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"Opinión"

"¡Toma tu 3 de 3!"

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07/12/2018

    Joel Díaz Fonseca

    jdiaz@noroeste.com

     

     

    La opacidad es el caldo de cultivo de la corrupción. Esta tal vez no existiría, o no sería tan escandalosa, si la transparencia fuera parte esencial del servicio público.

     

    Históricamente los funcionarios de gobierno se han arropado con la capa de la opacidad para realizar sus transas sin el latoso husmeo de la sociedad. De nada han servido las no pocas iniciativas ciudadanas para obligarlos a transparentarse.

     

    La más reciente, la 3 de 3, impulsada por Transparencia Mexicana y el Instituto Mexicano para la Competitividad tras el escandaloso caso de la Casa Blanca de Enrique Peña Nieto, no ha tenido el éxito que se esperaba.

     

    Los servidores públicos se vuelven cada vez más cínicos, a pesar de que saben que están siendo observados por acuciosos entes de la sociedad civil, como los dos referidos.

     

    Hubo cambio de gobierno, se renovaron las cámaras legislativas federales y estatales, y todo sigue exactamente igual, pese a que uno de los principales ejes del gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador es la lucha contra la corrupción.

     

    Leemos en la edición de ayer de Noroeste un revelador encabezado: Ya gobiernan, hacen leyes y son opacos. La nota de referencia cita que de los 18 alcaldes solamente uno ha presentado su declaración 3 de 3, y que de los 40 diputados del Congreso del Estado también solamente uno ha cumplido con ese compromiso pactado con la sociedad.

     

    La 3 de 3 comprende la declaración patrimonial, la declaración de no conflictos de interés y la declaración fiscal. Todo servidor público debe presentarlas, ciertamente de manera voluntaria, pero es de sentido común que deben ser transparentes, por lo que no debiera haber reticencias a hacerlo, pero las sigue habiendo.

     

    Solamente el Alcalde de Rosario, Manuel Antonio Pineda Domínguez, y el diputado por Guasave, Eleno Flores Gámez, son quienes han cumplido con el compromiso. ¿Y el resto? ¿Se consideran seres privilegiados que no tienen qué rendir cuentas a nadie?

     

    En El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha se lee una sentencia dicha por este ingenioso personaje a Sancho Panza, su fiel escudero:

     

    Sábete, Sancho, que no es un hombre más importante que otro, si no hace más que otro”.

     

    Para el Quijote de la Mancha servir a sus semejantes no era una obligación sino un privilegio. Esta debiera ser la filosofía de todo servidor público, sin embargo es totalmente al revés, ocupar un puesto público o desempeñar un cargo de elección popular es la oportunidad que muchísimos mexicanos esperan para ver a los demás desde arriba, para servirse con la cuchara grande en materia de sueldos y prestaciones, y para saquear las arcas públicas sin ningún recato.

     

    La honestidad es el fin mismo al que debe aspirar el ser humano para ser recto, sentenció por su parte el filósofo romano Marco Tulio Cicerón. En consecuencia, ser honesto es ser congruente y coherente.

     

    ¿Un Alcalde o un legislador que se niegan a transparentarse son coherentes con el compromiso que suscribieron con la sociedad, no solo durante su campaña por lograr el cargo que ocupan, sino al asumir la respectiva responsabilidad?

     

    Por supuesto que no lo son, y sin embargo a la sociedad sí se le exige que transparente sus ingresos y que cumpla con sus obligaciones fiscales. Si no lo hace le cae encima todo el rigor de las leyes, las mismas leyes que aquellos se pasan por el arco del triunfo, las mismas leyes que ellos aprueban, pero que terminan siendo de aplicación para la sociedad. La casta dorada se ríe a carcajadas de esas leyes que no los alcanzan nunca.

     

    Al día siguiente de su toma de posesión, el Presidente Enrique Peña Nieto y los dirigentes nacionales del PRI, del PAN y del PRD firmaron el Pacto por México, que establecía como punto principal el compromiso de buscar por sobre todas las cosas la transparencia, la rendición de cuentas y el combate a la corrupción.

     

    Ni el Presidente ni los firmantes con él cumplieron tal compromiso. En el sexenio que entonces iniciaba el País fue aplastado por la corrupción y la más asquerosa impunidad.

     

    Asqueada de tanta falsedad y fingimiento, la sociedad mexicana votó el 1 de julio por un verdadero cambio, con un grito angustioso de “ya no más de lo mismo”.

     

    Quienes ahora gobiernan y legislan tienen la responsabilidad de servir con honestidad y ser congruentes. Difícilmente podrán cumplir todo lo que prometieron, pero lo que no se les puede permitir es que copien las mañas de quienes les antecedieron y quieran darnos más de lo mismo.

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