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"OBSERVATORIO"

"Mirsha, en la jungla que habitamos. Que jamás vengan por los nuestros"

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OBSERVATORIO

    alexsicairos@hotmail.com


    Es necesario que los sinaloenses hagamos un alto obligado frente a hechos narrados en el juicio relacionado con el asesinato del joven Mirsha Francisco Herrera, integrante del equipo de futbol Dorados de Sinaloa, parada reflexiva que permitirá conocer la realidad alterada donde la familia entera se convierte en manada en la jungla violenta que habitamos. Si en esa dirección nos lleva la incivilidad, entonces ¿queremos ir resignados hacia allá? ¿Por qué no corregimos el rumbo?

    Las crónicas de nota roja nos han aprisionado en la indiferencia. Poco acostumbramos desentrañar los sucesos de violencia; solo los leemos y ya. Seguimos creyendo que las balas que matan a nuestros jóvenes nunca virarán hacia otras familias y que el arma blanca con la que asesinaron a Mirsha es imposible que la blandan contra los nuestros.

    Más allá de las razones jurídicas que se exponen en el juicio contra el presunto asesino de Mirsha, inclusive sobreponiéndonos del dolor intenso e indescriptible que vive la familia del futbolista, sí deberíamos abrir la mente al repaso de la pesadilla que acecha a todos por parejo, aquella que transitó de un pleito entre muchachos al desencadenamiento de una historia de horror. Lo necesitamos tal vez como el cuerpo necesita ver el movimiento de su propia sombra, para saberse vivo.

    La persecución a lo largo de catorce manzanas, el puñal levantado sin misericordia y un padre de familia a la cabeza de la cacería infame aportan rasgos de esa parte de Sinaloa que a paso veloz se transforma en aniquilamiento agravado por la psicopatía. Matar por nada, sin dejar duda del deseo por cometer el crimen e implicar en el homicidio a los más que se pueda, es el estereotipo que se fortalece.

    Si le diéramos mayor importancia a las desgracias colectivas en la conciencia de todos estaría retumbando el “allá alcancé en el bulevar Las Torres a uno y lo tumbé con la moto y le pegué unos navajazos”. La frase ubica con exactitud el lugar al que hemos llegado y también el punto de retorno al Sinaloa que queremos y debemos ser.

    Con ese tipo de conductas no se juega. Los gobernantes, la sociedad civil, los programas educativos y cada quien desde su casa tenemos que trabajar más para atender el salvajismo que cada día se revela monstruosamente crudo y toma víctimas de cualquier segmento poblacional, sin distingos. Hay que combatir la costumbre de empezar a leer los periódicos desde la sección policiaca, buscando ahí la cuota cotidiana del morbo de la violencia, y fortalecer la conversación pública en favor de la paz.

    Esto no tiene nada que ver con la labor de los fiscales y jueces una vez consumados los asesinatos de jóvenes, tampoco con cantar en ángelus cada amanecer esperando que las soluciones nos caigan del cielo. Sí se trata de un enorme esfuerzo colectivo para proteger a las familias a través de los valores, sin tener que ir siempre con un arma en la mano, en defensa propia.

    Mirsha y su amigo iban a intentar un arreglo pacífico en la rencilla con otra persona de la misma edad. Sin embargo, el papá del adolescente al que le pedirían paz orquestó el desencadenamiento de los odios y la ley de la calle del ojo por ojo hizo el resto. Qué necesidad de eliminar al contrario, así fuera el motivo un altercado que pudo haberse solucionado sin demasiada sangre inocente.

    Nos hemos quedado como ciudadanos paralizados por esta historia del padre, del hijo, del encargado del expendio y del motociclista y la navaja con la alevosía y la ventaja. La del buen amigo al que la víctima le pidió que le tapara la herida con la mano, la familia del inmolado asaltada por la tragedia indescriptible y el deseo de justicia como último reducto del desconsuelo. Y aquí seguimos, sin hacer nada, esperando la siguiente narrativa cruel.

    Ojalá que la fiscalía y los jueces hagan bien su trabajo para que al menos la aplicación de la ley sane en lo que pueda el agravio a la familia y la ofensa a Sinaloa. Pero lo que deberíamos buscar ahora como sociedad domesticada es que jamás venga por los nuestros alguna manada criminal liderada por un padre de familia en cuya programación mental no existe la idea de perdonarle la vida al opuesto.

    Escúchese, pues, el bramido de la violencia más allá de la curiosidad por saber a cuántos, cómo y dónde mataron hoy. No andan más tranquilos los que ven pasar los muertos desde el balcón, que aquellos que los velan. Lo que sucede es que el silencio del cortejo avisa a tiempo de todo lo que es posible hacer para evitar que el duelo a consecuencia de la brutalidad toque un día a nuestras puertas.


    Reverso

    Al recorrer cada minuto,
    El reloj de la violencia,
    Es la manecilla del luto,
    Que lastima la conciencia.


    La mesa coja

    El Secretario de Seguridad Pública, Cristóbal Castañeda Camarillo, ha avanzado en la instalación de una mesa de diálogo para que los sectores sociales se sienten a proponer la acción coordinada con la autoridad para seguir abatiendo los ilícitos en general y lograr que, así como hay una baja en delitos de alto impacto, también se reduzcan hechos de delincuencia común que golpean duro a la población. Solo que a esa mesa le falta una pata, porque los alcaldes de los 18 municipios no tienen interés por entrarle a la prevención, porque es más cómodo para ellos esperar a que la Policía Militar y la Guardia Nacional les resuelvan el problema.

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