"El Octavo Día: 'El resplandor y el sueño'"
Confieso que no había leído El resplandor, a pesar de que me encanta la película y no sentir ningún desagrado o envidia hacia Stephen King, excelente escritor con oficio.
Con todo y su pasado de best seller, es narrador nato y el cine la ha hecho admirable eco.
Creo que el secreto de su éxito es porque más que asustarnos, nos hace pensar en los rincones más oscuros de la mente humana, mérito que tuvieron en su momento autores como Dostoyevski o Emilio Zolá.
Lo estoy leyendo a la carrera porque quiero leer también la segunda parte y así, ver con calma a su película-secuela que es Doctor Sueño. Quizás usted ya la vio y le gustó o la detestó.
La visión de una historia cambia con el tiempo y yo le encuentro, ahora, a “El Resplandor” más puntos de contacto con el creciente fenómeno del autismo que ya aparece en la novela (1975).
Se nos propone en la versión escrita que Tony, el amigo imaginario del niño protagonista que luego deviene en enemigo, es una respuesta mental suya para blindarse del posible divorcio de sus padres.
Confirmo que hay que leer el libro antes que la película porque el gran defecto de la versión de Stanley Kubrick es que el tema central de El resplandor no se ve en su producción: el sujeto alcohólico que deja de beber de golpe y trata de vivir una vida sobria sin asistencia psicológica o de un grupo, camino siempre doloroso; lo que llamamos aquí “cruda seca” o atrasada, cuando alguien que deja de beber mantiene un carácter agrio y delirio de persecución, sin darse cuenta del daño que a veces hace y se hace.
Ese es el motivo por el cual Jack Torrance (Jack Nicholson) se vuelve paranoico, ve demonios y fantasmas. Ahora bien, en descargo al cineasta, debo decir que Stephen King confiesa que él tampoco se dio cuenta de eso al hacer la novela.
De hecho, la historia de El resplandor es lo que le hubiera pasado a Stephen King si no le llega la solución económica a sus broncas y el éxito a la gringa; quedarse como un escritor olvidado, volverse loco y obsesionado en escribir una y otra vez el mismo libro que nunca se concluye.
Aunque la escritura calma los tormentos del alma, a veces no es suficiente y este libro lo confirma. Anímense a pedir ayuda. Stephen King lo hizo porque escribir sus grandes novelas no fue garantía de la paz del espíritu, aunque es una excelente muleta que nunca se raja.
