"El miedo produce un extraño placer que genera adicción: Alfonso Orejel, autor de Consumidores de pesadillas"
Las pesadillas están hechas del miedo, una emoción que nace cuando advertimos peligro, pero también cuando algo nos resulta inexplicable o fuera de toda lógica racional. Así opina el autor de una historia donde cinco jóvenes descubren el portal hacia un mundo de criaturas perturbadoras; sin embargo más que alejarse para siempre, regresan todos los días por más “dosis” de adrenalina y experiencias tétricas. Pero todos los excesos son peligrosos.
“El miedo siembra la zozobra, aproxima, como ninguna otra emoción, la posibilidad de morir, pone en vilo la tierra sobre la que posamos los pies. Es una experiencia sobrecogedora que sacude nuestros sentidos. Hace que la sangre corra precipitadamente dentro de nuestras venas y que el corazón quiera escapar del pecho. Produce un extraño placer que genera adicción”, opina el escritor originario de Los Mochis, Sinaloa.
En entrevista con Puntos y Comas, el también promotor de la lectura Alfonso Orejel Soria habló de Consumidores de pesadillas, una novela que “explora la epidemia de desencanto y escepticismo que ha afectado a generaciones de jóvenes” y su “desconfianza con nuestros valores y costumbres”.
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- Cuéntanos acerca de tus personajes, ¿cómo son, qué función tiene cada uno en la historia?
- Aldo es el típico gordo y cerebrito buleado por los compañeros de clase, a quien su genio lo salva del oprobio, es el perdedor victorioso; Iris es la chica que viste ropas negras y holgadas para ocultar sus curvas, está harta del mundo y su demagogia futurista; Hugo quiere sentir el sabor de la muerte, es fanático del peligro y huye del destino que le quiere endilgar su padre; Felicia es la hija de unos “felizologos” profesionales que le exigen lleve una sonrisa en su rostro como una llave para “ abrir todas las puertas”; Brandon es el chico que vive en condiciones más desfavorables con su abuela, y anhelando partir a Tijuana a buscar a su madre de la que no sabe nada hace meses. Todos se internaran en un mundo subterráneo y arriesgado, poblado de pesadillas que casi les arrancaran el pellejo y los ojos.
- ¿Por qué los jóvenes que descubren el portal, regresan? ¿Qué les atrae de las criaturas?
- Porque las emociones que los embargan, los estremecen y paradójicamente los hacen sentir vivos. El deseo de padecer miedo lo heredamos de los hombres de las cavernas. Ellos temían al relámpago, al trueno, al volcán en erupción, a las enfermedades, es decir, a lo desconocido. Nosotros le tememos a lo que nos resulta a veces inexplicable, que se fuga de nuestra lógica racional. Las pesadillas están hechas de esta materia.
Un mundo que tiende a uniformizar, a convertirnos en seres consumistas, en fieles de una Fe, en hooligans de una barra de futbol, en alumnos obedientes, en ciudadanos callados que solo depositan su voto y creen que están cambiando su entorno, acaba produciendo legiones de seres que renuncian a pensar, a ejercer su criterio, a ondear su libertad, que prefieren quedarse cómodamente cruzados de brazos.
- Alfonso, ¿el miedo es adictivo? ¿Por qué nos gusta asustarnos?
- El miedo siembra la zozobra, aproxima, como ninguna otra emoción, la posibilidad de morir, pone en vilo la tierra sobre la que posamos los pies. Y esta es una experiencia sobrecogedora que sacude nuestros sentidos. Hace que la sangre corra precipitadamente dentro de nuestras venas y que el corazón quiera escapar del pecho. Produce un extraño placer que genera adicción.
- ¿Qué te llama la atención o te motiva a escribir literatura para jóvenes? ¿Cuál es la principal característica de escribir una novela para este sector en particular?
- No me propuse deliberadamente escribir una novela para jóvenes. Así fue saliendo y lo que sí traté de hacer es darle la mayor verosimilitud posible. Porque debía recobrar el habla coloquial y callejera que ellos emplean. El escritor tiene que atreverse a entrar en el complejo engranaje mental de los jóvenes y eso es, con toda franqueza, un acto temerario. No sé hasta qué punto lo logré.
Para mí, esta novela explora la epidemia de desencanto que ha afectado a generaciones de jóvenes. Registra su escepticismo ante el futuro que acicalamos para ellos y la desconfianza con nuestros valores y costumbres.
- ¿Tus historias en general y ésta en particular tienen algo del contexto del norte?
- Creo que sí. En el tono de la voz es visible. En ciertos lugares físicos, en la comida, en el humor franco y descarado, en la franqueza tan común por estos lares. Aunque la historia pudo suceder en cualquier lugar del país. No hice una novela para reivindicar turísticamente mi ciudad. Ni aparece, al menos en esta, el narco, el desierto, la música norteña, las luces de neón de las ciudades del Norte. No eran necesarias.