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"1933-2017"

"Doña Lety Carrillo viuda del 'Maquío' Clouthier, una mujer con mucho carácter"

"La historia de una mujer amada por un gran hombre y la devoción que la ayudó a superar los momentos que estremecieron a un país"
16/12/2017

Ariel Noriega

Sutil, perseverante, callada, prudente y con una fortaleza a prueba de tragedias capaces de conmover a un país entero, Leticia Carrillo Cázarez se fue en silencio, dejando tras de sí la estela de una mujer irrepetible.

Testigo privilegiada de algunos de los sucesos políticos que transformaron a México, Leticia fue antes que otra cosa una madre admirable y protagonista de una historia de amor por la que solo se puede sentir envidia.

Novia, esposa y viuda de Manuel de Jesús Clouthier del Rincón, “Maquío”, le profesó un cariño que rayaba en la devoción, lo acompañó en sus luchas por el País y le dio a los hijos que todavía luchan por sus ideales.

Ya sin su querido “gordo”, tomó el micrófono y rompió la calma que la acompañó desde su natal Navolato, para denunciar la decadencia del Partido Acción Nacional, y dedicó el resto de su vida a formar unos hijos que siguieran luchando.

En sus últimos años y ya con los deberes cumplidos, Leticia fue feliz, hasta que una visita de rutina al hospital le cumplió su mayor deseo: reunirse con quien marcó la vida de una jovencita callada a la que le tocó amar a un gran hombre que necesitaba a su lado una gran mujer.

 

La niña seria

De la Hacienda San Juan sólo quedan recuerdos. Ahí nació una niña seria que recorrería todo México, del brazo de un hombre que estaba harto de ver a sus compatriotas convertidos en esclavos.

Era el 21 de febrero de 1933, cerca serpenteaba el Río Culiacán y bullía la sindicatura de La Palma, tierra de hortalizas, maíz, chile.

La hacienda, propiedad de sus abuelos, le regaló a la pequeña Leticia una infancia feliz y segura, de ahí salió a estudiar a Culiacán, a escuelas donde se preparaba a las niñas para ser mujeres.

Sus compañeras del Colegio América la recuerdan como una jovencita seria, capaz de relacionarse con niñas de todos los grados, incluso con las más pequeñas, pero siempre con mucho respeto, una característica que conservaría toda su vida.

En esos años existían cuatro colegios en Culiacán donde estudiaban sólo niñas, y donde además de los estudios básicos de primaria y secundaria, las jovencitas aprendían a comportarse según las costumbres de la época.

El colegio era un internado donde se aprendía a llevar una casa, cada quien ordenaba su cama y la hora de la comida se realizaba en un enorme comedor, donde las jovencitas eran calificadas según su manera de tomar los cubiertos y comportarse en la mesa.

De esos años, recuerdan a Leticia practicando el bordado, para el que tenía una habilidad especial y al que le dedicaría muchas horas de su primera juventud.

Los últimos años, las estudiantes eran preparadas en comercio, una carrera técnica que las preparaba como secretarias, auxiliares en contabilidad y profesionales capaces de llevar los gastos de una empresa.

Al salir del colegio, Leticia consiguió empleo en un banco donde permaneció durante cinco años.

 

Devoción

A Leticia la tomaron los años 50 en Culiacán, donde los jóvenes asistían a las tardeadas en el Casino Culiacán y “El Gremio”, donde se recogían a las 10 de la noche y donde sólo los jovencitos podían tomar alcohol, otros tiempos.

Ahí es cuando su vida se cruza una y otra vez con el joven “Maquío”, quien primero estudiaba en un internado en Estados Unidos y después regresaría a México para estudiar en el Tec de Monterrey.

Luego de idas y venidas de “Maquío” y dos años de noviazgo, Leticia acepta casarse con él y sin saberlo iniciarán una de las familias más emblemáticas de México.

Seductor, trabajador incansable y hombre de familia, “Maquío” construirá para Leticia una familia donde no había tiempo para descansar, él le pidió 12 hijos y ella que no tenía corazón para negarle nada, le parió 11.

Sus amigas cercanas la recuerdan embarazada y con un cuate en cada brazo, angustiada porque no había sirvienta que aguantara el trabajo que significaba aquella familia descomunal.

A “Maquío” le gustaban los hijos, viajar y comer bien, y no le sacaba la vuelta a la cocina, así que muchas veces él era el encargado de cocinar para su familia.

Leticia fue a todas las playas que adoraba “Maquío”, lo siguió en el rancho donde sembraba arroz y después hortalizas, lo apoyó en las fábricas que inventaba y en su negocio de fertilizantes, en la fundación de Noroeste y de otras tantas empresas… y sacó adelante el trabajo que todo aquello significaba.

Y el día que su marido quiso cambiar a México entero, harto de los abusos de los políticos, ahí estaba ella, para andar casa por casa, apoyando una lucha que todos presagiaban peligrosa.

 

Llega el dolor

En una familia grande siempre está garantizada la felicidad, pero el dolor también viene en las mismas proporciones, y Leticia habría de conocer quizá, el dolor más profundo que puede experimentar una madre: La pérdida de su hijo Cid Esteban

Nada había preparado a Leticia para recibir un golpe de esa naturaleza, el dolor la habitaría para siempre, pero no venció su carácter.

 

La amenaza

Mientras más se sumergía “Maquío” en la política, mayores eran los peligros que enfrentaba la familia. En una ocasión las amenazas de muerte subieron de tono hasta llegar a sus hijos.

Preocupado por algo que sabía no podía arriesgar, Clouthier habló con su esposa sobre la seriedad de las amenazas y le pidió que preparara las cosas para sacar a la familia de Culiacán.

Era de noche cuando “Maquío” tocó la puerta de su hermano, el empresario Marco Antonio “Coco” Clouthier.

Cobijados por la oscuridad de aquella noche peligrosa, “Maquío” le pidió a su hermano su avioneta para sacar a su familia de la ciudad, él se quedaría para seguir luchando, pero no podía permitir que lastimaran a Leticia y a sus hijos.

Su hermano estuvo de acuerdo y fueron a buscar al piloto, con el que acordaron despegar con las primeras luces del alba.

Todavía a oscuras, “Maquío” regresó por sus hijos, ya estaba todo listo para salir, pero de pronto se dio cuenta que Leticia no había alistado sus cosas para el viaje, le pregunta por qué y ella contesta que a sus hijos hay que sacarlos de Sinaloa, pero que ella se queda a su lado, pase lo que pase.

El avión despegó con las primeras luces, “Maquío” y Leticia observan desde la pista de aterrizaje, él irá a pelear todas las luchas porque en ese momento supo que nunca estaría solo.

 

Último adiós

El 1 de octubre de 1989, Leticia Carrillo va a perder una vida y a comenzar una nueva.

“Maquío” tenía un día agitado, iba a estar presente en un mitin en Mazatlán y regresar inmediatamente a Culiacán para otro evento partidista.

En el último momento, se decidió que su compadre Enrique Murillo no lo acompañara para que se quedara organizando el otro evento. Partieron Clouthier y el Diputado Javier Calvo Manrique.

Poco después una llamada a la casa de su hermano, Marco Antonio, alerta que “Maquío” había sufrido un accidente, la noticia corrió como un huracán inesperado.

Los hijos del “Maquío” se reunieron en casa, a Leticia le avisaron en la casa de su madre, donde se encontraba, la noticia todavía era contenida, se hablaba solo de un accidente.

Ya en su casa, Leticia se entera que “Maquío” ha muerto en el camino, le avisan que llegarán los restos en cualquier momento.

Ella sólo hace una petición: quiere verlo antes de que lo toquen y pide ir sola, a la última cita con el hombre que cambió un país entero.

 

Sus hijos

La muerte de “Maquío” resonó como una marejada dolorosa hasta el último rincón rebelde del País, pero en la casa de Leticia no había tiempo para bajar la guardia, en ese momento supo que cualquier decisión pondría en peligro a sus hijos.

México exigía que se aclarara la muerte de uno de sus hijos más queridos, el dedo acusador apuntaba a un Gobierno que nunca le dio tregua a “Maquío”, pero Leticia reunió a sus hijos y les pidió que no salieran a acusar a nadie, un “accidente” fue la respuesta a los que preguntaban.

Las luchas de “Maquío” serían las luchas de Leticia, siguió luchando dentro del PAN, hasta que se lo permitieron. También siguió participando activamente en movimientos cristianos católicos y en proyectos de apoyo social.

Y un buen día tomó el micrófono y lo que dijo hizo temblar al PAN, al que culpaba de “irse por la borda”.

Sus palabras marcarían el rumbo de un partido que ahora ofrece a sus seguidores al mejor postor y que hace mucho olvidó los valores que sirvieron para fundarlo.

En esos tiempos ya era doña Leticia, doña Lety, una madre a la que no se le daban los arrumacos, pero que era capaz de luchar por cada uno de sus hijos, sobre todo por los que se perdían en el camino.

Y para todos estuvo, así se fueran al otro lado del mundo.

 

Dos años felices

Los últimos años de Leticia Carrillo no fueron fáciles, las enfermedades le robaban la calma, además seguía preocupada por los avatares de sus hijos.

Sin embargo, desde hace dos años su cuerpo le dio una tregua y la salud le regresó la sonrisa al rostro.

En esas andaba cuando una de sus hijas le preguntó cuál era su razón para vivir, ella respondió que vivía para el recuerdo de “Maquío”.

Cuando su hija le recordó que su marido hacía mucho que se había ido, le volvió a hacer la pregunta.

En esta ocasión, Leticia contestó que vivía para sus hijos, pero su hija le respondió que no podía ser, que sus hijos ya estaban viejos para que tuviera que andarse preocupando por ellos, así que volvió a preguntarle su razón para vivir.

Ella contestó que viviría para ser feliz y entonces encontró la paz.

Apenas el mes pasado, ocho días antes de entrar al hospital pidió que la llevaran a una boda de unos amigos en Guadalajara. Ya en la fiesta decidió bailar.

Leticia Carrillo Cázarez, hoy comienza tu nueva vida. 

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