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"Visor Social"

"Redinamizar la vocación docente en las escuelas"

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14/07/2017

    Ambrocio Mojardín Heráldez

    @ambrociomojardi

    amojardin@gmail.com

    ambrocio@uas.edu.mx

     

    Muchas veces he afirmado en este espacio, que la familia y la escuela son las instituciones de mayor impacto social y que si queremos tener una sociedad distinta, debemos redoblar esfuerzos para que en ellas se vivan circunstancias diferentes a las actuales. En la familia hay que instalar y mantener las mejores prácticas parentales y en las escuelas hay que construir sistemas de influencia social que inspiren a las nuevas generaciones por el amor al conocimiento, a la creación novedosa de soluciones y a una vida social justa y en paz.

     

     

    La familia es el espacio social más significativo para el desarrollo básico de la persona. En ella se ofrece el sustento, el cobijo, el respaldo, la orientación y el acompañamiento que permiten construir salud física, estabilidad psicológica e identidad sociocultural.

     

     

    A diferencia de ella, en la escuela se ejerce un modelo educativo estructurante; la relación adulto-menor está mediada por lazos formales y el objetivo del contacto interpersonal lleva propósitos asignados por un sistema ajeno para ambos. La influencia que ejercen las y los educadores no conlleva los significados afectivos de la familia y las expectativas de ambos solo tienen débiles interconexiones.

     

     

    Quizá por ello, muchos especialistas sugieren que aunque es deseable, resulta impráctico demandar de los profesores un desempeño cualificado de su tarea, con influencia cercana a la del medio familiar. No es mi opinión.

     

     

    Demandar que la docencia se enriquezca con valores y principios que dan a la educación un sentido profundo por la vida y una visión social que reconozca interdependencia entre las personas, es complicado ahora, pero no impráctico; menos imposible. Es cierto que las escuelas han ido consolidando una visión incompleta y han estado centrando su esfuerzo más en la forma que en el fondo de su tarea social.

     

     

    A los profesores se les exige trabajar para alcanzar estándares y “desarrollar competencias” que pocas veces se anclan en propuestas integradoras. Para avanzar en esos “estándares” se les imponen mecanismos que terminan automatizando su labor y debilitando su vocación educativa.

     

     

    Por algo se percibe que ir a la escuela y ser educado son cosas cada vez más distantes. Por algo, las modificaciones nacionales a la educación retoman la atención al producto, más que al procedimiento;  buscan que el estudiantado desarrolle habilidades de conocimiento, antes que acumulación de contenidos.

    En esa tarea, las y los profesores pueden y deben hacer la diferencia. Por controversial que parezca, la evidencia científica dice que la calidad de la educación formal depende de la calidad de la docencia sobre la que descansa.

     

     

    Sin buena docencia no hay educación de calidad. Sin buenos docentes, no hay habilidades, infraestructura, tecnología, recursos materiales o financieros que sean suficientes.

     

     

    La docencia de calidad es en esencia mediación. Por eso, nunca será buen docente quien asuma su responsabilidad como un trabajo.

     

     

    La labor tiene su mayor contribución en despertar la inquietud, ofrecer modelos e inspirar la búsqueda. No tanto en ofrecer conocimientos, o entrenar habilidades.

    Un profesor necesita saber y saber bien. Pero a la vez, necesita ser buena persona, con pasión por el conocimiento y con aspiraciones que invitan a la creatividad.

    La tarea docente tiene que superar tres errores recurrentes: 1) Creer que la escuela es la fuente principal del conocimiento. Ahora hay muchos medios para llegar a él y algunos terminan siendo mucho más atractivos que la escuela y sus dinámicas de “enseñanza”. 2) Asumir que el ambiente escolar y su influencia son pasajeros. La investigación científica indica que la vida interna de las escuelas, el ambiente en el aula y las relaciones que en ella se promueven son un referente fuerte de las y los niños para actuar en sociedad. 3) Creer que escuelas y aulas con ambientes estrictos e impositivos educan más que ambientes flexibles y de diálogo. La investigación en psicología educativa tiene documentado que el desarrollo de la disciplina y la asunción de reglas es menos exitosa en esos ambientes, que en aquellos que ofrecen tolerancia razonada y comunicación abierta.

     

     

    Así, el compromiso debe ser pugnar por una educación fincada en modelos de docencia “que no se queden en el libro”; profesoras y profesores que acepten el reto de convertir su trabajo en convivencia y que eleven sus expectativas al logro de mejores personas, antes que mejores estudiantes. Debemos promover una labor educativa en las escuelas que ofrezca modelos y genere expectativas de superación en sus estudiantes.

     

     

    Para eso se necesitan profesoras y profesores con vocación autentica. Personas que anhelen ser promotores de cambios significativos en sus estudiantes, que disfruten el reto de ser creativos para convivir con niñas, niños y adolescentes y que no olviden, ni les incomode ser modelo para ellos.

     

     

    Profesoras y profesores que sin querer suplantar funciones que corresponden a las madres y los padres, en su modelo de enseñanza y en el estilo de convivencia con sus estudiantes, complementen la tarea familiar en el desarrollo de la persona. Profesionales convencidos de que eso será más trascendente y a la larga dará muchas más satisfacciones.

     

     

    La apuesta es a que en la mayoría existe la reserva para que esto sea posible. Solo necesita redinamizarse. ¿O usted qué opina?

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