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"LA VIDA DE ACUERDO A MÍ"

"El reino de la pigmentocracia"

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    alessandra_santamaria@hotmail.com
    @Aless_SaLo

     

    “¡Güerita, güerita” fue una de las primeras columnas que escribí para Noroeste. En ella hablaba sobre los privilegios que tienen aquellas personas de tez clara que viven en México. Hablé de mis propias experiencias a comparación de las de otros, y el tema de la discriminación relacionada a la apariencia física y a la clase social se hizo relevante, aunque nunca haya dejado de serlo realmente, cuando en un programa de Foro Tv, una joven mencionó el concepto de “pigmentocracia” en el contexto de una discusión sobre la Fórmula Uno en el País.

    “Los boletos cuestan 10 mil pesos. Es una actividad fifí por los boletos que cuestan hasta 30 mil pesos. Más allá de que sea un tema clasista, es un tema de pigmentocracia. Entras a un lugar y todo el mundo es güerito, de ojo verde”, expresó la panelista Estefanía Veloz.

    Sus comentarios generaron mucha controversia en las redes sociales. El propio ex candidato a la presidencia, José Antonio Meade, los tachó de “frívolos y superficiales”, mientras que otros usuarios lo consideraron un ataque a la identidad y libertad de México y un esfuerzo a continuar separando a las personas por su condición socioeconómica y apariencia física.
    Pero, ¿no estamos separados ya?, ¿no somos vistos, juzgados y tratados de diferente manera con base en nuestra primera impresión?

    Por su parte, el youtuber y comentarista Chumel Torres, aseguró que quienes critican a la Fórmula 1 “porque todos son güeritos” significa o “no o haber ido o estar muy resentido”.

    Chumel Torres es moreno. Aunque no tengo datos duros para corroborarlo, por la cantidad de seguidores que tiene, puedo decir que monetariamente, le va muy bien. “La armé en grande y soy moreno”, podría decirlo. Y es cierto, pero si analizamos los perfiles de las 55 millones de personas que viven en pobreza en México, ¿qué nos encontraríamos?

    Para un país tan evidentemente racista, clasista y machista como lo es México, sorprende lo reacio que sus habitantes resultan ser a la hora de admitir la verdad. Al mexicano promedio no le gusta ser moreno, lo acepte o no. Y no le gusta porque lo que ve en las series de televisión, en el cine, en los comerciales de productos de belleza, en la publicidad de marcas de ropa, en muchas telenovelas y revistas de sociedad, es gente blanca.

    Y esta superioridad ligada al perfil europeo, en contraste con el estigma que viene al tener fuertes rasgos indígenas, está muy arraigado en el pensamiento colectivo, y los datos lo prueban.

    El Proyecto sobre Etnicidad y Raza en Latinoamérica, realizado por el Inegi, el Colegio de México y la Universidad de Princeton (EUA), señaló que “mientras más oscuro es el color de piel, los porcentajes de personas ocupadas en actividades de mayor calificación se reducen. Cuando los tonos de piel se vuelven más claros, los ocupados en actividades de media y alta calificación se incrementan”. Información adicional agregó que el color de piel no condena pero sí influye fuertemente en el tipo y la cantidad de oportunidades laborales y personales que tenemos en la vida.

    Asumo que muchos de ustedes recordarán aquel video sobre un experimento social que realizó una agencia publicitaria, por allá del 2013 o 2014, donde le preguntaban a niños de diferentes países latinoamericanos qué bebé es el más bonito, el blanco o el negro. Todos respondieron que el blanco. Y a qué bebé es bueno, la respuesta no varió.

    Aunque muchos, entre ellos, influencers y personalidades públicas, se burlaron del experimento por agenda política, hay algo que no puede negarse, y es que desde pequeños nos han metido en la cabeza que mientras más blanco es uno, mejor.

    Claro, las cosas están cambiando. Aquellos que gozamos el privilegio de una tez más clara nos estamos educando sobre el contexto social e histórico que lo ha permitido, y aquellos que han sufrido de rechazo, burlas y hostigamiento escolar, laboral, en internet o en cualquier otro escenario, por tener más genes indígenas que españoles o de otro país primordialmente caucásico, están levantando la voz. Están compartiendo sus experiencias, están callando o ignorando a sus agresores, están reclamando espacios públicos y roles cada vez más importantes en nuestra sociedad.

    Podemos celebrar los avances al mismo tiempo que reconocemos lo mucho que nos falta por el camino hacia la auténtica igualdad de oportunidades, y tal vez así, en un par de décadas podríamos decir que ya no vivimos en el reino de la pigmentocracia.

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