La enorme mayoría de las personas, podemos decir, somos multidimensionales y de acentos.
Nuestra dimensión física hace posible que, con mayor o menor facilidad, realicemos nuestras actividades rutinarias movidos por nuestro cuerpo, sentidos, salud y energía. La serie de actitudes y carácter con el que afrontamos el día a día brotan de la dimensión emocional. Seguimos y defendemos la práctica de ciertas tradiciones, símbolos y costumbres porque las consideramos parte sustantiva de nuestra cultura. Nos hacemos de un cierto empleo, patrimonio, bienes y respaldo material conscientes del rol que juega en nuestras vidas la dimensión económica. Y cuando la buena fortuna nos da la espalda, no nos derrumbamos o saltamos al vacío porque hacemos de nuestra espiritualidad un eficaz asidero para mantenernos en pie frente a los despropósitos y desgracias que sazonan nuestra vida.
Y así como la dimensión física, emocional, cultural, económica y espiritual están presentes e influyen de manera determinante en nuestro destino, la histórica nos permite comprender el rol y horizonte que tenemos en el tiempo y contexto que vivimos. Algo similar ocurre con la dimensión tecnológica, porque, sin apenas darnos cuenta, vivimos atados a ella a través de las apps que hemos descargado en nuestro teléfono, las visitas al médico, las series de televisión que vemos en casa, la pantalla digital que está empotrada en el tablero del coche, los electrodomésticos comunes y corrientes y un largo etcétera donde la tecnología es protagonista.
No podemos cerrar esta lista que estaría incompleta, si dejáramos por fuera la dimensión ética, ya que de ésta surge la serie de principios y valores morales que nos permiten orientar nuestras vidas hacia un horizonte de libertad, justicia, dignidad, igualdad, respeto, solidaridad, convivencialidad y, entre otras aspiraciones humanas más, la paz.
Todas las dimensiones se interrelacionan y se influyen entre sí de manera simultánea, poniéndose el énfasis, el acento, donde más nos interesa. Va un ejemplo para clarificar esta última idea.
Ana Gabriela Guevara, actual titular de la Comisión Nacional del Deporte en México, a lo largo de todos los años que se desempeñó como atleta olímpica, puso su atención, esfuerzo y dedicación para ejercitarse con las rutinas requeridas, alimentarse de manera adecuada, descansar los tiempos sugeridos por su entrenador, seguir al pie de la letra algunos cuidados médicos extra a los que un deportista amateur debe tener, alejarse de cualquier vicio, etcétera. En fin, su vida orbitó en torno a la dimensión física que es la que le permitió desempeñarse como una atleta de alto rendimiento. Lo mismo sucedió en el caso de escritores como Rosario Castellanos, Sergio Pitol, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Monsiváis, Jaime Sabines o José Emilio Pacheco. Su vida giró en torno a la cultura y no a la acumulación de bienes materiales, esculpir o hermosear su físico, gozar de una salud excepcional, salvarse de las llamas del juicio final o encontrar la estrategia infalible para escapar a la crítica de quien no comulgaba con sus ideas o estilo de escritura. Los acentos en sus vidas estaban puestos en la dimensión cultural.
Hasta este punto nadie debería rasgarse las vestiduras, porque en cualquier democracia liberal existe el derecho a la libre expresión. En ese sentido, cada quien puede decidir qué hacer con su vida. El problema surge cuando los acentos se ponen en ciertas dimensiones sin darle cabida a la dimensión ética. Va un par de ejemplos para entender el nivel de afectación social que puede generar este hecho.
Imagine a un empresario que está convencido de que el sentido de su vida se alcanza en la medida que pueda seguir sumando ceros a sus cuentas bancarias, posea un cierto nivel de salud para continuar trabajando 14 horas diarias y no meterse en problemas legales. La cultura, historia y moral, entiende, son “agregados” que quitan tiempo para lo “verdaderamente importante”. Sin dejar de reconocer que las dimensiones mencionadas líneas arriba sean muy importantes para el florecimiento de toda sociedad, ¿cuál sería el resultado social de dejar por fuera la dimensión ética? De entrada, tendríamos a un empresario convencido de que aquello que no es ilegal está permitido, por tanto, las rutas cortas, las puertas giratorias, los moches, la precarización de la vida laboral de sus empleados o la opacidad en el manejo de sus cuentas, serán el día a día de sus negocios.
Lo mismo sucedería en el caso de un científico que pasa la mayor parte de su día, encerrado como rata de laboratorio intentando hacer que funcionen sus cultivos de esporas, programas o experimentos. ¿Qué pasará si esta persona pone el acento en la dimensión epistemológica, tecnológica o económica y no pone ningún énfasis en la moral? Al igual que en el caso anterior, una serie de deberes que están más allá del marco legal comenzarían a desdibujarse, tales como el respeto a la vida de las personas o animales con los cuales experimenta, la posibilidad de que sus descubrimientos sirvan para curar enfermedades de personas que viven en países en desarrollo, etcétera.
En resumen, si queremos que en nuestra sociedad continúen fortaleciéndose los lazos de confianza, compromiso, empatía, respeto, solidaridad y armonía, la dimensión ética no puede dejarse de lado, ya que funciona como una especie de pegamento, silicón, bisagra, que integra y compagina al resto de dimensiones. Ahora, seguramente se preguntará sobre el modo en que esto es posible. Van unas cuantas pistas, las cuales están muy alejadas de ser una receta.
Una vez que usted ya identificó aquello-que-le-enloquece-y-da-
Ubicados los principios, usted ya estará en condiciones de identificar cuándo las metas que lo conducen a su horizonte de vida se alejan de esas máximas morales contenidas en los principios morales elegidos.
Por último, viene el tema de los impactos. ¿Mis acciones están trayendo consecuencias o efectos en personas que ni la deben ni la temen? Si esto es así, entonces quiere decir que la dimensión moral fue considerada solo “en el papel” o en “las aspiraciones ideales”, pero relegada en el terreno de los hechos.
Estoy consciente de que esta explicación exprés, no pone a salvo a la ética de los prejuicios que giran en torno a ella respecto a su poca eficacia, practicidad o valor al momento de tomar decisiones importantes en nuestro día a día. Pero, aunque tampoco resuelva la discusión, sí deja en claro algo: los énfasis que ponemos en nuestras vidas siempre serán los que deseemos; dichos énfasis serán positivos y constructivos en la medida que no dejen por fuera la dimensión moral, ya que esta actúa como una argamasa que posibilita la convivencia armónica y pacífica en contextos como los nuestros, es decir, de diversidad.
Una última cuestión: la próxima semana estaré de vacaciones; así que le dejaré descansar por un breve momento.