rfonseca@noroeste.com
@rodolfodiazf
El tiempo es un verdugo implacable. Son inútiles nuestros esfuerzos por estirarlo, atraparlo y congelarlo. Es un bien tan escaso que invariablemente sentimos que se escurre y no nos alcanza para hacer todo lo que quisiéramos. Como dijo Cioran en su libro La caída en el tiempo: “Inútil intentar asirme a los segundos, los segundos se escapan: no hay uno que no me sea hostil”.
No obstante, no debemos considerar el tiempo como un enemigo que nos hostiga constantemente. Al contrario, debemos tomarlo como una oportunidad que se nos brinda para actuar y ser mejores personas. Si sentimos que no nos alcanza, tal vez se deba a que no jerarquizamos debidamente nuestras tareas y actividades.
Efectivamente, es usual vivir de manera frenética derrochando el tiempo en acciones que no son prioritarias. Por falta de una adecuada organización y planeación tratamos de resolver lo urgente y descuidamos lo verdaderamente importante.
Es cierto que también necesitamos descansar, convivir, divertirnos y distraernos. Nadie niega lo trascendente de estos espacios de relajación, siempre y cuando se les conceda el momento justo y adecuado en la escala de valores.
Un cuento dice que un hombre mantenía su automóvil invariablemente impecable. Todos los días se consagraba a mantenerlo completamente limpio. En una ocasión en que lo estaba lavando, el sacerdote de la iglesia cercana le dijo: “¡Qué bonito se ve tu carro. Aunque no es nuevo, siempre está limpio y reluciente!
El dueño del auto contestó ufano: “Si viera, Padre, el trabajo que me cuesta. Le dedico al menos una hora diaria.
El sacerdote se sonrió y preguntó: “¿Oye, y cuánto tiempo le dedicas diariamente a tu alma para mantenerla limpia y brillante?”. Huelga decir que el hombre se quedó sin palabras.
¿Organizo mi tiempo? ¿Equilibro adecuadamente lo importante y urgente?
Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.