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"Opinión"

"¿Qué tan arrogante eres? El Hubris sinaloense"

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    Hubris es un término griego (hybris) que se utiliza para describir una personalidad con un exceso de seguridad u orgullo imprudente. Otrora, se utiliza de manera intercambiable con alguien que es arrogante. En el folclórico estado de Sinaloa utilizamos otros sinónimos muy arraigados en el argot coloquial (“hacerla de acá”, “cochi con Levi’s”, “don mástil más alto del barco”, etc.).
    En el contexto de la antigua sociedad griega, el vocablo se esgrimía para referirse a un individuo que desafiaba las normas establecidas por los dioses. Los perpetradores que sucumbían al hubris eran usualmente castigados por la deidad Némesis (Rhamnous/Adrestia), la cual aplicaba una sanción divina como forma de retribución.
    Y no cabe duda que a los mexicanos nos fascinan las personas con hubris. Nos cautiva la gente que se pavonea, que deambula con una seguridad que exuda confianza y éxito. Nos gustan los individuos que dominan su profesión y que saben como lograr que las cosas se lleven a cabo.
    Asimismo, también admiramos a las personas que se sacrifican por los demás, aquellos que tienen la cosmovisión de la vida como algo colectivo, algo más grande que uno mismo. Son aquellos que hacen las cosas por un bien común.
    No obstante, la pregunta que deberíamos de hacernos es ¿le damos más importancia a la arrogancia o a la humildad? Una sociedad sin confianza en sí misma corre el riesgo de perder el rumbo y dejar de innovar, mientras que una sociedad con exceso de confianza puede caer en la ruina. Una sociedad con demasiado recato puede verse enredada en la agenda de otros, mientras que una con poca humildad puede olvidar sus valores y virtudes.
    A la mayoría de nosotros, este balance nos genera más curiosidad en aquellos representantes de rubros como la política, religión, deporte, y entretenimiento. La vasta mayoría de los actores en estos escenarios lleva una vida pública y visible. Sabemos, o al menos podemos darnos cuenta, si un político ha desertado sus principios éticos a cambio de la gratificación personal, y sabemos si un atleta quiere algo más de la vida más allá de su contrato deportivo.
    Hoy en día, estamos más al pendiente del actuar de los personajes públicos que de los conciudadanos con los cuales convivimos todos los días. En la vida del ciudadano cotidiano, el balance entre el hubris y la humildad nos resulta menos transcendental. Los ciudadanos comunes no estamos bajo el escrutinio público y nuestra vida no está siendo registrada por los medios informativos. Nuestras vidas ordinarias carecen de importancia como para valorar las dimensiones morales con las cuales nos regimos en sociedad (o al menos, así parece). Este es uno de tantos errores que nos imposibilitan trascender como grupo colectivo, y es sólo cuando ya es demasiado tarde que empezamos a cuestionar nuestra conducta destructiva.
    Indudablemente, el caos, crimen, intolerancia, y egoísmo que observamos todos los días, es un resultado de nuestra indulgencia como sociedad. A pesar de ser completamente evidente, el hubris sinaloense carece de un némesis. No hay consecuencias a nuestra conducta arrogante y egoísta, ser cabrón es ser chingón. Un antídoto para este padecimiento es educar a la sociedad para enfocarse en la colectividad, educación, ética, y en ser conscientes de las repercusiones de nuestros actos. Así como exigimos, debemos de dar, hay que ser congruentes y recíprocos. Debemos de ser vigilantes, jueces, y némesis de todos los hubris del mundo, ya que resulta muy improbable que los dioses vengan a darles su merecido.
     

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