rfonseca@noroeste.com
@rodolfodiazf
El naufragio de muchas personas se debe a la carencia de visión. Si parece que sus vidas no tienen futuro ni objetivo, se debe a que carecen de motivación y profundidad; no tienen claro su destino ni el objetivo por el que partieron en este fructífero y apasionante viaje, que en ocasiones se torna tempestuoso, difícil, doloroso y amenazante.
En el Evangelio de Lucas (18,41), se narra que Jesús se detuvo ante el ciego de Jericó y le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Siendo ciego, puede parecer muy lógico que pidiera ver; sin embargo, podría haber pedido muchas otras cosas, aun cuando el Maestro no se las concediera. A lo mejor hubiera pedido riqueza, fama, salud, honores o cualquier otro bien pasajero y efímero.
El ver en la Biblia no se circunscribe a lo que los ojos miran, porque hay muchos que miran sin mirar y oyen sin escuchar. Myles Munroe recordó que existe un dicho que afirma: los ojos que miran son comunes, pero los ojos que observan son muy raros. Y añadió: “La vista es una función de los ojos, pero el hecho de tener visión es una función del corazón”.
En efecto, el ver implica un significado más rico: es descubrir cuál es el sentido y finalidad de mi vida, desentrañar qué es lo que estoy buscando, si me conformo con los bienes caducos y transitorios o prefiero los valores imperecederos y trascendentes. Por eso, Jesús también enseñó: “Si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en un hoyo” (Mt 15,14).
Si Jesús me preguntara hoy, ¿qué quieres que haga por ti?, ¿qué le pediría? ¿Cuál es la visión que me alienta, motiva, encauza y dinamiza? ¿Qué bien o valor centra, fundamenta y apasiona mi vida?
Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.
