|
"Mazatlán"

"El Octavo Día: En las calles con mi padre"

"En su columna habla de sus vivencias con su papá de niño"
EL OCTAVO DÍA

Yo nunca pisé una guardería. Siempre en la calle con mi padre, construyendo o moviendo cosas, presenciando acción sin rutina y miríadas de gente en torno.

Durante años, creí que mi papá conocía a todo Mazatlán porque donde quiera que había trabajo era bien recibido y hacía valer su voluntad.

En mi infancia, él me traía vestido como hombre. pantalón de mezclilla, botas de trabajo y camisas vaqueras, nada de dibujitos infantiles. Conocí a decenas de albañiles, a niños que trabajaban, ingenieros o todo tipo de vendedores ambulantes y marisqueros.

Mamá dice que yo hervía de parásitos en esa época porque seguido comía almejas, camarones, aunque jamás las amibiásicas “patas de mula”.

Trepé a camionetas diesel, máquinas caterpillar y recuerdo un safari azul con el que recorrimos un lodazal, que luego sería Lomas de Mazatlán.. Mi jefe dominaba aspectos de construcción, topografía, mecánica automotriz, electricidad y plomería, así que fue la salvación de uno que otro ingeniero.

A mis 5 años, tenía a su cargo una cuadrilla de más de 30 hombres y manejaba un safari azul del cual fui copiloto. Yo convivía libremente entre ingenieros, operadores de trascavo, albañiles y peones que hablaban el español atravesado con mixteco.

Antes, tuvo camiones de volteo y yo, de niño, atravesé con él la neblina del Río Presidio, cargados de arena y madrugada. Consciente de los riesgos, al crecer su familia inmediata, nosotros, pasó a dirigir construcciones en la ciudad.

A las primeras construcciones que mi jefe hizo ya como contratista independiente de mi abuelo, solía tomarles fotografías. Por ahí anda una, donde esta él en lo alto de esta casa, junto a uno de sus oficiales, luciendo pantalones a la Pedro Infante y un físico atlético que lamentablemente olvidó heredarme en los genes.

Por supuesto, deseaba que yo fuera el arquitecto que él no pudo ser, aquel quien formara una compañía constructora donde se podrían continuar, en otro nivel, las virtudes de trabajo en la familia.

No fue así. Las letras clamaron mi vida y su vida propia, pero mi padre aceptó que yo torciera de su destino y viviera el mío. Ese fue su mejor regalo y herencia. A diario se lo agradezco.

Si usted es padre y desea que su hijo sea feliz, no le imponga sus sueños; vívalos junto con él. No saben cuánto quedará agradecido por su entereza y respeto como yo lo hago con el mío. ¡Vale la pena!

Periodismo ético, profesional y útil para ti.

Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.


Suscríbete
Regístrate para leer nuestro artículo
Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


¡Regístrate gratis!