"Menosprecio a las instituciones y el culto a la personalidad"

"Un partido institucional que se convirtió en actor personal"
10/11/2015 06:58

    Adrián García Cortés

    Desde que Plutarco Elías Calles asumió la Presidencia de la República, el 1 de diciembre de 1924, se perfiló como paladín de las instituciones, obviamente, como una respuesta al desorden gubernamental heredado de la Revolución. Su cuatrienio se significó, precisamente, por ir creando instituciones que le dieran a la administración pública cohesión y oportunidad de atender a las cuantiosas demandas sociales, de infraestructura, económicas, laborales y hasta religiosas no siempre exitosas. Donde poco avanzó fue en las instituciones políticas, por lo que con frecuencia tomada decisiones extremas que terminaban con la muerte de los caudillos.
    A la muerte de Álvaro Obregon, candidato reelecto en medio de convulsiones bélicas que nada prometían para respaldar las instituciones, en su último informe, el 30 de noviembre de 1928 declaró orientar “la política del País por rumbos de una verdadera vida institucional, procurando pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de País de un hombre a la de nación de instituciones y de leyes”.
    Bajo esta premisa, el 4 de marzo de 1929, fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) antecesor del PRI. Fue un extraordinario esfuerzo de unificar varios partidos políticos regionales, grupos y generales; y se pretendía que el poder fuera por la vía institucional y no por las armas, como había ocurrido desde la consumación de su independencia.
    Un partido institucional que se convirtió en actor personal
    Nació, así, un partido de Estado, donde los grupos contendientes estarían controlados por funcionarios públicos, sindicatos y organizaciones populares. Por lo que la lección primaria que debió imponer fue, precisamente el respeto a las instituciones. Pero no ocurrió. El culto al caudillismo, en un pueblo ayuno de la idea democrática de gobernar se impuso; y si bien no se les llamó ya caudillos, sí se le incorporó a una cultura de la personalidad y del protagonismo hasta la subyugación idolátrica, por no decir fetichista, eludiendo y menospreciando cuanto de institución normara la operatividad administrativa del sector público.
    Ochenta años después, no obstante la incursión partidista en los gobiernos y sus alternancias, lo que impera son las manifestaciones mesiánicas con menosprecio a las instituciones. Sería prolijo para un espacio periodístico referir las ocurridas en el País durante el tiempo partidario; pero no vayamos muy lejos, acá, en Sinaloa, el menosprecio a las instituciones y el culto a la personalidad parece predominar como gracia política.
    Lo curioso es que no son los adversarios, ni siquiera los ciudadanos afectos o no al gobierno, sino los propios gobernantes quienes se empeñan en minimizar lo poco avanzado de respeto a las instituciones, para ser ellos mismos lo que detonen la crítica generalizada por sus actos nada institucionales.
    Dilemas para el Defensor del Lector con comentarios abusivos
    Al DEFENSOR DEL LECTOR le han llegado comentarios, unos identificados, otros anónimos, de quienes han visto, por ejemplo, a su gobernador actuando fuera de su representación, ridiculizando la institución que representa o que dice tutelar.
    NOROESTE Mazatlán, con nota de Liliana Zamora y Netzahualcóyotl Ceballos, publicó el 20 de febrero: “Toma Malova el desfile como si fuera al triatlón._ Las comparsas, los reyes y las reinas, las princesas y los príncipes, los músicos y bailarines, no fueron los únicos que dieron espectáculo en el primer desfile del carnaval de Mazatlán 2012”.
    La nota, acompañada de una foto donde Malova aparece bailando en plena calle, además de sarcástica, abunda en detalles que exponen al funcionario a la risa pública. Añade la nota:
    “Mientras el Gobernador se dedicó a llamar la atención de las familias, como queriendo ser el protagonista del tradicional desfile, Higuera Osuna lo seguía en imitar los pasos de baile que el Ejecutivo puso en práctica”.
    Lluvia de epítetos contra el irrespeto a las instituciones
    Ese mismo día al correo del NOROESTE llegaron más de veinte comentarios celebrando con sorna o subrayando la humorada, a lo que algunos de menos calificaron de payasada. Pero al presidente Higuera Osuna, también le llovieron adjetivos más groseros aún por haber prohibido la venta de condones en carnaval y desalojado los bares hora antes de la permitida.
    Otro funcionario acreedor a críticas acervas fue el candidato al Senado Aarón Irízar López, quien se atrevió a decir, según la nota de Roxana Vivanco, que Culiacán “regresa a su dueño político”, es decir al PRI, sin contar, por cierto con los 900 mil habitantes del municipio, razón por la cual empezaron a lloverle improperios que no son para repetir en este espacio.
    Fue célebre, durante la presidencia municipal y su campaña para la gubernatura, la frase de Jesús Vizcarra Calderón, que a él le importaban poco las instituciones, y remembrando a López Portillo y a Fox, gustaba en actos públicos, brincarse las bardas, saltar a las “mesas de presídium” y hasta sonreír cuando alguien le reclamaba con voces altisonantes.
    Lo trascendente, en todo caso, como lección permanente del ejercicio político, es que si bien la opinión pública le ha perdido el respeto a las instituciones, más en virtud de sus ineficiencias que por objetivos, los que más obligados están son los funcionarios que las representan.
    La participación ciudadana es también de instituciones
    Ocurre a menudo que en nuestro medio político, al perderse el respeto a las instituciones, todo rescate de la participación ciudadana se frustra. Lo que queda es que las instituciones, así públicas como privadas, se modelan o interactúan en función del respaldo presupuestal del Estado, y de ahí a la corrupción sólo un paso las separan.
    En lo que corresponde al DEFENSOR DEL LECTOR, si bien ratifica la invitación a expresarse de manera abierta y responsable, con nombre y correo para el diálogo subsiguiente, éste no puede ser elusivo al alud de comentarios que anónimamente o con seudónimos se envían al periódico. Algunos se publican, los menos hirientes o que no borden por la calumnia, pero ¿cuánto mejor no sería que dichos comentarios fuesen realmente un expresión ciudadana?, y no sólo reflejo de una irritación permanente contra los políticos y gobernantes, que muy a pesar nuestro son el sentir de una opinión pública que no debe menospreciarse.

    adrian.garcía@noroeste.com