Editorial
Los eventos masivos son la mejor forma de medir la salud de un régimen político y el Día del Grito, junto con el Desfile del 16 de septiembre, demostraron que la Cuarta Transformación se encuentra en sus mejores momentos.
Nada como un baño de pueblo para que un político sepa si todavía tiene el favor del pueblo, el cariño de sus seguidores, la masa no miente.
En sus mejores momentos, Fidel Castro, reunía a un millón de cubanos frente a él, pero en su ocaso ni siquiera se atrevía a salir a la calle.
Durante la ceremonia de toma de posesión de Barack Obama, como Presidente de EU, se reunieron casi 2 millones de personas para darle la bienvenida y se fue ocho años después con el favor de gran parte de ese apoyo.
López Obrador salió al balcón presidencial prácticamente solo, apenas acompañado con su mujer, dejando en claro que era capaz de enfrentar a los 130 mil mexicanos presentes en el Zócalo.
En el acto no hubo muchas sorpresas, López Obrador suele avisar de manera repetitiva y recurrente lo que va a hacer y cuando lo hace todo mundo sabe lo que va a ocurrir en ese momento.
Su logro es la coherencia, un estilo que respeta en el discurso y en el hacer, y en el hacer cumplió sus promesas y realizó la ceremonia más austera que se tenga memoria en el México moderno.
Un día después desfiló frente a él el Ejército, al que pasó lista sin las estridencias de años anteriores y sí con el favor de los soldados que han encontrado un reconocimiento y apoyo en el nuevo régimen que no tenían en los anteriores.
Es el primer año de su gobierno, así que es muy difícil saber si el resto de los años que gobernará conseguirá el mismo apoyo de la multitud, pero será muy fácil de medir, bastará con asistir a ese evento masivo que nos recuerda quiénes somos, cada año.
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