Imagina la siguiente situación: una niña de 10 meses comienza a estar resfriada. Está un poco molesta, le corre moco transparente, y come un poco menos de lo normal. Pasan dos días, y aunque ya está de mejor ánimo sigue congestionada. Y, oh tragedia, el moco ya se hizo verde. “¡Ya tiene infección!”, podría exclamar alguien.
En efecto, la pequeña sí tiene una infección porque el resfriado común es producido por diferentes grupos de virus, y los virus son infecciones. Pero como lo mencionamos en una columna hace algunos meses, ni fiebre ni infección son sinónimos de antibiótico. Estos medicamentos sólo sirven para eliminar bacterias.
Hablando específicamente de la coloración del moco, existe la creencia de que si está verde ya se necesita usar un antimicrobiano. La realidad es que no tiene nada qué ver.
En la evolución natural de un catarro, dos días después del contagio con el virus empiezan los síntomas. El cuerpo, para defenderse, envía a la nariz y al tracto respiratorio unas células llamadas polimorfonucleares. Bajo el microscopio, la secreción nasal coincide con la llegada de estos glóbulos blancos defensores. Y el cambio de coloración que pudiera existir también tiene que ver con ellos. Un color blanco-amarillento habla de la presencia de los polimorfonucleares, y el color verde habla de la actividad enzimática de ellos mismos. Ninguno de estos colores se correlaciona con la presencia de bacterias (1).
El punto práctico es que en vez de fijarnos en el tono verdoso del moco, es más importante ver el estado general del niño y la evolución que ha tenido. Si no está mejorando, y sobre todo si hay dificultad para respirar, es mejor acudir al pediatra. Él decidirá si se trata de un virus que nuestro sistema inmune eliminará, o si existe una infección bacteriana que requiere antibiótico. Lo primero es mucho más frecuente que lo segundo.
1. Pappas DE. The common cold in children: Clinical features and diagnosis. UpToDate, marzo 2018.
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