"Ecos del agradecimiento escolar"
De muchas formas se expresa el agradecimiento a la escuela, por el tiempo que se ha transcurrido en sus aulas, patios o alrededores. Espacios que de una u otra forma fueron parte de la vida cotidiana de los que fueron sus alumnos. En esos rincones se vivieron momentos de todo tipo: de alegría, tristeza, aflicción, incertidumbre, sueños y, sobre todo, de pequeñas confidencias hoy olvidadas.
Durante la escuela primaria se transcurren los momentos cruciales del desarrollo personal y psicológico del niño. Al transcurrir esta etapa, se aprende lo que en el plan curricular se tiene fijado como meta.
Sin embargo, al margen del aprendizaje estrictamente académico de las materias y actividades relacionadas, se aprenden por otras vías y por otros métodos, actitudes, comportamientos, conductas que tienen que ver con la formación del carácter, con la persona misma.
En este proceso de aprendizaje y enseñanza humana “informal” concurren un sin número de elementos y circunstancias, propias de la vida escolar: relaciones, convivencias, percepciones y una amplia gama de sensaciones, emociones y sentimientos.
Es, pues, un caudal de vivencias que van amalgamando la personalidad de todos los que integran y conviven, en ese mismo espacio y tiempo escolar.
En este periodo crucial, un ser humano aprende y adquiere para toda la vida, los fermentos necesarios para su desarrollo ulterior.
Reconocerle a la escuela una función estrictamente académica o como espacio formador con fines profesionales, es al menos, una visión parcial que obnubila el carácter socializador de la educación primaria.
Muchos de los aprendizajes escolares de esta etapa serán aprovechados y apreciados por los futuros ciudadanos, padres de familia y profesionistas.
Una buena educación, proporcionada por la escuela, es fundamental en el desarrollo de toda sociedad. Es la mejor forma de enfrentar los problemas suscitados por el desarrollo económico, para lograr una mejor calidad de vida.
Es una -no la única- de las posibilidades de lograr un mayor progreso en lo material, profesional, pero también en lo personal.
Es, por lo tanto, una de las instituciones que merece el mayor de los reconocimientos, pero también, el más sincero de los agradecimientos.
Reconocer en la escuela en general, pero en la primaria en particular, lo aprendido para el éxito en la actividad profesional o personal, es guardando un profundo agradecimiento y recordando con cariñosa nostalgia aquella escuela primaria de la niñez.
¿Cuántos actos de agradecimiento se pueden narrar?, como ejemplos de los años de aprendizaje en las aulas escolares. De qué forma se pueden traducir, en la vida adulta, los valores del agradecimiento cuando se tiene años de haber dejado la escuela.
Cuando las brumas del olvido van borrando la nitidez de los años pasados en las aulas. Con el paso de los años se van borrando lentamente muchas lecciones de vida; al mismo tiempo, aparecen destellos espontáneos como estrellas fugases en el firmamento de la vida cotidiana, actos de agradecimiento a lo bien aprendido.
Un ejemplo. En un lugar cualquiera de la ciudad, dos jóvenes caminan trabajosamente cargando entre ambos una pesada campana ajena. Una campana de bronce cuyo badajo ha sido silenciado, su mudez no es por complicidad, es forzada.
Nada impide su camino, van a un negocio de compra venta de chatarra. El cuerpo añoso de la campana ha marcado el tiempo; su tañido alzaba gritos de alegría infantil. Imagen y sonido grabado en el fondo del alma de esos niños.
La rareza de una visión como ésta, estriba en notar que la campana cuelga de una mano del mismo metal que la sostiene. Mano, badajo y campana son llevados por manos ajenas ante el comprador de metales.
Éste, sin regateo al precio y sin preguntar procedencia paga la espuria cantidad. Ha reconocido la campana de su escuela primaria. La compra ha llenado de satisfacción al comprador; le trajo también breves recuerdos escolares.
En un segundo, vino a su memoria el lugar exacto de donde fue robada y al que fue de inmediato restituida. En su vieja escuela primaria, alegre tañe de nuevo, una campana de bronce sostenida por una mano, mientras un sonoro badajo pendulea. ¿Acto de justicia civil o un eco tardío de agradecimiento? Creo en lo segundo.
Otro. El salón de clases, al inicio del primer curso de maestría alberga a un nutrido grupo de maestros que buscan aprender más de lo que saben y han enseñado. Docentes con amplia experiencia y de todas las edades. Da gusto ver la sed de superación en los maestros.
Es bien sabido, que en los estudios de posgrado concurren como alumnos docentes de varias generaciones, la edad y la experiencia no cuentan para aprender más y obtener grado académico.
Un hecho salta a la vista, el profesor de los profesores es de menor edad que ellos. Bien calificado, pero más joven. Éste, al entrar al aula, reconoce inmediatamente en la primera fila a la que fue su maestra de sexto grado de primaria.
El gozo no se hace esperar, siente una gran admiración por la que fue su maestra y que desde entonces no había vuelto a saludar.
Un sincero orgullo y el recuerdo de la admiración por ella, animan a hacer público un reconocimiento a su maestra de antaño.
Intenta alzar la voz, pero enmudece ante la suplicante señal para que no lo haga. Atiende con cariño la ahogada petición, para agradecerle a su maestra de sexto año aquellas enseñanzas, que lo motivaron para no detenerse y ser ahora maestro de su maestra.
Agradecer sin rubor, sin pedir nada a cambio, es darle su verdadero valor a la vida. Es la mejor de las lecciones aprendidas en la escuela primaria.