Algunas personas se resisten -con aparatosas poses y estridencias- a las etapas, proceso y paso de la vida, como aseveró José Ingenieros en El hombre mediocre. “Los viejos olvidan que fueron jóvenes y éstos parecen ignorar que serán viejos: el camino a recorrer es siempre el mismo, de la originalidad a la mediocridad, y de ésta a la inferioridad mental.
“¿Cómo sorprendernos, entonces, de que los jóvenes revolucionarios terminen siendo conservadores? ¿Y qué de extraña es la conversión religiosa de los ateos llegados a la vejez? ¿Cómo podría el hombre activo y emprendedor a los 30 años, no ser apático y prudente a los 80? ¿Cómo asombrarnos de que la vejez nos haga avaros, misántropos, regañones, cuando nos va entorpeciendo paulatinamente los sentidos y la inteligencia, como si una mano misteriosa fuera cerrando una por una las ventanas entreabiertas frente a la realidad que nos rodea?.. Nacemos para crecer, envejecemos para morir”.
Aunque haya nostalgia de vigor y energía en la vejez, conviene mantener alegría y lucidez para aceptar con filosofía el menguar de las fuerzas y el sereno declive de la vida. Bien dijo Tiziano Terzani: “Me gusta estar en un cuerpo que envejece. Puedo mirar las montañas sin el deseo de escalarlas. Cuando era joven habría querido conquistarlas; ahora puedo dejarme conquistar por ellas. Las montañas, como el mar, recuerdan una grandeza por la cual el hombre se siente inspirado, elevado. Esa misma grandeza está también en cada uno de nosotros, pero allí nos es difícil reconocerla. Por eso nos atraen las montañas. Por eso, a través de los siglos, tantísimos hombres y mujeres han venido aquí arriba, al Himalaya, esperando encontrar en estas alturas las respuestas que se les escapaban permaneciendo en las llanuras”.
¿Envejezco con alegría? ¿Me preparo con lucidez?
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@rodolfodiazf