana de Cosalá; en la sierra, en el valle, en el mar: todo es claridad nueva. Todo está suspendido en cendales de luz Nuestra provincia es un deslumbramiento original, cósmico y agresivo".
    Enrique Félix nos describe una deslumbrante luminosidad que no ha desaparecido. El brillo del que habla este querido ensayista también existe en los desiertos, pero que en nuestro caso se expresa con la gentileza que dan los árboles y las palmeras, la brisa marina y la frescura de la sierra.
    Los argentinos, orgullosos hablan del azul celeste de su cielo y la blancura de sus nubes, limpiadas constantemente por los buenos aires. En Sinaloa se puede presumir que el azul luminoso de su bóveda es casi eterno y que, como dice el Guacho, "El cielo sinaloense baja a la altura de la frente de los hombres en una lenta marea de intensidad" y en la noche, "la ruta de Santiago no es la leche derramada de otras perspectivas del mundo, sino un manto de seda azul tachonado de estrellas que parece arrancar de los muros lúcidos de Choix, para perderse en su propio peso desplomado sobre el agua inmóvil de Teacapán".
    Hace más de 50 años el Guacho decía en Sinaloa "la naturaleza se impone a la cultura las ciudades, los poblados, las rancherías, son formas secundarias de la audacia cosmológica. Apenas cuentan las torres de las iglesias y las siluetas del caserío frente al clamor de los pájaros y el movimiento secular de los astros que bajan al nivel de las plantas y al lecho de los ríos".
    La luminosidad y la intensidad de la luz cósmica que se pasea en Sinaloa es una bendición anímica que no ha desaparecido, pero ya no cabe ninguna duda que, al menos en las tres principales ciudades sinaloenses, la cultura, es decir, la sociedad, y no siempre con el mejor de los resultados, se ha impuesto a la naturaleza.
    Los Mochis, Culiacán y Mazatlán, sin ser megalópolis, son ya extendidas marchas urbanas con todas las contradicciones y bondades que trae la vida citadina. Sin embargo, en todos los municipios, por fortuna, se conserva mucho del paisaje descrito por Félix Castro.
    Sin caer en esencialismos, no es apresurado decir que los rasgos más persistentes, definidos y valiosos de la identidad sinaloense brotaron de su vida rural. Y es ahí, entonces, donde con mayor seguridad podemos encontrar la mayor autenticidad cultural del estado.
    Si tan solo recordamos que la música de tambora nace más que en el puerto de Mazatlán en sus poblaciones rurales, como en El Recodo. Si anotamos que su gastronomía más propia tiene una indudable presentación campesina y el extraordinario sabor de la sencillez popular, ¡acaso no es asombroso el sabor del aguachile o de los tamales colorados¡ Si recordamos que las originales y coloridas expresiones lingüísticas sinaloenses son a todas luces rurales, entonces no hay duda alguna en esta riqueza cultural de origen campesino.
    Esta riqueza no valorada a plenitud es la que se empieza a descubrir como poderoso atractivo para turistas nacionales y extranjeros que añoran la sencillez, que buscan una estética casi primitiva y por lo tanto profunda, que desean conocer estilos de vida que les rompan el frenesí de su vida urbana, que encuentren una atmósfera donde no hay una plena separación entre naturaleza y sociedad, en la que los árboles se cruzan en medio de una calle, donde los vecinos platican en medio de la calle principal con el menor pretexto y regresan el saludo sin desconfianza alguna.
    En los pueblos de Sinaloa hay una magia desconocida aun para la inmensa mayoría de los mexicanos. Sin tener la estética de las abundantes cúpulas, muros de grandes piedras talladas, edificios monumentales de monasterios, conventos y haciendas de los estados del centro y sur del país, su sencillez arquitectónica es el reflejo de un carácter con las mismas líneas que tiene la personalidad sinaloense.
    Es decir, uno de los grandes atractivos sinaloenses es la cultura intangible de su gente y que reside en su plática, en su visión del mundo, en la franqueza sorprendente de sus opiniones e incluso en la ausencia de protocolos.
    La cultura material y la intangible se mezclan, se confunden y se corresponden en los pequeños poblados sinaloenses. Las casas de diseño simple pero intenso colorido son como el mismo carácter sinaloense: sin florituras y explosivo, festivo y sin recovecos.
    Es cierto que hay pueblos con una arquitectura elaborada como la de Cosalá, pero la mayoría son sencillos, rústicos y, por lo mismo, en una época de abrumadora complejidad, son seductoramente atractivos.
    Las criaturas urbanitas inyectadas de por vida con la soberbia de la exclusión y la creencia en la superioridad de sus gustos y formas no encontrará gran gusto en un pueblo sencillo y de ritmo lento, pero los citadinos sensibles que busquen oxígeno de una cultura distinta la encontrarán en abundancia.
    Para argumentar aún más a favor de la magia oculta de los pueblos que se afanan en borrar los malos de la película sinaloense, les regalo, para concluir, otro párrafo del enorme Enrique "el Guacho" Félix:
    "Los hijos de Sinaloa somos hijos del paisaje, no por el determinismo mecanicista de los sociólogos, sino por afinidad de sustancias, por el élam terráqueo que flota en nuestra carne, gracias al contacto directo, objetivo, elemental en la cuestión amorosa del hombre con su tierra, su cielo y su mar.
    "Es tan próxima la estampa diaria del cosmos sobre nuestros nervios, que muchas abstracciones no existen para la gente de Sinaloa ( en sus pueblos) las horas están impregnadas del calor de la siesta, del curso del agua, del ladrar de los perros y de la clorofila creciente de las hojas.
    "El espacio es un mundo de luz excesiva, desbordante, desbordante, vital, que reverbera en ondas sigilosas pero capturables. El tiempo y el espacio viven sustanciados de inevitable realidad".