Me resulta francamente ofensivo escuchar en el radio, ver en la televisión y encontrar en los periódicos, montones de anuncios de los partidos políticos (a veces tres y cuatro seguidos, incluso repetidos), en los que acusan a los otros partidos de ser responsables de las desgracias nacionales y prometen que ellos van a hacer y deshacer, componer y mejorar las cosas. Como si los mexicanos no supiéramos, como si no hubiéramos visto.
Pero además de la náusea que me provocan sus mentiras, me indigna que estén convencidos de que tienen el derecho de gastar así el dinero, ese que tanta falta hace para mejores causas. Porque ese derroche inútil les quita la comida de la boca a millones de personas, aunque claro, llena los bolsillos de los dueños de los medios de comunicación y de los involucrados en pensarlos y hacerlos, a quienes les pagan millonadas por comerciales que nadie ve, nadie escucha y sobre todo, nadie cree.
Y sin embargo, lo hacen y lo siguen haciendo, porque es evidente que prefieren quedar bien con los ricos (y sobre todo con los medios), que con los ciudadanos. Por eso no hay recortes para los partidos pero sí los hay para lo que afecta a los ciudadanos, para quienes la respuesta frente a las necesidades es ignorarlos, decir que no hay dinero, prometer y no dar, incluso anunciar que se entregan los recursos cuando no es cierto.
Es difícil entender que se prefiera dejar intacto el dinero para la publicidad electoral y las campañas y en cambio recortar recursos a salud, educación, infraestructura, y más difícil todavía es entender que se prefiera no pagarles sus salarios a maestros, burócratas, policías, no cubrir las rentas de locales rentados o de servicios ya realizados y mercancías entregadas. ¿De qué quieren que vivan las personas? ¿Cómo piensan que le pueden hacer para comer?
En mi esquema mental, sería más sencillo y más barato pagarle a la gente su salario a tiempo, e incluso mejorarle ese salario, que gastar millones en anuncios en los que prometen que lo van a hacer o ¡juran que ya lo hicieron! Y por supuesto, si así fuera, no habría necesidad de cruzadas contra el hambre ni de programas contra la pobreza.
Pero evidentemente mi esquema mental es estúpido, porque precisamente no se trata de resolver los problemas, sino como decía con crudeza Bruno Lautier, "darle empleos y ocupación a legisladores y burócratas." Y precisamente porque de esto se trata, no importa que ni siquiera sirva, pues como dijo hace algunos años un secretario estadounidense del tesoro, "los trillones de dólares que se han dado a los países pobres no han servido de nada y han sido dinero desperdiciado".
Pero no, no se han desperdiciado, sino que, como afirma Paul O´Neill, ha tenido otra utilidad: "En lugar de usarse para el desarrollo, han dado oportunidad al enriquecimiento de malos gobernantes".
Esta es la cuestión diría el personaje de Shakespeare.
El problema es que a los nuestros ya se les pasa la mano, de plano abusan. Tantos comerciales en los que se vuelve a prometer que si votamos por este sujeto, por aquel partido, todo se resolverá; tantas las inserciones pagadas de los diputados y senadores jurando que trabajan para nosotros; tantas de los gobiernos locales y del federal informando lo mucho que nos quieren y se preocupan y hacen. Ya no es posible ver más al Presidente y a los gobernadores del Estado de México y de Chiapas, cuyas fotos salen todos los días en todos los medios.
Y que me disculpen también mi estúpida manera de pensar, pero estoy convencida de no tendríamos a maestros y policías y enfermeras cerrando calles y haciendo marchas y plantones si recibieran sus salarios, algo que por lo demás, es de elemental justicia. Y con ello, de paso, la vida de todos los ciudadanos mejoraría.
Sí, definitivamente ese derroche en publicidad estaría mejor gastado si se usara para otros fines.
Escritora e investigadora en la UNAMsarasef@prodigy.net.mxwww.sarasefchovich.com