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Cuando Baja California, y Tijuana, iniciaron su transformación, Zeta ya estaba allí para dar cuenta de ella. El semanario fundado en abril de 1980 por Jesús Blancornelas y Héctor Miranda quiso, pudo y logró ser el más fiel testigo de la metamorfosis bajacaliforniana, una mudanza que ha tenido de todo; una degradación social causada por el narcotráfico a la que no fue ajeno el Gobierno priista de los años ochenta; una evolución política que hizo de esa tierra la primera entidad con alternancia en el gobierno estatal; la sede fronteriza del inmenso y creciente poder de los Hank; una lúgubre referencia en la geografía de la violencia criminal: la frontera más concurrida y más asediada por la esperanza y su frustración. Y también el espacio donde la energía social se ha negado a claudicar y, al contrario, ha generado la perseverancia necesaria para sobrevivir y aun para vivir.
La península del noroeste mexicano fue conservada como territorio, es decir, su escasa población sometida a capitis deminutio, hasta la mitad del Siglo 20.
En 1953 el Presidente Ruiz Cortines lo convirtió en el vigesimonoveno estado de la Federación, pero la designación de sus gobernantes siguió la costumbre anterior.
El dedo presidencial sustituía a la voluntad popular, aun cuando ocurriera, como en la elección de gobernador de 1959 y las municipales de 1968, que los ciudadanos buscaran tomar en sus manos las decisiones políticas.
Pero, en el calendario del sistema autoritario, era temprano para permitirlo. La designación de gobernadores obedecía a una variedad de motivos, que no incluían la satisfacción de los intereses generales.
Los inocuos eran los mejores, porque carecían de capacidad para engendrar males. Los peores fueron amigos personales de los presidentes: Roberto de la Madrid, de López Portillo, y Xicoténctal Leyva Mortera, de Miguel de la Madrid.
El Gobierno de Leyva Mortera marcó de dos maneras a Baja California: en su tiempo comenzó el auge del narcotráfico, posible por la corrupción local y federal; y el hartazgo causado por su administración fue la gota que derramó el vaso y propició la elección, y el reconocimiento del hecho, del Alcalde panista de Ensenada, otro hito, Ernesto Rufo Appel, como primer Gobernador de una entidad no surgido del PRI. Ya en 1988, el año anterior, el partido oficial había perdido en Baja California,, con mucho, la elección presidencial, a manos de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Desde entonces el PAN no ha dejado de gobernar el estado y casi siempre los municipios. Hasta que en 2006 Jorge Hank Rohn le arrebató el ayuntamiento de Tijuana, valido de su dinero y sus desplantes populistas.
La prosperidad de la delincuencia organizada llegó al punto de que se hablara, como en Ciudad Juárez, del cártel de Tijuana. Pero la denominación de la banda cambió, para fortuna de la ciudad, porque se impuso la fuerza del clan dominante, los hermanos Arellano Félix. Algunos de ellos, y sus sicarios, volvieron de Guadalajara a Tijuana el 24 de mayo de 1993 en que ultimaron al cardenal José de Jesús Posadas Ocampo. En Tijuana misma ocurriría, 10 meses después, el asesinato del candidato presidencial de Carlos Salinas, Luis Donaldo Colosio, en apariencia llevado a una trampa en Lomas Taurinas.
Esas historias, y muchas más, pudieron leerse en el semanario Zeta, que durante mil ochocientos ochenta y un viernes, desde el 10 de abril de 1980, ha sostenido un diálogo con sus lectores de tal modo útil que ha sido castigado por la criminalidad política y común, que para prosperar requiere una sociedad invertebrada y temerosa.
Por ello ese singular periódico ha tenido que cubrir una elevada cuota de sangre, la más alta en toda la prensa mexicana: fueron asesinados en 1988 uno de sus directores, Héctor Félix, conocido como El Gato; en 2004 uno de sus editores, Francisco Xavier Ortiz Franco, que a la sazón revisaba el expediente del homicidio en que al Gato Félix lo privaron de la vida. El 27 de noviembre de 1997 cayó Luis Valero, escolta de Jesús Blancornelas, en el acto heroico de canjear su propia vida por la de su jefe, atacado con furia por los Arellano Félix.
Nunca los enemigos de un periódico quedaron tan claramente identificados como en el caso de los inquinosos malquerientes de Zeta. Y nunca se beneficiaron de la impunidad al punto en que lo hicieron los asesinos de Félix, Ortiz Franco, Valero y quienes buscaron quitar la vida a Blancornelas.
Es que supieron fabricar las condiciones de esa lenidad en su favor, porque cuentan con poder que infunde miedo y genera corrupción. Por esa ausencia de castigo a sus verdugos, Zeta vive permanentemente en el riesgo de que las agresiones en su contra se reproduzcan, a sabiendas sus perpetradores de que no les pasará nada.
La creación del semanario es fruto de la adversidad. Blancornelas y Félix estaban a la cabeza del diario ABC, que pretendía hacer un periodismo no sujeto a intereses particulares. Por esa razón, impensable en el México de los años setenta, el gobierno de Roberto de la Madrid provocó un conflicto interno, laboral y corporativo, que significó el despido y aun la persecución de los directores, que se exiliaron al otro lado de la frontera y allí prepararon, entre noviembre de 1979 y abril de 1980 el semanario que cumple tres décadas.
Tras su octavo cumpleaños, inserto ya en la vida de Tijuana y de Baja California, Zeta recibió su primera agresión mortal: El Gato Félix fue asesinado por Antonio Vera Palestina, jefe de seguridad del hipódromo de Agua Caliente, entonces el negocio principal de Jorge Hank Rohn. Vera Palestina y sus cómplices carecían de motivos personales para ultimar al periodista, pero su jefe sí los tenía, agraviado como se sentía por el trato informativo que le asestaba Félix.
Zeta mantiene, al día de hoy, que Hank Rohn fue el autor intelectual del homicidio. El semanario debe haber vivido al menos con preocupación que su impune agresor ganara la alcaldía de Tijuana y por ello, convertido en el campeón de un priísmo derrotado, aspirara al gobierno del estado que, para su propio bien, le negaron los votantes bajacalifornianos.
Otros enemigos poderosos de Zeta, los Arellano Félix, puntualmente denunciados en las páginas del semanario, balearon su domicilio y luego fueron directamente sobre Blancornelas, a quien pretendieron matar el 27 de noviembre de 1997. Su acompañante Luis Valero pudo salvarle la vida pero no consiguió preservar la propia, acribillado por las balas cuyo blanco era el periodista.
Además de consecuencias físicas incesantes, la agresión significó la pérdida de la libertad de Blancornelas, que desde entonces hasta su muerte ocurrida el 23 de noviembre de 2006 fue escoltado por un pelotón militar, que lo acompañaba a los escasos lugares que, más allá de su trabajo, frecuentaba el periodista.
Francisco J. Ortiz Franco fue asesinado en junio de 2004. Desde unas semanas antes, a su tarea habitual de editor general de Zeta añadió la revisión del expediente del asesinato del Gato Félix. La Sociedad interamericana de prensa había presionado al Gobierno federal panista para que a su vez consiguiera del gobierno local la reapertura del caso. En eso estaba cuando al mediodía, en una calle concurrida, en presencia de sus pequeños hijos, fue asesinado.
Eran tiempos de campaña electoral y el periódico había rehusado publicar la propaganda pagada de Hank Rohn.
La hiel de esas muertes y atentados fue mitigada por la miel del favor público, el de un número creciente de lectores, y el reconocimiento del periodismo mexicano, tendiente más de lo admisible a minimizar los logros ajenos, sobre todo si ocurren fuera del centro político del país.
Dos veces recibió Blancornelas el Premio nacional de periodismo. Su tarea, y la su nueva dirección, a cargo de Adela Navarro y César René Blanco, hijo del fundador, pues Blancornelas resultó una suerte de seudónimo evidente, fusión de sus apellidos Blanco y Ornelas, han sido galardonadas con las máximas distinciones internacionales en este campo, entre ellos el Premio mundial de periodismo, otorgado por la UNESCO y la fundación que lleva el nombre de Guillermo Cano Icaza, periodista colombiano asesinado por el narcotráfico.
Con todo, a sus treinta años, Zeta no es un periódico lúgubre. Sus brillantes páginas reflejan, todos los viernes, el triunfo de la vida sobre la muerte.
El pasado presente.- El 20 de abril de 1988, pasado mañana se cumplen veintidós años, fue asesinado Héctor El gato Félix, codirector, con Jesús Blancornelas, del semanario Zeta, como si dice líneas arriba. En su libro Una vez nada más, el dolido Blancornelas reconstruyó los hechos:
"Cuentan que la madrugada del 20 de abril Jorge Hank y sus amigos andaban enfiestados y que Alberto Murguía se acerco a Jorge para decirle, junto a (Antonio)Vera Palestina, que si ya había leído lo que de él escribió Félix; que muy atrevido, que ya era hora de ponerlo quieto y que si no entendía por la buena, entonces por la mala. Dicen que Hank Rohn no comentó, que siguió gozando. Y aseguran que fue tanta la insistencia de Murguía que por fin Hank Rohn les dijo que sí, que adelante.
Antonio Vera Palestina debió ir a su oficina por la espléndida, carísima escopeta de alto poder; llevaba seguramente su pistola al cinto, como siempre, y llamaría a dos hombres de su confianza, Victoriano Medina y Emigdio Nevárez, ex agentes de la policía judicial del estado los dos, incondicionales a sus órdenes; eran su refuerzo y los prefería porque no le decían nada de lo que hacían ni al santo de su cabecera.
Físicamente Victoriano y Emigdio eran todo lo contrario.
Chaparro, malencarado, picado de la piel, pelo quebrado, fornido y desaliñado, bueno para los trancazazos y los disparos, ágil, es Victoriano; Emigdio: medio güero, siempre encachuchado con una de béisbol, de chamarra normalmente y también desaliñado; hombre de esos que tienen cara de no romper un plato; significado porque en un caso serio y delicado era más fácil hablar con un mudo que con él.
A Victoriano, Vera Palestina lo mandó en su Transam para que se 'clavara' cerca de la casa de Félix, en la esquina de Sol y Piscis; para él no era desconocido el lugar; estuvo allí en diferentes ocasiones vigilando a Félix. Victoriano obedeció. Hacía tiempo que varios vecinos que habitaban en la calle Piscis sintieron lo muy extraño que era ver cada vez más seguido al Transam; a la policía se lo dijeron, y también que el ocupante del vehículo usaba un radio transmisor portátil por el que hablaba continuamente. A una mujer que todos los días llevaba sus hijos a la escuela también le llamó la atención que un día sí y otro también el Transam negro allí estuviera.
A Emigdio, Vera Palestina le ordenó que manejara una camioneta y que él iría a su lado. Fueron y se estacionaron en el cerro de enfrente de la casa de Héctor; vieron y vieron con prismáticos al interior del domicilio.
Ahí permanecieron desde la madrugada. Cuando amaneció, lloviznaba y hacía frío. Los tres empleados de Jorge Hank se comunicaban por su radio portátil con la central en el hipódromo.
Antes de las nueve de la mañana salió Héctor de su casa. Enchamarrado y sin sombrero, eso sí con su paraguas. Subió a su Crown Victoria. Un vecino esperaba, como todos los días, a que un compañero lo recogiera en su carro para irse con él al trabajo antes de las nueve de la mañana. Escuchó el motor de un vehículo que creyó que había llegado su compañero; se asomó desde la ventana, llovía, y confirmó que no era su camarada, era un Transam negro cuyo motor habían encendido. Al mismo tiempo, vio que Héctor Félix, muy conocido por él, subía a su carro guareciéndose con su paraguas.
El Gato iba en ayunas y con seguridad antes de llegar al periódico se iría a desayunar. Tragón como era, lo primero para él era comer, después todo lo demás. El Transam lo siguió, el vecino lo seguía viendo.
Uno se imagina que en aquel momento se dijeron por radio ¡ya salió!, y que el Transam con Victoriano rápidamente se colocó delante del Crown Victoria de Héctor. La camioneta con Vera Palestina rápidamente bajó del cerro.
Héctor manejó sin prisa, primero por la corta calle Antares, torció a la izquierda por la avenida Libra y luego se encarriló por la bajada, ancha, que por eso le llaman bulevar López Velarde.
Uno se imagina que Antonio Vera Palestina y Victoriano Medina se coordinaron muy bien por radio, porque en el momento menos esperado Héctor ya tenía al frente y sin conocerlo el Transam de Victoriano. Lo más seguro es que ni la atención le llamara. Y como estaba lloviendo muy rápido, el gato tendría más cuidado de manejar esa bajada que andar viendo quien venía por delante y quién venía por atrás.
A una cuadra de terminar la bajada, Victoriano frenó y detuvo el Transam. Héctor también frenó. Atrás venía la camioneta con Vera Palestina. El Crown Victoria de Héctor no pudo seguir adelante, quedó encajonado.
Emigdio avanzó con su camioneta para rodear y frenar exactamente en paralelo al auto de Félix. Vera Palestina bajó el vidrio, sacó la escopeta y disparó dos veces a HéctorEl motor del Crown Victoria siguió funcionando.
Sin control, el vehículo pegó contra el alto cordón de la banqueta a la izquierda, a la derecha, volvió a rebotar a la izquierda"