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"HOMENAJE A UN ARTISTA"

"ASTILLERO / ROBERTO PÉREZ RUBIO La rebeldía como forma de arte"

"Su vida y su obsesión por la belleza. En octubre de 2015 Noroeste tuvo la oportunidad de dar a conocer la vida del gran pintor"
17/02/2018

Ariel Noriega

Nada fuera del arte, ni siquiera los convencionalismos a los que pocos se atreverían a claudicar.

Hablemos de amor, de fronteras, de familia. Hablemos de cualquier institución por la que cualquiera daría lo poco que tiene, no Roberto Pérez Rubio, en su universo sólo cabe el arte.

Pintor, escultor, paisajista, instalador, un gran lector y capaz de escribir con la calidad de un buen escritor, Pérez Rubio fue ante todo un rebelde en toda la extensión de la palabra.

Jamás claudicó en su pasión por dejar en claro que la única batalla que valía la pena pelear era la del arte, sin miedos y sin prejuicios.

"Si tienes miedo no puedes hacer arte y si no vas a hacer arte, mejor vete a chingar a tu madre", asegura en medio de carcajadas.

Su formación comenzó desde pequeño, él asegura que desde los cuatro años, cuando comenzó a pintar con crayones en cualquier espacio a su alcance.

Sus primeros estudios formales los realiza en la Ciudad de México, donde estudia Arquitectura y Artes Plásticas, para después proseguir su formación en la Universidad de Arizona y en Big Sur, California, aunque no hay nada que lo haya impactado más como artista que las grandes exposiciones de Nueva York, a donde viajaría de manera recurrente con la intención de mantenerse al día.

A principio de los años 60, instala su taller en Carmel Highlands, California, donde comienza a tomar forma su carrera.

Unos años después regresa a Sinaloa y se asienta en Culiacán, donde anuncia sin tapujos que su intención es cambiar para siempre la forma provinciana en que los sinaloenses miraban al arte.

Esa manera directa de decir y hacer las cosas, y el volcán activo que producía arte en diversos géneros lo acompañarían para siempre, el decir y el hacer le granjearon multitud de seguidores, pero también numerosos críticos.

A principios de los 70, se especializó en paisajismo en los talleres de la Universidad de Berkeley, en California, donde estudia Arquitectura del Paisaje.

El paisajismo lo llevó a Maza-tlán, donde un crecimiento acelerado del turismo lo llevó a diseñar las áreas verdes de la mayoría de los hoteles del puerto.

De sus trabajos se recuerda el diseño de lugares como el restaurante Chiquita Banana, en el Hotel Camino Real, y el Oysters, del Hotel Sábalos; los jardines del Hotel Pueblo Bonito y el Costa de Oro, y una larga lista de desarrollos que llevarían su estilo.

Durante su vida se casó en dos ocasiones, la primera con una estadounidense y la segunda con una francesa, las dos le dieron hijos a los que sigue visitando, pero su matrimonio vital siempre fue con el arte, al que se niega a abandonar, a pesar de que los médicos le aseguren que, a sus 80 años, ha vivido demasiado.

"Dijeron que me iba a morir y ando muy a toda madre, y si me muero pues me vale madre, porque yo sigo a todo dar".

 

Vivir en Mazatlán

Refugiado en su fábrica de arte activo, en una casa del Centro Histórico que rediseñó hasta convertirla en una extensión de sus ideas, el pintor mazatleco recibe sólo a unos cuantos, para la mayoría está ocupado, siempre ocupado, aún y cuando sólo se encuentre esperando a que salgan las estrellas.

"Yo ya no quiero dinero, ya no quiero nada con la gente, sólo quiero hacer mi arte", explica mientras sus manos apuntan a los objetos que pueblan la casa, que la llenan de colores, de selva, de sonidos.

Su galería generalmente está cerrada, cuando en los años 80 fue el primero en abrir un espacio en los alrededores de la Plazuela Machado para traer a pintores como José Luis Cuevas.

Su casa siempre fue un lugar de reunión, sobre todo para los jóvenes que acudían asombrados a escucharlo hablar sobre arte, a ver las revistas que traía de Nueva York, San Francisco, Los Ángeles, a escuchar directamente, como si bebieran de la fuente que acarreaba los acontecimientos más brillantes de las capitales del mundo.

Pérez Rubio fue capaz de capturar los grandes movimientos culturales de cada época que le tocó vivir y transmitirlos a quien quisiera escucharlo.

Tuvo tiempo para ser maestro de artes plásticas en la Universidad Autónoma de Sinaloa, de dirigir excavaciones arqueológicas en el estado y de montar exposiciones en México y Estados Unidos.

La vida le ha dado y le ha quitado y con los años su salud se quebrantó hasta dejarlo sin habla, pero recuerda que después de meses de silencio, mientras observaba un cielo estrellado, volvieron a su mente de golpe las palabras.

"Qué belleza", dijo.

Desde entonces continuó viviendo.

 

Aprender a ser libre

En los años 50, cuando Roberto Pérez Rubio estaba en la plenitud de su juventud, el arte en México estaba dominado por el triunvirato de la Escuela Méxicana de Pintura: Siqueiros, Orozco y Rivera; los jóvenes creían que no había más ruta que la de ellos, Roberto Pérez Rubio se resistió, no estuvo de acuerdo, fue contestatario y buscó aprender para ser libre.

Su vida ha sido un largo viaje para lograrlo, aprender trasladándose de un lugar a otro, buscar a los grandes y sus obras, enfrentarse a la obra de arte con mayúsculas, dejarse iluminar a través de ella, permitir que la inteligencia, la energía y el gesto con el que fueron creadas lo inundaran y lo transformaran.

Llegó como iluminado a la marisma, seducido por el mar y su energía, pero también quería que la experiencia que lo hizo vibrar y cambiar, que lo inundó de conocimiento, que las revelaciones que le permitieron experimentar la libertad, otros la vivieran.

Fundó Arte Activo, la primera Galería de Arte en Mazatlán, ese espacio en el que la inteligencia se convierte en obras de arte y transmite conocimiento, libertad y energía a los que se comprometen y se compenetran con él.

"Cuando uno es un verdadero artista, cuando puedes ver más allá de la materialidad de los objetos, cuando ves su energía y la conviertes en trazos, colores, sensaciones, ya no puedes ser como los demás y quieres que muchos tengan la misma experiencia que tú".

El arte abstracto es la piedra angular en donde encontró esa verdad y parte de su lucha en Mazatlán fue que muchos se integraran a ese ámbito iluminado de conocimientos y emoción.

"Aprendes a ver tu interior, a descubrirte a ti mismo, tu ser es, el ser, eso es estar vivo. ¿Cómo puede vivir una persona sin arte?, el arte, el verdadero, el que revela siempre, llena de dignidad todo lo que lo rodea", compartió.

"Desde muy chico he viajado mucho para aprender, todo mi dinero me lo gasté en viajes y lo hacía para aprender, me iba a ver a los grandes y me revelaban muchas cosas. Fue una época de búsqueda, los jóvenes hacíamos muchas cosas para descubrir lo que era realmente el arte y entendimos que teníamos que profundizar en nosotros mismos para encontrar el camino de nuestra expresión, fue un momento de mucha experimentación".

Una de las obras que iluminó profundamente a Pérez Rubio fue la de Jackson Pollock.

"En Nueva York me di cuenta de que lo que hacían los artistas de allá era muy diferente a lo que realizaban los demás, me pregunté por qué me gustaban tanto esas obras, ellos aprendieron de otros y lograron llegar a la esencia y comunicárnoslo", dijo.

"Cuando vi un cuadro de Pollock por primera vez lloré, había mucha energía, mucha inteligencia y eso provoca una revelación en el que ve su obra, vi la belleza plena, la monumentalidad de la obra del hombre.

"Si no te pones aguzado, si no te enfocas, la belleza que tienes frente a ti puede pasar desapercibida y ser algo intrascendente para ti, pierdes la oportunidad de aprender a ser libre. Ellos me enseñaron a ser libre, a dejar que fluya la energía y de ahí surja el arte, todos tienen que aprender a ser libres".

 

 

 

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