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"Opinión"

"Bienvenida a América"

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    A Sergito
     
    La portada de julio de la revista “Time” explica perfectamente la política migratoria de tolerancia cero, impuesta recientemente por los Estados Unidos. Un fondo rojo en el que resaltan una niña pequeñita que llora y mira aterrada a un Donald Trump que gélidamente le da la “bienvenida” a América. La portada es la estampa de la desigualdad; del poder absoluto frente a la indefensión.
     
    Salvo otra que vi hace poco, la imagen captada por John Moore, ganador del Pulitzer (y con la que Time armó la portada de su última revista), resulta, por decir lo menos, desgarradora. La expresión y postura de esta niña hondureña, reflejan la explosión de emociones que viven y sufren los migrantes en su arribo a los Estados Unidos. Y si a lo anterior sumamos que la niña no rebasa los 5 años, no hay que ser muy listos para comprender lo que significa que la policía fronteriza separe a la pequeña de su madre. ¿Qué diferencia hay entre esta acción y la saña que puede darse en un crimen callejero o un ajuste de cuentas entre narcos? Si es que las hay, las diferencias son muy pocas.
     
    Lo planteo de este modo tan taxativo, porque esta niña hondureña, con sus más de tres mil kilómetros a cuestas, solo tiene una certeza: la única persona en la que puede confiar y protegerle, es su madre. 
     
    Por ello, apenas un criminal sin escrúpulos, un idiota moral, un desquiciado mental es capaz de ordenar que los menores sean separados de sus padres cuando están atravesando por uno de los momentos de mayor vulnerabilidad en sus cortas vidas. 
     
    Entre las muchas cosas que desdeña Trump, está el hecho innegable de que la gran mayoría de las personas que emigran lo hacen porque las condiciones de pobreza, inseguridad e inestabilidad en sus países les obligaron a hacerlo. Son pocas las personas que deciden jugarse la vida y renunciar a las raíces, la familia extensa, los amigos, la cultura propia y la lengua materna para embarcarse en una aventura en donde la única certeza que existe es la rabiosa animadversión a la condición humana de la política migratoria estadounidense.
     
    Como en muchas otras ocasiones, Donald Trump se equivocó al pensar que por la vía de la crueldad obtendría el respeto que no ha sabido, ni podido ganar. 
     
    El escándalo mediático desatado por los audios y videos que comenzaron a circular por las redes y noticiarios, lo condujo a reaccionar como lo haría cualquier villano enfermo de poder: “Nunca vivimos un período de tiempo como este. Todo el mundo está admirando a los Estados Unidos, y somos respetados de nuevo. Hubo un momento en que no fuimos respetados; no hace mucho. [Hoy] Los Estados Unidos son respetados nuevamente...”.
     
    A estas desafortunadísimas palabras, se sumaron las imágenes de niños enjaulados durmiendo en el piso, generando la indignación internacional. La atrofia moral de la política estadounidense es lo que mantiene molesto al mundo mundial. Me explico. 
     
    Richard Sennett, un intelectual al que con cierta frecuencia invito a este espacio a través de sus textos, en un libro casi autobiográfico titulado “El respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad”, dice que nuestra sociedad carece de experiencias positivas de respeto y reconocimiento de los demás, debido a que en lo cotidiano prevalece una idea que se ha vuelto muy dominante: “tratándonos unos a otros como iguales afirmamos el respeto mutuo. Sin embargo, ¿podemos respetar solamente a nuestros iguales? Algunas desigualdades son arbitrarias [injustas, autoritarias, absurdas]; otras son muy difíciles de tratar, como las diferencias de talento. En la sociedad no hay en general una expresión de consideración y de reconocimiento mutuos entre los individuos más allá de esas fronteras”. Respetamos a quien pensamos que es nuestro igual (incluso a quien está por encima de nosotros gracias a su talento, capacidades sobresalientes o posición ganada gracias a su mérito), pero no a quienes son presa de la mala fortuna de cuna, son débiles o padecen necesidades de las que no se pueden librar por sí mismos. 
     
    Predomina el respeto hacia el autosuficiente, al que se labra y forja un destino, pero se rechaza, e incluso repudia, a quien depende de la benevolencia ajena (basta preguntarle a un migrante cómo se siente cuando pide limosna en un crucero, al anciano que estira la mano para recibir la propina al empacar las compras o a los indígenas recién llegados a las ciudades). Los repudiamos porque los consideramos un estorbo, una carga, un lastre al que hay que arrastrar.
     
    En estas condiciones se antoja imposible que una persona pueda generar y sentir respeto por sí mismo, ya que, como dice Sennett, “en el conjunto de la sociedad, el respeto por uno mismo no solo depende del nivel económico, sino también de la manera en que éste se logra”. De poco sirven las clases de dignidad que Donald Trump quiere darle a los migrantes que cruzan sus fronteras, porque ellos tienen perfectamente claro todo lo que han ido perdiendo durante el camino, y lo que significa vivir en los Estados Unidos un indocumentado. 
     
    A esto hay que sumar un daño agregado que Sennett considera mucho más agresivo que un insulto directo: la falta de reconocimiento. ¿Reconocimiento de qué? De todo aquello que nos hace ver ante los demás como una persona que, por el hecho de serlo, tiene dignidad humana.
     
    Las jaulas de Trump, las mismas que el gobierno estadounidense en otro momento utilizó para mantener presos a sospechosos y culpables de apoyar a Al Qaeda, son el claro ejemplo del desinterés hacia el reconocimiento de la condición y dignidad humana. 
     
    Haber revertido la decisión inicial de separar a las familias que de ahora en adelante sean capturadas por la patrulla fronteriza, no cambia en nada el daño hecho. Tampoco frenará los próximos intentos de escapada de quienes migran para escapar por mil y un razones de su tierra.
     
    Más allá de las culpas, nuestro gobierno debe sentarse con Trump para poner solución al problema; aun y cuando el mundial de futbol desvíe nuestra atención del tema.
     
     

    @pabloayalae   

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