Jorge del Rincón Bernal
El vocablo Navidad lo empleaban los antiguos romanos tal como nosotros lo empleamos con sus equivalentes de natalicio o día de nacimiento, aunque tenía una connotación especial en los altos niveles sociales, culturales y políticos en los que servía para designar el aniversario en el que el emperador era elevado al trono, es decir glorificado, lo que llamaban su apoteosis- del griego apotheoo- que significa convertir en dios.
También en el plano meramente cultural la Navidad hacía referencia al nacimiento del astro rey: el Sol que por ser ‘divino’ devenía invencible al aplastar cotidianamente a la noche, especialmente el día 25 de diciembre en la noche más larga del año.
Esta fecha fue adoptada por los primeros cristianos, pues los evangelios precisan el año más no el día del nacimiento del Redentor. Según la Enciclopedia Rialp, el primer testimonio que se tiene de una celebración de la Navidad data del año 345 según el calendario litúrgico, pero los historiadores consideran que la creación de la fiesta de Navidad es contemporánea a la Epifanía que se celebraba litúrgicamente en Roma en la primera mitad del Siglo 4, ya que la elección de la fecha fue escogida por la Iglesia Romana para sustituir la fiesta pagana que se celebraba el día 25 de diciembre en honor del dios Sol invencible.
De lo que no hay duda es del lugar del nacimiento ya que según el texto del profeta Miqueas quien relata que los sacerdotes y escribas interrogados por Herodes acerca del lugar en el que nacería Cristo le dijeron: En Belén de Judá, porque así está escrito por el profeta: “Y tu, Belén, tierra de Judá, no eres, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi pueble Israel” (MT 2, 5.)
Al hablar de la Navidad, resulta inevitable mencionar los otros dos momentos litúrgicos: La Epifanía que desde el Siglo 4 se viene celebrando y el Adviento, que a medida que fueron tomando relevancia la Navidad y la Epifanía, en esa medida se hizo necesaria la existencia de un período de preparación par la Natividad.
La palabra Adviento viene del latín ‘adventus’ que significa venida, advenimiento. La utilizaron los paganos para indicar la venida y presencia simbólica de sus dioses en los recitos sagrados del templo. Igualmente la usaban para celebrar la llegada del emperador.
Para nosotros los cristianos el Adviento tiene la connotación de espera para el advenimiento y su previa preparación a la llegada del Dios Hombre, durante las cuatro semanas con que se inicia el año litúrgico.
Siento que hasta ahora que me he puesto a leer sobre estas festividades litúrgicas y su sentido trascendente es como me percato de que a pesar de que oímos la prédica en las homilías dominicales sobre el significado del Adviento, con nuestro prontísmo y alboroto de la Navidad y la Epifanía, no profundizamos en el significado hondo del Adviento, siendo yo neófito en la materia, voy copiar las palabras que José Manuel Bernal Llorente escribe en su libro “Para vivir el Año Litúrgico” en la parte que el mismo llama ‘Espíritu y Dimensión del Adviento hoy’:
“Toda la mística de la esperanza cristiana se resume y culmina en el Adviento. Por otra parte, también es cierto que la esperanza del Adviento invade toda la vida del cristiano, la penetra y la envuelve.
Hay que distinguir en el adviento una doble perspectiva: una existencial y otra cultural o litúrgica. Ambas perspectivas no sólo no se oponen, sino que se complementan y enriquecen mutuamente. La espera cultural, que se consuma en la celebración litúrgica de la fiesta de navidad, se transforma en esperanza escatológica proyectada hacia la parusía final. La espera, en última instancia, es única; porque la venida del Señor, aparentemente múltiple y fraccionada, también es única”.
“Los teólogos están hoy de acuerdo en afirmar que el esfuerzo humano por contribuir a la construcción de un mundo mejor, más justo, más pacífico, en el que los hombres vivían como hermanos y las riquezas de la tierra sean distribuidas con justicia, este esfuerzo -se afirma- es una contribución esencial para que el mundo vaya madurándose y preparándose positivamente a su transformación definitiva y total al final de los tiempos. De esta manera, la “preparación de los caminos del Señor” se convierte para el cristiano en una urgencia constante de compromiso temporal, de dedicación positiva y eficaz a la construcción de un mundo nuevo. La espera escatológica y la inminencia de la parusía, en vez de ser motivo de fuga del mundo o de alineación, deben estimularnos a un compromiso más intenso y a una integración mayor en el trabajo humano”.
El advenimiento nos hace desear ardientemente el retorno de Cristo. Pero la visión de nuestro mundo injusto, marcado brutalmente por el odio y la violencia, nos revela su inmadurez para la parusía final”.
No obstante ser desde joven un católico practicante y hasta cierto punto comprometido, debo admitir no tener la entrega y la generosidad necesaria para considerarme un buen católico, de los que estudian a fondo su religión y la viven en aceptable congruencia, por ello pido una disculpa a mis escasos lectores, al atreverme a escribir acerca de lo que ignoro.
Aprovecho este espacio para expresarles a todos ustedes y los suyos mis mejores deseos para su bienestar y bienser, lo que implica estar alegres y felices en estos días de Adviento, Navidad y Epifanía, así como los muchos más en los que Dios les dé vida, ojalá saludable.