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"Opinión"

"¿Ave Fénix?"

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    A destruir porque es necesario. A demoler porque es indispensable. A dinamitar el pasado porque sólo así será posible edificar un nuevo futuro. Así las justificaciones y las elucubraciones en torno a los verdaderos motivos detrás de las decisiones de López Obrador. Hay método detrás de lo que sólo parece ser locura. Hay una planeación estratégica subyacente ante lo que se malinterpreta como improvisación evidente. La intención deliberada, nos dicen, es quemar el bosque repleto de arbustos torcidos para dar lugar a pinos erguidos, árboles frutales y maderables. Arrasar para sembrar. La destrucción no es producto de prejuicios o ignorancia o desprecio por los datos o discrecionalidad o voluntarismo. No, la destrucción es un propósito premeditado que deberíamos aplaudir porque cancela la posibilidad de regresar al lugar de donde veníamos. Y eso sería entendible e incluso loable si fuera cierto. Pero la evidencia sugiere lo contrario. El nuevo gobierno ni construye una nueva institucionalidad ni está remodelando eficazmente la que heredó para que podamos acabar con un orden social profundamente injusto.

    Sin duda tenemos ante nosotros un Presidente animado por la intención de desmontar al país de privilegios; un líder con un gran caudal de legitimidad que busca mejorar la vida de la inmensa mayoría de los mexicanos. Y piensa -correctamente- que para ello hay que alterar la correlación de poder entre el Estado y los empresarios; entre los señores del dinero que han logrado, una y otra vez, poner las políticas públicas a su servicio. Hasta ahí vamos bien. Pocos progresistas disputarían ese diagnóstico y los imperativos que genera. Pero al examinar las decisiones decretadas durante los últimos meses, resulta imposible sostener el argumento del lopezobradorismo incendiando la pradera neoliberal para sembrar ahí una floresta.
    Primero porque el neoliberalismo sigue vivo en muchas de las políticas promovidas -como el libre comercio- e incluso se ha reforzado el encogimiento del Estado. Segundo porque el Presidente rechaza de tajo la idea de una reforma fiscal progresiva con fines redistributivos, dirigida al gran capital. Y tercero, porque con la cancelación del aeropuerto de Texcoco bajo el argumento de “aquí mando yo” el Presidente manda un mensaje a la cúpula empresarial, pero no es el mensaje que México necesita, basado en transparencia y competencia, más licitación y mayor fiscalización, contrataciones públicas conforme a la ley y no basadas en la cuatitud. AMLO pone a temblar a la clase empresarial pero no la sujeta a nuevas reglas. Simplemente reemplaza la discrecionalidad tecnoburocrática por la discrecionalidad amloísta. No acaba con el amasiato sistémico entre el poder político y el poder económico; sólo se apropia de él. Quizás se han negociado nuevos acuerdos pero no del tipo que favorezcan al consumidor, empoderen al ciudadano o reduzcan la extracción de rentas.
    Ahí están los negocios de Alfonso Romo y Ricardo Salinas Pliego y Carlos Lomelí y Armando Guadiana y los beneficiarios del aumento en las adjudicaciones directas de los contratos gubernamentales para constatarlo. AMLO ha cambiado la correlación de fuerzas pero para beneficio propio y de los suyos, no a favor del gobierno como tal. No a favor de leyes y regulaciones que desmantelen al capitalismo de cuates y acaben con su faceta extractiva, rentista y rapaz. No a favor de un sistema fiscal que aumente la carga tributaria a los que más tienen, encarando así la desigualdad. La 4T exhibe su fuerza para amedrentar y personalizar; no usa su poder para fortalecer capacidades gubernamentales.
    Y sí, AMLO ha asestado algunos golpes simbólicos para debilitar a un manojo de actores poderosos. Pero es Andrés Manuel quien gana fuerza, no la nueva y necesaria institucionalidad, no el Estado mexicano. Ese Estado que día con día pierde capacidad para regular, para intervenir, para educar, para curar, para fomentar el crecimiento, para promover la legalidad, para asegurar la seguridad, para combatir los privilegios y reducir las brechas. Hasta el momento, la destrucción metódica ha empoderado a un solo bombero, parado en el llano en llamas, prendido desde Palacio Nacional. Será un ave fénix, nos aseguran. Pero hoy sólo se vislumbran las cenizas y -posado en ellas- un ganso sobre cuyo lomo están montados los mismos intocables de siempre. O sus facsimilares de la 4T.
    @DeniseDresserG

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