MAZATLÁN._ Si los africanos de cualquier lugar del orbe -y no sólo los de Sudáfrica- supiesen que Televisa utiliza el tema de The lion sleeps tonight para identificarlos en sus transmisiones, de seguro les haría la misma gracia que si a nosotros nos pusieran la música de Speedy González para invocarnos con una rúbrica.
En todo caso, Paul Simon realizó en los 80, y precisamente en Sudáfrica, notables fusiones de la música gringa con los ritmos tribales de aquellos confines. ¿No les pasó por la mente a los productores una opción como esta, provista de mucho más decoro, incluso más auténtica y respetuosa para todo un continente anfitrión?
Shakira, con todo y sus raíces semíticas (África tiene una gran población de origen árabe, hindú y beréber desperdigada por todos sus horizontes) ha provocado molestia allá con su Waka Waka, palabra que no significa nada en ningún idioma o dialecto de por ese rumbo.
Podremos criticarle muchos descuidos e infamias a Disney, pero el tema de El Rey Leon, Hakuna Matata, fue tomado de un término real que quiere decir "No hay problema" y viene del swahili, equivalente al inglés, dentro del babélico mosaico lingüístico africano.
Es verdad que los temas exitosos del Mundial han sido mantras repetitivos en antífona (el Allez-Allez de Ricky Martin o el Volare de Italia 90), pero el Waka Waka les suena a los africanos incómodo, tal como si nos pusieran a los mexicanos un Guaca Guaca con el posible -y no del todo imposible- argumento de que suena a guacamole.
Para ser justicia, recordemos que el tema oficial de Francia 98 lo cantó el excelente senegalés Yossou N'Dour... mientras que la propuesta de México en ese mundial, gracias a Televisa, amo y señor de esos eventos, la representó la adolescente Fey con su canción Tamborada, la cual nadie recuerda.
Durante el primer partido -quizás por la escasez de paisanos en el escenario, lo frío del invierno austral o lo cauteloso del juego-, escuchamos pocas canciones en las tribunas. Ni el Cielito lindo o los taurinos llamados de "ole" se hicieron presentes, así como ninguna melodía onomatopéyica de los pastizales zulúes. ¿Surgirá pronto algún One Hit Wonder o de pérdida una porra estilizada, desprovista de moldes comerciales o prejuicios étnicos y que sintetice, en un solo vibrante alarido de júbilo, la magia de una real justa deportiva?
Todo indica que las vuvulezas, esas trompetas histéricas, seguirán siendo usadas como estrategia para atarantar a los equipos rivales desde las tribunas. Me acuerdo que en México 86 se rumoró que las fábricas trabajaron de madrugada para dejar lo más contaminado posible el ambiente. Lo único logrado fue una irritación en los ojos de la Selección Alemana, a excepción del portero.
Ahora, ¿cuál era la necesidad de hacer llorar a Javier Aguirre ante las cámaras, haciéndole preguntas personales sobre la muerte de sus familiares? Puede ser válido en una semblanza profunda, pero eso me recuerda a la trama de Jerry McGuire, donde aparece un entrevistador deportivo que tiene el mérito de que siempre hace soltar el llanto a sus encumbradas víctimas. ¿Es para que veamos que Aguirre es un humano como nosotros y lo perdonemos si la Selección es eliminada por la vía de la vergüenza? Los futbolistas nomás deben llorar en la cancha, así como lo hizo Maradona en la derrota de Italia 90 o García Aspe, cuando falló el único penal de su carrera, en el Mundial de Estados Unidos ante Bulgaria. Y si el dolor es fraterno, recordemos al gol de Cuau, que luego alzó la vista al cielo para saludar a su abuela recientemente fallecida, en aquel inolvidable tiro penal contra Croacia.