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"Mazatlán"

"La Fórmula de la Felicidad:¿Creer en Dios es parte del pasado?"

"El coach en su columna habla sobre el ser humano y los habilitadores de su crecimiento en todos los ámbitos"
LA FÓRMULA DE LA FELICIDAD
13/12/2019

¿Creer en Dios es parte del pasado?

Días de muchas actividades, algunas de ellas con un intenso significado de impacto positivo en varios de los roles que nos toca jugar en el camino de la vida.

En muchas de estas situaciones, sobre todo en las cíclicas o repetitivas, pareciera que el guión no escrito acontece de acuerdo con lo esperado, hasta que una de las tantas reuniones surge un cuestionamiento que valida una frase de mi "amá": “¿Quieres que una reunión termine bien?, evita temas de religión y política”.

Esta vez no fue una discusión de creencias políticas ni de “obcecados fanáticos (¿estaremos aprendiendo a convivir?). Mi impacto fue de un tema sumamente más serio (desde mi punto de vista), por tratarse del ser humano y los habilitadores de su crecimiento en todos los ámbitos.

Uno de los “científicos eruditos” del grupo en cuestión, argumentaba con elevada terminología que el ateísmo está en alza en todo el mundo. Es cierto, los números son fríos, la tendencia en números absolutos sobre el total de los seres que habitamos este planeta ha crecido casi un 20% en los últimos 9 años. Asimismo, el porcentaje de personas que declaran abiertamente profesar una religión ha disminuido del 77%, en el 2005, al 62% en el 2018 (según datos de Gallup), un sorprendente descenso del 15%. De continuar esta tendencia mundial, en 15 años los ateos serán más en porcentaje respecto a los que profesan una religión.

Es importante señalar que en la actualidad nos referimos al ateo como aquellas personas para las que la palabra Dios no representa nada en sus vidas, no está, no existe en su proceso de pensamiento cognitivo ni afectivo. Interpretando también que no están en contra de Dios, sino sin Dios.

Los estudiosos del comportamiento se enfocan a analizar casos como los de, Japón, Reino Unido, Canadá, Corea del Sur, Holanda, República de Alemania, Francia, países en los que la religión era “básica” hasta hace apenas un siglo, en la actualidad las tasas de creyentes los ubican entre las más bajas del mundo. Una variable en común de estos es que cuentan con sistemas educativos y de seguridad social efectivos, un bajo porcentaje de desigualdad social, una estructura sólida de gobierno y bajos índices de pobreza.

Mención aparte el caso de China, un país con características diferentes en sus variables económicas y sociales, así como de distribución de la riqueza; impacta su resultado con base en una investigación realizada por Worldwide Independent Network of Market Research: sólo el 9 por ciento de sus habitantes se considera religioso, el 67 por ciento es ateo y el 23 por ciento se autodenomina como no religioso. Un factor determinante encontrado es el hecho de que las escuelas prohibieron a los padres promover cualquier tipo de adoctrinamiento de esa índole u obligar a los niños a vestirse conforme a alguna agrupación que promueva un culto, además de que se cancelaron las actividades que involucraran a la religión.

Observarán que el tema es de alto impacto para los que profesamos algún tipo de creencia religiosa. Una de las explicaciones con mayor lógica que he encontrado es la que brinda Steven Weinberg, físico estadounidense ganador del Premio Nobel de Física en 1979, quien en una de sus columnas en un diario de prestigio internacional menciona cómo las creencias religiosas se han debilitado en Occidente gracias al avance científico, que ha golpeado algunas de las bases de la religiosidad. Una de ellas: el hecho de que la ciencia explique fenómenos antiguamente considerados como misteriosos (el trueno o el fuego). Otra importante tensión es que la ciencia nos haya obligado a replantearnos el papel del ser humano en el mundo: de ser un actor creado por Dios ha pasado a ser un producto de la evolución animal.

En otro estudio de comportamiento humano del profesor de psicología de la Universidad de Delaware, Marvin Zuckerman, afirma que "pocas sociedades son hoy en día más religiosas de lo que eran hace 40 o 50 años". Otro hecho altamente inquietante.

Y surge el cuestionamiento que rompe con la reunión de una manera muy propia para la época de paz, bienestar y gozo que estamos experimentamos en este mes de diciembre: ¿se puede vivir sin Dios?, ¿creer en Dios es parte del pasado? Un reto, una profunda reflexión en busca de mis propias respuestas, confesando que las preguntas que nos retan son una oportunidad maravillosa de fundamentar aprendizajes para la vida.

Deseo encontrar hechos que me brinden respuestas sólidas y afrontar con certeza a mi amigo “científico erudito”.

La tarea no fue tan retadora como esperaba, rápido apareció un fenómeno denominado de “religiosidad repentina” que fue estudiado después del terremoto de Christchurch, Nueva Zelanda, en 2011: en ese lugar hubo un alza en la fe, mientras que el resto del país se mantuvo tan incrédulo como de costumbre.

Así, es una situación observada que las personas, cuando son más capaces de cuidarse de sí mismas en ámbitos como finanzas personales, economía sana de su zona de impacto y que además viven en sociedades más prósperas y seguras, no necesitan creer tanto en un poder superior, como sí lo harían quienes necesitan buscar explicaciones significativas para entender mejor un mundo con sucesos aparentemente arbitrarios como los desastres naturales y la pérdida de seres queridos.

Es una de las razones que explican los porcentajes que presentan países como: Nigeria (97 %), Kosovo, India, Ghana, Costa de Marfil y Papúa Nueva Guinea (96%). Hay tantas necesidades que necesitan aferrarse a algo divino, algo sobrenatural en qué creer.

¿Te imaginas qué pasa cuando tus problemas no los puede resolver la ciencia, y desesperadamente buscas un milagro? ¿A quién aferrarse? ¿En quién creer? ¿Tú espíritu se vacía, tu alma palpita en la nada?

Mi piel se eriza. Me dio la madrugada buscando mis respuestas, a lo lejos escucho levemente un canto que es muy especial: “Desde el cielo una hermosa mañana…”. A mi lado una imagen que me acompaña siempre, que me recuerda siempre la importancia de creer, de orar, de servir.

Una conclusión inmediata para la columna: el que haya espiritualidades distintas a la mía no significa que sean condenables. Al contrario, debemos apoyar todo lo que promueve la dignidad humana y acompañar sin miedo a los juicios aquellos que buscan el bien, aunque no lo refieran a Dios. Es la oportunidad de encontrar su “razón” para hacer el bien, es entender que el bien no se promueve sin un poderoso motivo interior. El que los ateos no llamen Dios a esta razón, no debe llevarnos a suponer que nuestra fe es cosa del pasado. Necesitamos un Dios más fuerte para que nos inspire a promover acciones más grandes de bienestar en los que nos rodean.

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